127 La gran Roma.

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—¡Ajusta tu posición Armane!— Gritó Mendoza.

—¡Eso hago, amo!— Armane movió sus piernas paralelamente y conectó un fuerte golpé en el costado de Mendoza, este se tambaleó y cayó al suelo con fuerza.

—¿Amo? ¿Estas bien?— Armane se acercó rápidamente con la voz entrecortada por horas de entrenamiento.

—¡Por supuesto!— Comenzó a reír.— Haz mejorado bastante, Armane.— Lo tomó del brazo y lo ayudó a ponerse de pie.— ¡Estas listo!— Gritó feliz.

—Aún me queda un año para cumplir los dieciocho amo, puedo mejorar.— Respondió avergonzado.

—Y lo harás.— Lo tomó del cuello y lo obligó a mirarlo a los ojos.— No puedes mostrar compasión dentro de la arena ¿Me escuchas?— Lo regaño con seriedad.

Armane se encogió.— P-or supuesto.— Asintió rápidamente.

—¡Me esuchaste!— Gritó.

—¡Nada de compasión! ¡Te escuché, amo!— Gritó en respuesta ganándose un golpe amistoso.

Armane a sus diecisiete años había cambiado bastante, creció y sobrepasó a Rorteo en estatura, su cuerpo se volvió musculoso, pues Mendoza le exigía trabajo pesado casi las veinticuatro horas del día y sus técnicas de combate ahora estaban pulidas. Seguía siendo ese chico escurridizo y ágil pero ahora su fuerza se había multiplicado junto con su astucia.

Rorteo era un hombre duro, su vida no había sido nada fácil, él mismo había sido esclavo desde la cuna, aunque desafortunadamente o afortunadamente nunca había podido llegar al coliseo de Roma. Había entrenado a otros y habían fracasado en el intento. Rorteo aprendió a no guardar cariño a los chicos que decidía entrenar, ya que nunca terminaba bien cuando su joven esperanza yacía sin vida en las arenas. Con Armane su exigencia subió a escala, era seco, duro y frío para evitar crear un lazo íntimo con él, aunque debía de admitir que era algo difícil ya que Armane se hacía querer sin darse cuenta.

Armane hacía surcos en la tierra mientras depositaba las semillas de calabaza y las cubría rápidamente con tierra, el sol era bastante fuerte y el sudor escurría desde su cabello hasta la espalda baja, normalmente el chico se la pasaba sin cubrirse el pecho por el sol ardiente. Rorteo lo miraba mientras tanto, ajustaba sus calzas y cuando Armane bajo la guardia este se abalanzó contra él con dureza.

Un año después.

—Regla número uno.— Pronunció Rorteo con los dientes apretados por el esfuerzo.

—Jamás bajar la guardía.— Su peso fué lanzado hacía adelante para sacarse el golpe de Rorteo.

— Vamos, ataca.— Sacudió sus brazos invitándolo a golpearlo.

Armane suspiró y corrió hacía él con el arma empuñada sobre su cabeza, rápidamente Rorteo lo esquivó pero Armane había aprendido a leer su cuerpo, y lo detuvo con la madera rodando su cuello.

—¡Perfecto!— Gritó entre risas.— Me complace decirte, chico, que ya te he inscrito en las batallas de los siguientes días.— Palmeó el hombro sudoroso del chico.

—No te fallaré amo.— Contesto Armane con determinación.

Cuando terminaba sus labores se acostaba en el pasto fresco del jardín y miraba las estrellas, a menudo pensaba en su familia y en lo bien que les haría a todos ellos que él llegara al gran coliseo, suspiró profundamente.

—Solo debo permanecer con vida.— Dijo para si mismo.

Era mentira decir que no extrañaba a su familia, tenía bastantes hermanos y hermanas en casa o eso recuerda vagamente. Sacudió sus pensamientos y se enfocó en lo que debía de hacer para enorgullecer a su amo y continuar subiendo en los múltiples torneos.

One Shot's los que guste y mande.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora