Capítulo 9

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El despertador sonó en horario a las seis como cada mañana. Lizz maldijo, la cama estaba demasiado cálida para abandonarla y el horrible aparato la había arrancando de su dulce sueño. Se levantó y sonrió, sus tobillos ya no tenían ninguna herida. Se vistió rápidamente, ató su cabello y abrió la ventana. Salió y se deslizó por la cañería hasta que sus pies tocaron el suelo.

Volvió una hora después luego de haber corrido como cada mañana. Escaló hasta su ventana y una vez dentro se internó en el baño. Se dio una ducha, secó su cabello rápidamente y se cambió. Encontró en el desorden de la habitación una falda ceñida, una camiseta y se calzó sus botas. Suspiró, el lugar era un desastre y nuevamente se había quedado despierta hasta muy tarde. Luego se ocuparía de ordenar un poco el escritorio.

Salió de la habitación. Se escuchaban gritos y ruidos en el pasillo principal como cada mañana. Sus vecinos se alistaban encerrados en sus respectivos cuartos. Había olor a pólvora, seguramente cortesía del loco tuerto del cuarto número doce. Tres mujeres y un hombre discutían casi a gritos, al parecer Tim había vuelto a hacer de las suyas engañando a una con la otra y lo habían atrapado. Un niño con dos pistolas pasó corriendo, se detuvo al verla y le hizo un saludo militar con la mano antes de correr hasta el otro extremo del pasillo. En las escaleras un anciano discutía a gritos con la patrona, una mujer con un vestido de época y algunos mechones de cabello salidos de su peinado a causa del estrés y el trabajo de cada mañana.

—Allan por todos los espíritus que existen, entiende de una vez que no puedes tener un perro aquí —Dijo ella.

—Deja querida Josefine, yo me encargo —Dijo un fornido hombre apareciendo y le guiñó un ojo a Lizz al verla—. Deslumbrante como siempre cazadora, lástima que seas humana, joven y una mano marcada.

—¿Siempre acudiendo a salvar los problemas Bill? —Preguntó Lizz.

—Este lugar es un caos, Josefine necesita un poco de ayuda —Dijo él y pasó una mano alrededor del anciano—. Vamos Allan, empecemos por vestirte. No puedes andar con esa ropa de cama por ahí.

—Espero que tenga algo debajo de esa camisa —Dijo Lizz y bajó las escaleras, le sonrió a la dama—. Buenos días Jo.

—Buenos días Lizz —Dijo la mujer cansinamente y entonces recordó algo—. He hecho algo de jugo de naranja, dejé un vaso en el mostrador de recepción para ti. Las vitaminas son vitales para los humanos. Las necesitas.

—Y tú un buen descanso —Dijo ella.

La mujer continuó discutiendo con el viejo Allan y luego lanzó un grito de espanto. Evidentemente el hombre no tenía nada debajo. Lizz encontró el jugo de naranja y lo tomó todo. Un niño de cabello colorado y con orejas en punta le lanzó una manzana y ella la cogió en el aire. El joven le sonrió y ella le devolvió la sonrisa antes de partir comiendo la fruta.

Minutos más tarde se encontraba caminando junto al Támesis. Sonrió de un modo astuto al ver la motocicleta de Jeremy aparcada en la calle y ver segundos después al joven salir de un café con un vaso de plástico. Se acercó hasta él y fue cuestión de pocos segundos para encontrarse sentándose detrás de él en la motocicleta. Jeremy le sonrió complacido y le entregó su casco. Lizz lo rodeó con sus brazos, un aventón no le venía nada mal y el ingenuo Jeremy siempre era muy fácil de predecir y manipular.

Él la dejó frente a la Sede. Lizz se bajó, se inclinó y dejó el brillo de sus labios marcado en su mejilla causando la envidia de todos los miembros que estaban viendo y que el pobre chico hasta se olvidara de respirar. Ella rió y se alejó con paso firme. Tomó el ascensor y se detuvo en el piso de la Sede. En el fondo podía escuchar el antiguo reloj sonar para marcar las ocho. Caminó hasta la sala de estar y se detuvo al entrar.

Presa (Cazadora #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora