66 Vive y deja morir.

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Ana María tiene 49 años y unos meses, 10 para ser exactos y como cada décimo mes del año acude a un chequeo médico.

Le gusta tener una vida saludable, chequeos anuales, ejercicio moderado, alimentación balanceada y avalada por una nutricionista, la vida de Ana entraba en la definición de perfección en su propio vocabularios; un trabajo decente y bien remonerado, una casa amplia como la que siempre quiso, pero estaba bastante sola para su gusto, trabaja mucho, vivía por si trabajo como para tener una mascota y muy exitosa para los hombres, según algunos confesaron.

Cerca de los 50, veía el azulejo del consultorio del doctor Velázquez mientr pensaba en esto, acaso se había equivocado, no era perfecta su vida entonces.

Salió de sus pensamientos al escuchar el sonido de la puerta abriéndose, sonrió ampliamente como era su costumbre y el doctor devolvió la sonrisa.

—Ana, ¿Cómo has estado?— Se sentó en su escritorio.

—Muy doctor ¿Que noticias hay hoy? ¿Todo bien?— El doctor suspiró y se quitó los lentes.

—No Ana, encontramos algo.— La sonrisa de Ana se desvaneció y trago saliva.

—¿Q-que es?— Trato de sonreír pero fué inútil.

—Etapa 4 de cáncer... Lo siento mucho Ana...—

Escuchó con atención el diagnóstico que el doctor le recitaba mientras trataba de asimilar todo, procesar en su cabeza que iba a morir en seis meses, un año si las cosas iban 'bien'.

¿Que era 'bien' cuando tienes etapa 4 de cáncer? No lo entendía. No derramó ninguna lágrima en ningún momento, se despidió con unas sonrisa y con el nudo apretado en la garganta, pero no flaqueo en ningún momento.

Llegó a su casa, silenciosa como era de esperarse, se sentó en el lugar favorito de su sofá y fué entonces donde las lágrimas se derramaron, una tras otra sin parar hasta que el llanto desgarrador lleno los espacios de su vacía casa.

Pero, ¿Cómo era posible? ¿Por qué a ella? ¡La gran Ana! Que se cuidó hasta en la más mínima cosa, jamás madrugo por diversión, nunca bebió licor o fumó algún cigarrillo por curiosidad e incluso perdió amistades por la misma razón. ¿Por qué ella? Que procuraba tanto su salud y bienestar, en absolutamente todo. ¿Por qué ella? Que está tan sola.

Se llevó las manos a la cara y trato de encontrar una explicación pero no la había, ningúna razón lo suficientemente lógica como para dejar de llorar, se había cuidado toda su maldita vida para terminar con cáncer, NO.

La soledad cayó sobre sus hombros, no había amigos, no había hermanos o hermanas, no había padres desde hace años, ni siquiera un buen vecino con quién pudiera desahogar este pesar, está mala noticia, está atrocidad en su vida, por qué así no era como se suponía que iba a terminar, no, ella quería irse son dolor, son sufrir, ¿Que es lo que quieren todos? No tenía opción.

Tomó su auto y subió a el, a traveso la mayor parte de la ciudad hasta llegar a un albergue canino.

—Buenas tardes.— Una chica joven le pregunto con un modo muy animoso.

—Hola, necesito compañía.— Ana soltó rápidamente, aún tenía los ojos húmedos, la chica la miró con una interrogante.— Necesito un amigo, yo necesito un amigo... peludo.—Aclaro.

La chica la llevó al interior del lugar, del albergue donde ella escogió a un cachorro de pelo tricolor y orejas largas; compró lo necesario para poder tenerlo en casa y salió de ahí dejando una suma importante de donativo.

Siguió manejando.

—Sabes, nos vamos a divertir, eso espero, iremos a hacer algunas cosas en un lugar que ahora que lo pienso es bastante aburrido.— Sonrió sin ganas y miró a la bolita peluda que la miraba fijamente.— Seremos inseparables por seis meses o un año.— Sonrió nuevamente recordando el tiempo que le quedaba.

Tomó al canino en sus brazos y se dirigió al edificio.

—Señora.— Saludo el portero del lugar.— Oh me temo que no puede pasar con el perro.— Señaló el bulto en los brazos de Ana.

—Se muy bien que no se permiten Juan.— No le importo y atravesó la puerta sin importarle las llamadas de atención de hombre.

Subió un par de escaleras y varias personas la saludaron y miraron con sorpresa que llevaba al can.

—Hola Ana que sorpresa, creí que te tomarías el día libre hoy.— El jefe de Ana comentó mientras la veía entrar.

—Renuncio.— Y sonrió ampliamente, suspirando con alivio al pronunciar esas palabras.

—¿Q-que? Pero ¿Ana, porqué? No nos puedes dejar eres la editora en jefe del departamento.— Dijo atónito caminando hacía ella rápidamente y tomándola de los hombros.

—Vive y deja morir, Pablo.— Salió azotando la puerta con una sonrisa.

Camino con determinación por los pasillos, con una enorme sonrisa y reluciente sin importarle las miradas o las lágrimas que asomaban por sus ojos. Quería vivir sus momentos en paz aunque en el fondo de ella había un dolor de dejar todo lo que conocía por una vida atrás.

Al llegar a su casa tomó al can y lo dejo sobre el suelo.

—Bien, este es tu nuevo hogar, pero no te acostumbres demasiado, saldremos de viaje...perro.— Sonrió y el cachorro ladro y corrió por el lugar.— Supongo que debo ponerte un nombre.—

Comenzó a empacar, no sabía a dónde iba o que debería llevar así que colocó lo que su mano tomó al meter la mano en el clóset, sus lágrimas seguían ahí pero no quería llorar, no podía dejar pasar el tiempo llorando. Seguía sin entender el porqué de su destino tan abrupto pero tenía una idea de lo que quería hacer, vivir.

Caminaba de un lado a otro sacando ropa y artculos que ella necesitaría.

—Esta es la habitación y no tengo cama, pero compartiremos.— El can miraba sentado todos los movimientos de Ana.—¿Haz explorado la casa? ¿Que te parece?— Sonrió mirando al can ladrar.— Si, es espaciosa.— Cerró la maleta.

Esa tarde durmieron sobre una cama tendida, Ana abrazo al cachorro cansada de las labores que había desempeñado, el doctor le había advertido que el cansancio sería recurrente ahora.

A la mañana siguiente se levantó, tomó una ducha y vistió de manera cómoda, tomó su maleta al cachorro junto con su transportadora y condujo hasta el aeropuerto.

Compró el boleto del vuelo próximo, pero cuando se disponía a subir ocurrió un percance.

—No puede pasar sin el certificado de que el animal esa sano.— Dijo el hombre que recibía los boletos.

—¡Él está sano! — Replicó.

—Lo siento, pero es un requisito para poder abordar.— Continúo con firmeza.

—No lo entiende, no tengo el tiempo para esto...—Susurro con impotencia.— En verdad no tengo tiempo, quiero vivir.— El joven la miró sorprendido sin entender perfectamente que quería decir.— Por favor.— Lo tomó de la mano y el joven asintió.

—Bien, solo entre de una vez.—

Tomó asiento acunando al cachorro en su regazo, lo había logrado, estaba en el avión.

“Vuelo número 93 con destino a los Angeles, espero lo disfruten, con un saludo de su capitán Jorge Enrique Abello.”



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