118 Verano en Cartagena.

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Escuché los pasos que resonaban en el suelo de madera, venía hacía mi habitación. Abrí un ojo cuando la puerta se abrió suavemente y lo volví a cerrar cuando se giró para verme. Sentí como la cama se hundía por su peso y como se arrastraba hasta mi rostro. La calidez de sus manos ahora están en mis mejillas y un pequeño beso en la nariz me hizo abrir los ojos de golpe por al amor tan grande que sentí.

—¡Mami!— Gritó mi pequeño despertador y lo giré para llenarle las mejillas de besos haciéndolo chillar de alegría.

—¿Ya es hora de desayunar?— Sonreí.

—Si, ya serví la leche en las tazas.— Sonreí apesar de que sabía que había hecho un desastre en la cocina.— No hay manchas, lo juro.— Me dijo deslizándose por la cama hasta dar un brinco en el suelo.

—Estas creciendo muy rápido ¿No te parece?— Me levanté y me coloqué mi bata.— En cualquier momento dejarás de entrar en esta casa.— Él me tomó de la mano y me guió hasta la cocina.

—¡Eso no es verdad!— Rió y sacudí su cabello.

Tomé asiento junto a él. Era cierto, no había ninguna sola mancha de leche sobre la mesa pero pude ver los trapos que goteaban en el fregadero y sonreí.

—Joven Pinzón ¿Sabe de quién es el cumpleaños hoy?— Le acerqué mi cuchara de modo que era un micrófono.

—¡Si, mío, mío!— Saltó en su asiento.

—¿Enserio? ¡Oh dios mío! Disculpe jovencito.— Me giré y saqué el pastel de chocolate que estuvo pidiendo desde hace tres meses.— ¿Entonces estos es suyo?— Sonreí al ver su rostro iluminado por la emoción.

—¡Si! ¡Gracias mami!— Saltó de su silla y corrió a abrazarme.—¡Eres la mejor mami del mundo!— Lo abrace con fuerza y deposite un beso en su cabello revuelto.

—Bueno, eso es fácil. Tengo al mejor pequeño.— Sonreí al ver sus rostro.— Ahora ¡A comer!—Saque los tenedores y lo enterró en el pastel.

Le había prometido que iríamos a la playa como los cuatro años pasados, me senté sobre la arena y lo observé. Corría de un lado a otro con Gizmo, un perro que encontró hurgando en la basura.

—¿Puede quedarse? Lo sacaré a pasear y le daré de comer. ¡Lo prometo mami! pero no lo dejes afuera, está solo.— Sus lágrimas estaban por todo su rostro y un enorme puchero en los labios.

—¿Tienes un nombre? No puede quedarse si no tiene nombre, es un desconocido.— Contesté con los brazos cruzados.

—Es Gizmo.— Se limpió la nariz con el dorso de su mano y acarició al canino.

—Mucho gusto Gizmo.— Sonreí.— En ese caso. A la ducha ustedes dos.— Los señalé y él sonrió.

Era su compañero ahora, jugaban juntos y Gizmo siempre me acompañaba a dejarlo al jardín de niños, dormían juntos y a veces se bañaban juntos.

Cinco años es bastante tiempo para algunos, para mí eran como un cerrar de ojos, es como si hace no mucho me había dado cuenta del embarazo y ahora estaba aquí, mi pequeño Axel con cinco grandes años, cada vez más grande, más impetuoso y brillante.

Después de estar toda la tarde en la playa, hacer castillos y arrojarnos agua unos a otros con ladridos frenéticos de Gizmo, llegamos a casa. Axel se cansó y lo cargué mientras dormía sobre mi hombro. No estábamos muy lejos de casa ya que vivíamos cerca de la playa pero Axel insistió en que sus piernas se sentían como gelatina.

El timbre sonó y abrí rápidamente para evitar que alguno de los dos diablillos despertará.

—Hola, lamento llegar a estas horas el trabajo se me acumuló.— Sonreí y besó mi mejilla.

One Shot's los que guste y mande.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora