146 Rencor.

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Caminé por horas sobre el piso de mi cocina con los brazos cerrados sobre mi pecho y la mirada sobre mis zapatos mal pulidos. Mis pies y mi mente me llevaron a tomar las llaves del cuenco donde Beatriz siempre me dijo que iban y que finalmente aprendí, aunque ya no sirva de nada.

El camino era tan largo como lo recordaba, siempre dije que entre más lejos era mejor, aunque tal vez una parte de mi estaba detestando manejar tanto. Había tomado el móvil en una de las gasolineras y marcado su número sin obtener respuesta, también deje varios mensajes de voz donde le pedía este gran favor. Seguí manejando por otras cuatro horas cuando comencé a reconocer ciertos lugares. La heladería seguía igual a simple vista, el parque parecía nuevo y la escuela era simplemente otra; había muchos recuerdos aquí, recuerdos que me hicieron alejarme en un principio.

La escuela me hizo recordar la paliza que mi viejo me había dado por salir dos minutos tarde, la heladería era el lugar prohibido para mi y mi hermana, y alguna vez entramos maravillados, era como si hubiéramos encontrado oro, oro para tontos. El parque era algo que no podías mirar cuando nuestro viejo estaba cerca.

“La diversión es para los débiles." Nos decía mientras golpeaba nuestras nucas con su bastón para que avanzaremos más rápido.

Me detuve nuevamente en un viejo supermercado y corrí rápidamente para devolver mi estómago. Este lugar me enfermaba.

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—Y- ¿Cómo fué?— Pregunté mirando la sabana reluciente y pálida.

—Cáncer, fase terminal.— Alcé la vista de golpe y la mirada de esa persona era de decepción, aparentemente.— Parece ser que no estaba al tanto de la condición de su padre.— Sentí un ligero hervir en lo más profundo de mis viceras pero hice todo para calmarme.

—No, él no decía mucho.— Me límite a decir.

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—¿No dirás nada?— Él estaba sentado sorbiendo la sopa de su cuchara.

—Por primera vez en tu vida, me das lo que quiero.— Él bajo su cuchara por más sopa y yo me quedé ahí mirándolo sin poder distinguir si debía molestarme o entristecerme.

Ese día él me había corrido de casa, y esa fué la última frase que me diría en estos últimos 16 años.
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—Bien, necesito que firme aquí y aquí para que pueda ser trasladado a la funeraria.— Lo hice y me miró una vez más con disgusto.— Tiene unos minutos con él.— Y se fué dejando la sabana arriba sobre sus rasgos.

Levanté la mano pero volvió a caer a mi costado, no sabía si verlo me ayudaría en algo, a sentir, a qué me doliera su partida, no sabía si simplemente me quedaría memorizado sus rasgos sin vida o si me reiria por qué él murió primero.

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—¡Soy eterno! ¡Siempre lo seré!— Gritó levantando sus manos y blandiendolas.—¡Tú morirás y no serás nadie nunca, Armando!— Me escupió.

Fué la primera vez que me atreví a tocarlo.
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Me habían dicho que debía acudir con el notario, lo que encontraba innecesario, pero de todos modos fuí.

—Buenas tardes, joven Mendoza.— Saludo el abogado de bombín.— Mi más sentido pésame.— Asentí incómodo.

—Buenas tardes.— Respondí tomando asiento.

—Tengo aquí el testamento de su padre y lo leeré a usted en este caso, ya que falta su hermana.— Comentó.— ¿Cree que ella llegué pronto? Me gustaría que estuvieran ambos.— Negué con la cabeza.

—Ella está fuera del país, le he avisado de lo sucedido, pero me temo que no he recibido una respuesta.— En realidad, ella había dicho que no vendría, pero no sé porque mentí. Tal vez una parte de mí esperaba que viniera.

One Shot's los que guste y mande.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora