Capítulo 21

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No lo pensó dos veces al momento de cruzar la entrada. Había hecho cosas peligrosas toda su vida y sabía que lo peor era detenerse a pensar porque aquello significaba considerar las opciones y eso implicaba pensar en todo lo que podía salir mal. Pensar causaba una larga serie de pensamiento que a fin y a cabo no hacían nada más que plantar la vacilación y el miedo. Era mejor concentrarse en el ahora y no pensar en las posibilidades del futuro. Lizz confiaba en sigo mismo y en sus amigos. Lo único que realmente la perturbaba sobre lo que estaba haciendo era no saber si algún día le reconocerían el crédito de sus acciones.

Las puertas se cerraron dejándola en un enorme y lujoso salón completamente a oscuras. El lugar parecía sin vida durante el día pero durante las noches debía cobrar el brillo y la elegancia de las fiestas entre monarquistas. Ella caminó en silencio, sus pasos tan ligeros como siempre. Habían tenido el tiempo demasiado justo para planear pero Lizz siempre encontraba el modo de hacer algo con nada. Afuera el sol brillaba y Riley y Nicholas estaban en alguna azotea o balcón completamente atentos y listos para disparar al menor inconveniente. Podrían entrar en cualquier segundo para ayudarla pero mientras ella pudiera los mantendría fuera de peligro.

Tenía el tiempo contado, media hora para entrar y salir o ellos actuarían. Todo el asunto se resumía a ella, el éxito o el fracaso total estaban en sus manos. Ya había llegado muy lejos como para dar marcha atrás y no se arrepentía de las decisiones tomadas. Pero aquella vez no tenía más que sus armas y sus habilidades. No estaba Sweec para darle un respiro si un monarquista la atacaba ni Falco para rescatarla y darle agua del Lago Hin. Tampoco tenía las mismas armas que Thomas le había dado para la vez anterior ni la misma subestimación de parte de los monarquistas. Lizz era consciente que enfrentarse a Elizabeth la primera vez y salir con vida no había sido más que suerte.

Pero por otra parte, ella había cambiado mucho desde entonces. Y de un modo u otro ellos la seguían subestimando. Lizz subió uno a uno los escalones de una amplia escalera que había en medio del salón. Todo era un completo silencio, las pesadas cortinas evitaban que entrara cualquier tipo de luz diurna. Ella nunca antes había hecho algo similar. Cazar monarquistas era una cosa pero meterse a un nido de ellos era algo completamente diferente. La cercanía era un peligro letal. Era ella quien se estaba exponiendo, no los monarquistas. Y luego estaba el otro inconveniente, ellos podrían advertir a la Sociedad y aquello podría acarrear problemas aunque Lizz confiaba en que Landcape la estaba cubriendo.

Se tensó al ver una figura repentinamente aparecer arriba en el rellano y enseguida tomó su arco de su aljaba. De un movimiento lo desdobló y tomó una flecha. El monarquista gruñó y le enseñó los dientes. No la sorprendió, ya había pasado demasiado tiempo sin que se cruzara uno. Se preparó lista para apuntar y disparar esperando acabar con él antes que la alcanzara pero entonces el monarquista se congeló y retrocedió. La miró con odio y desprecio pero no hizo nada y Lizz sonrió al saber el por qué. Él lo había notado, la había reconocido, y sabía que no podía hacerle nada.

Lizz dobló el arco y lo guardó junto con la flecha. Levantó las manos como si estuviera en son de paz y el monarquista solo pareció más disgustado y retrocedió aún más. Le mostró los dientes de un modo feroz una vez más antes de partir y perderse en algún pasillo. Lizz apenas podía contener su sonrisa. Odiaba tener que recurrir a un nombre para que la protegiera, prefería valerse por su propia cuenta, pero aquella vez no tenía alternativa y ya que Damon la había marcado lo mejor era aprovecharlo en aquella ocasión.

Tomó del bolsillo de su cazadora el pedazo de pergamino y rápidamente vio dibujarse en tinta el mapa que necesitaba. Le echó un rápido vistazo antes de guardarlo y subir el resto de las escaleras. Cruzó un largo y oscuro pasillo lleno de puertas a ambos lados. Los monarquistas se acercaban desde las distintas habitaciones. Algunos la miraban con sorpresa y miedo, otros no dudaban en enseñarle los dientes y hasta gruñirle, pero ninguno se atrevió a acercarse. Ella había estado en lo correcto, no podían hacerle nada. Escuchaba los murmullos pero los ignoraba. Se sentía extremadamente bien estar haciendo eso, entrar a hurtar bajo sus propias narices sin que ellos pudieran hacer algo al respecto.

Presa (Cazadora #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora