Prólogo

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Ella cerró la puerta detrás suyo. Se concentró en mantener su respiración y sus latidos calmados pero la desesperación comenzaba a rasgar su consciencia. Se mantuvo apoyada contra la puerta y escuchó perfectamente los gritos de pavor pidiendo ayuda o que la dejaran entrar. Cerró los ojos y pretendió no escucharlos, intentó no pensar en lo que realmente estaba haciendo. No tenían salida y abrir la puerta no era una alternativa.

Sus dos compañeros la miraban sorprendidos mientras ella intentaba encontrar alguna escapatoria. Sintió los golpes desesperados contra la puerta y los gritos pero se negó a prestarles atención sabiendo que aquello significaría el fin para todos. Aún así, no pudo evitar sentirse culpable por lo que estaba haciendo. Entonces todo fue silencio y ella se alejó espantada de la puerta. Su compañero la tomó por detrás y le tapó la boca antes de mirarla de un modo significativo. Ella quiso decirle que era en vano, que sus voces no los delatarían pero si los latidos de sus corazones.

Buscó dentro de su abrigo y sacó una estaca de madera. Respiró profundamente mientras se concentraba y tomó correctamente el arma. Se deshizo con suavidad del agarre de su camarada y avanzó un paso. El monarquista echó abajo la puerta y le sonrió. Su ropa parecía de otro siglo y era tan hermoso que dolía mirarlo pero ella lo evitó. Él se limpió elegantemente la sangre de sus labios con la manga de su camisa y ella pudo ver detrás de él el cuerpo vacío de la joven.

Él avanzó un paso y ella tomó con más firmeza la estaca. Se mantuvo en su lugar a pesar que sus instintitos le decían a gritos que debía correr. Respiró profundamente, preparada para lo que le esperaba. Pensó rápido, no podía permitir que todos murieran allí esa misma noche.

—¿Quién crees que eres para estar en esta tierra? —preguntó ella y él le sonrió ampliamente—. No tienes derecho. Yo te lo prohíbo.

—¿Y quién eres tú para creerte capaz de algo semejante? —preguntó él y ella se mantuvo con una apariencia de seriedad y dominio.

—Soy la reencarnación de Elizabeth Ducroq —dijo ella y el monarquista se petrificó ante la sorpresa—. Y esta también es mi tierra.

—Elizabeth…

—Liz —le corrigió ella con molestia y sonrió internamente—. Si vuelves a mencionar mi nombre aquello será lo último que digas. Ahora dime dónde está mi prometido y será mejor que tengas una buena excusa para un comportamiento de este tipo.

—Mi señora realmente no entiendo. ¿Cómo es posible esto? ¿Cómo sucedió algo similar? —preguntó él y ella se acercó hasta estar a pocos centímetros.

—¿Cuál es tu nombre? Compórtate correctamente si no quieres probar la destreza de mi arco —dijo ella.

—Tazianno —dijo él y ella le sonrió con malicia.

—Tazianno, tengo un secreto para contarte —dijo ella y entonces clavó la estaca en su corazón—. No soy esa maldita perra y si ves a su amante mándale saludos de mi parte —susurró ella en su oído cuando él cayó encima suyo ante la herida.

Entonces retorció la estaca antes de introducirla aún más y el cuerpo del monarquistas estalló en cenizas no dejando nada más que sus ropas sobre el suelo. Ella miró molesta los restos antes de volver a guardar su estaca. Una de las comisuras de sus labios se elevó ligeramente. Un monarquista real. Uno fácil de engañar pero a fin y a cabo un monarquista real.

Presa (Cazadora #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora