Capítulo 16

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Lizz esperó a que no hubiera nadie que pudiera verla antes de abrir la puerta y cerrarla tras ella luego de entrar. Era sencillo meterse en cualquier lugar que deseara cuando tenía una llave capaz de abrir cualquier cosa. De todos modos, eso no restaba valor a que se estuviera metiendo en una habitación que no debía. Ella respiró profundamente y guardó la llave. Irrumpir sin permiso en la habitación de un príncipe no debía estar bien visto por los Vynx, estaba segura. La habitación estaba vacía pero ella le restó importancia y se fijó en el tragaluz del techo.

Se acercó hasta una cortina y se aferró fuertemente antes de comenzar a trepar. Prefería mil veces un árbol o cualquier otra cosa antes que un pedazo de tela pero podía arreglárselas. Sus brazos dolieron al levantar el peso de su cuerpo pero una vez que logró enganchar sus piernas el dolor disminuyó. Se maldijo por haber maltratado tanto su cuerpo los últimos días, haber perdido su perfecto estado había sido estúpido y nada útil para la situación a la cual debía hacer frente. Además, lucir peligrosamente frágil y al borde de la muerte no era algo que le gustara.

Trepó hasta el final pero aquella fue solo la parte sencilla. Miró el tragaluz un segundo, se suponía que fuera de cristal pero no había nada tan dañino para un dividido como el vidrio. Sabía que en aquella habitación no había un solo pedazo de cristal. Los Vynx podían no tener debilidad, ser capaz de tratar cualquier herida mortal con sus medicinas, y los divididos compartían mucho con los Vynx pero para ellos el cristal era una excepción. Una herida hecha con cristal para ellos sería peor que cualquier otra cosa.

Por lo tanto el tragaluz estaba formado por una superficie opaca pero traslúcida que permitía ver la luz del exterior. Líneas de fino hierro lo cruzaban creando un exótico diseño. Lizz estiró una mano e intentó como pudo aferrarse a ellas. Increíblemente lo logró, la estructura de hierro no estaba pegada al tragaluz y tenía el espacio justo para que sus dedos pasaran y rodearan el pedazo de hierro. Ella quedó colgando allí, en medio del aire a tan alta altura, y prefirió no mirar debajo. Suspiró, no era tan malo, había hecho cosas mil veces peores, había estado en situaciones mil veces peores.

Recordaba dónde estaba oculta la puerta trampa. Se balanceó, maldiciendo el dolor en sus brazos por soportar su propio peso y las marcas que aquello dejaría en sus manos, odiaba herirse tan fácilmente por cargar la mala suerte pero al menos todavía no se había cortado. Su pie golpeó limpiamente el tragaluz, removiendo un pequeño cuadrado a un lado. Se ocupé de llegar hasta allí y luego pasar a través de la puerta trampa. Se sentó sobre la superficie y volvió a colocar la trampilla de nuevo en su lugar. Cerró los ojos y respiró profundamente, ignorando el dolor.

El aire era fresco, y a pesar de tratarse de un espacio cerrado una suave brisa jugó con su cabello. Si ella levantaba la vista podía ver las estrellas del otro lado del techo. La suave luz de la luna se filtraba dentro, era una noche despejada. La vida predominaba más que nada allí. Había plantas y flores creciendo por todas partes, sectores con césped y hasta un pequeño estanque a un lado que se llenaba con el agua que caía cuando llovía fuera. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había estado allí.

Lizz se puso de pie y avanzó en silencio. Reconocía cada una de las plantas y sus propiedades. Sus dedos rozaron unas flores de pétalos azules y tallos de plata. Se preguntó cuántas veces las hierbas que crecían allí la habían salvado. Era un buen lugar para escapar, pacífico y fuera del alcance de todos. Un santuario. Podría quedarse un largo tiempo allí, sola, tranquila, simplemente mirando el cielo o descansando.

—Gwe está buscándote desde el atardecer —dijo Lizz.

Ella se detuvo junto a Falco. Él estaba sentado sobre el borde del estanque, sus dedos rozando apenas el agua y formando imperceptibles ondulaciones. Mantenía la cabeza baja, su cabello estaba suelto y ocultando sus orejas pero Lizz pudo ver el triste celeste de sus ojos. Era consciente de lo intensas y extremas que podían ser las emociones de él y podía leer sus ojos a la perfección, por eso sabía que nunca lo había visto tan triste.

Presa (Cazadora #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora