126 Sudor y sangre.

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El dolor se esparcia por su cuerpo animal, alimentando su salvaje transformación. Los aullidos de dolor resonaban por el sótano y salían a la superficie.

La gente del pueblo sabía, podía oír al animal quejarse aquellas noches de luna llena, rezaban, hacían altares, dejaba animales de granja a su merced para no ser lastimados por semejante bestia. Había leyendas de él, había asesinado al pueblo ancestro, creando la luna de sangre como celebración.

Cuando la luna comenzó a ocultarse, él cayó al suelo con la garganta irritada, el pelaje húmedo comenzó a desprenderse, sus huesos dolían nuevamente por su acomodo, tiró de su piel con las garras haciéndose sangrar.

—¡Sin importar cuánto digas que me amas! ¡No es suficiente!—

Abrí los ojos y me di cuenta de dónde estaba, estiré mis músculos adoloridos para quedar sentado sobre el suelo. Miré el desastre que había ocasionado. Pelo por doquier, las marcas de mis garras sobre la madera bajo mis pies, la sangre salpicada y los tobillos destrozados.

Tomé un trozo de madera y lo mordí con fuerza al retirar las barras de metal de mis tobillos, las lágrimas cayeron con el dolor punzante en mis aplomos, pero no pasó mucho tiempo para que mis tobillos sanarán milagrosamente y entonces pude ponerme de pie.

Decidí limpiar después y subí a tomar aire fresco, despejar mi mente y tratar de recordar mis noches como ese maldito ser despreciable. Desayuné como una persona normal lo haría, con carne cocida y un buen jugo de fruta.

Al pasar por el pueblo, ví a la gente retirar las maderas de sus ventanas, las cadenas de sus puertas, encerrar a sus animales nuevamente en un granero y quitar los altares ridículos que ponían para calmar mi sed de sangre. Era un recordatorio de que cada pueblo por el que transitaba me tenía miedo, tanto como yo a mi mismo.

No sé exactamente poner un inicio a esta maldición, solo ocurrió una noche hace muchos años.

Está semana sería dura pues constaba de cinco lunas llenas seguidas, lo que me agotaba bastante. Solo debía llegar a casa a tiempo para poder encerrarme.

Cuando pasé por una nueva herramienta para mi trabajo me preguntaron por mi mismo, era bastante irónico.

—¿Usted lo escuchó? Sé que vive por las montañas.— Dijo la señorita de la caja registradora.

—Por supuesto.— Respondí esperando mi cambio.— Pero jamás he podido identificar exactamente de dónde viene.— Expliqué.

—¡Ni se le ocurra averiguarlo!— Dijo la mujer bastante alterada.

—Tranquila, no lo haría.— Guiñé un ojo y tomé mis pertenencias.— Gracias, que tenga buen día.— Ella pronunció lo mismo y salí de la tienda.

Había pensado en mover mi cabaña más al fondo del bosque por protección y más discreción, pero no había tenido tiempo para hacerlo, con cada transformación terminaba muy débil ya que me rehusaba a comer en cada una de ellas y la exigencia del trabajo se le sumaba.

Llegué al centro de dónde cortaba y podaba árboles, normalmente siempre trabajaba solo, era, como dicen “un lobo solitario”. No me convenía en absoluto estar acompañado y ser observado con detenimiento, no me gustaba, pero está vez había sido distinto.

Mi nuevo compañero llegaría en cualquier momento, mi jefe creía que era demasiado trabajo para mí y quiso "ayudadme"

—Hola.— Era un joven larguirucho y no pensé que fuera de mucha ayuda.

—Hola, soy Jorge.— Extendí mi mano enguantada.

—Richie, así me dicen todos.— Sonrió apenado al apretar mi mano.—Un gusto.—

One Shot's los que guste y mande.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora