37 Corazones en guerra.

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Eran como las cuatro de la tarde cuando una carreta atravesó el umbral de nuestra tierra, fue Lu quien aviso a mi madre, yo estaba a su lado así que salí con ella, eran dos hombres altos de mediana edad parados en la puerta del hogar, tenían uniforme militar, pero no ví a mi padre por ningún lugar... mi corazón se apretó con cada paso que dí.

—¿Usted es la señora Pinzón?— El más canoso preguntó.

—Si, soy yo ¿Porqué está aquí?— Mi madre apretaba los dedos en un trapo de cocina que tenía entre las manos y yo solo me aferré a sus hombres.

Era bien sabido que en estos momentos de guerra, llegaban cartas anunciando que tu esposo, hermano o padre ya no regresarían... Hombres como estos aquí parados la entregaban, a los Valencia les había ocurrido con el padre, el señor Julio.

—Somos el coronel Garza y mi compañero el coronel Baltazar.— Señaló.— Tenemos noticias de su esposo... el Coronel Hermes Pinzón. Él fue declarado como “perdido en acción”— Mi madre se tapó su boca y comenzó a sollozar.

—Gracias por avisar...— Dije suavemente.

—Que tengan un buen día.— Entregaron una carta y se fueron.

Mi madre se desplomó en el suelo de rodillas y comenzó a llorar, la gente de la casa se alarmó pero les dije que yo me las arreglaba.

La levanté del suelo y la llevé poco a poco a la sala, ahí la tomé de las manos y sonreí.

—Sé que está vivo mamá.— Ella dejo de llorar y me dió un apretón.

—Tengo miedo de que te equivoques.—Susurro.

Durante semanas no recibimos ninguna notificación del ejército o de la guerra, mi madre optó por ignora cualquier información, no leía el periódico y cada vez que en la radio mencionaban algo, cambiaba de estación. Se sentaba por horas en el porche viendo toda la tierra en busca de caballos, pero no aparecieron.

La verdad es que la guerra no era mi prioridad, ni siquiera deseaba estar aquí.

Yo tenía un trabajo perfectamente establecido en el campo, pero cuando salió la convocatoria no pude negarme, sería el mayor cobarde del mundo si no me enlistaba y pues aquí estoy, la ceniza estaba sobre mi cabeza, mezclada con el sudor o la lluvia del lugar hacía que estuviese realmente sucio, me dolía el cuerpo la mayor parte del tiempo y obviamente estaba cansado, pero no permitía que se notará en el campo.

No sé para quien escribo esto, en realidad solo me tengo a mi en casa y unas cuantas personas que me ayudan con el manejo de la finca nadamás, estoy solo, si algo me llegase a suceder aquí en realidad a nadie le importaría, no habría lágrimas, ni funeral o recuerdos en alguna mente, es por eso que trato de ser un buen capitán y un buen hombre aquí, probablemente mis acciones queden guardadas en algún soldado o superior, es tan solo una suposición.

El día de hoy me encontraba sumamente aburrido, no debería de decirlo...

Mi misión era fácil, era un capitán por encima de los comandantes pero por debajo de los coroneles. Mi gente y yo nos movimos por la malesa del lugar, había un frío realmente insoportable y el hecho de que debíamos atravesar un río no lo hacía más cálido.

Todo iba perfecto, las caminatas eran largas y cautelosas, o fue así hasta que entramos en zona roja.

—Quiero que te muevas con cuidado Fernández...— Susurré. El campo estaba minado y me di cuenta muy tarde.

—Capitán... ¡No creo que lo logre!— Fernández se alteraba demasiado rápido y eso era un problema en él, era veloz con el rifle y con buena puntería pero sus nervios arruinaban sus cualidades.

One Shot's los que guste y mande.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora