Mes frères, soyons courageux.
Vous avez mon coeur avec vous, et la volonté de nous défendre.
Allons enfants de la Patrie!
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Damon se despertó con una terrible migraña y la boca totalmente seca. Se levantó y se frotó la cabeza intentando recordar qué había hecho la noche anterior pero su mente estaba en blanco. Sin perder un segundo más se deshizo del dolor que le atormentaba y se puso en pie. Era aún más temprano de la hora en la que habituaba despertarse. Se puso en pie y se dirigió al baño. Se detuvo sin saber qué pensar al ver el espejo escrito con lapiz de labio.
Lo siento, por todo.
Rápidamente se ocupó de borrar todo simplemente para que nadie más lo viera. Sabía que los miembros de la elite debían tenerlo vigilado pero no creía que se pasearan dentro de la habitación mientras dormía o al menos prefería pensar que así no era. De todos modos preferió no levantar sospechas sobre su persona. No había podido reconocer la letra o entender por qué estaba allí aquel mensaje pero no lo olvidaría.
Tomó una rápida ducha y se cambió. Cuando se fijó la hora en el reloj aún tenía tiempo. Prefirió no quedarse solo en su habitación y salir a tomar aire. Se sorprendió al abrir la puerta y encontrar el pasillo totalmente vacío. Era la primera vez desde que Falco había regresado que no había ningún miembro de la elite esperándolo para escoltarlo a la Sede.
Minutos más tarde se encontraba caminando por las frescas calles de Londres. Intentó llamar a Liam pero él nunca le respondió. Se dio por vencido luego de intentarlo una cuarta vez y suspiró. Las cosas no estaban nada fáciles últimamente. Caminó hasta encontrar una iglesia y entró en ella. Se persignó antes de respirar profundamente y tomar asiento en un banco.
El lugar era enorme, silencioso y había pocas personas dentro. Las velas ardían y los incienzos llenaban el aire. Damon tomó su cruz, cerró los ojos y bajó la cabeza. Necesitaba serenarse y estar en paz, poner en orden sus pensamientos y sentimientos. Inconscientemente acarició con su pulgar la cruz mientras pensaba. Durante unos minutos sus labios se movieron apenas en una oración silenciosa. Luego simplemente se dedicó a pensar, a juzgarse e intentar encontrar el modo correcto de actuar.
Cuando supo que no le quedaba más tiempo se puso en pie y partió. La Sede aquella mañana estaba en plena actividad y orden como siempre. No parecía quedar ningún rastro de lo sucedido el día anterior. No encontró a ningún miembro de la elite por más que buscó y resignado se decidió a tomar el ascensor. Era mejor avisarles que estaba allí si no deseaba tener problemas y estaba seguro que Falco encontraría un modo de meterlo en problemas si no lo hacía.
Descendió en el piso de la elite y tampoco encontró algún miembro en el pasillo. El lugar estaba completamente desértico. La sala de estar no estaba vacía pero no era un miembro de la elite quien estaba dentro. Nicholas estaba tranquilamente sentado en el sillón leyendo un pequeño libro de cuero negro que sostenía entre sus manos con su habitual pose de desinterés e indiferencia. Él ni siquiera se movió cuando Damon entró.
Observó la hora en el reloj solo para comprobar que eran pasadas las ocho y tampoco había rastro de Lizz. Se acercó hasta la ventana y observó la ciudad mientras intentaba comprender por qué toda la elite había desaparecido.
—Creí que nadie que no fuera miembro de la elite podía estar aquí —Dijo Damon.
—No puedo —Dijo Nicholas—. Pero no importa. Existen excepciones, como tú o Lucy. Yo no soy una. Tan solo espero. Veo que sobreviviste a la noche.
—No recuerdo nada —Dijo Damon—. ¿Podemos hablar al menos unos minutos fuera de aquí?
—No —Dijo Nicholas y suspiró al cerrar el libro—. Date por vencido con eso, por el momento no pienso aceptar. Y no hablarás aquí, recuerda las cámaras. Ya tu diminuta amiga está intentando convencerme, si tú también te unes no tendré más opción que ignorarlos.
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Presa (Cazadora #2)
AdventureLizz y Liam Dunne son miembros de la Sociedad, personas dotadas con diferentes habilidades para ser capaces de mantener la paz entre el mundo humano y el paranormal. Con solo diecisiete años, los mellizos han burlado a la muerte más veces de lo que...