Lizz se detuvo un segundo antes de entrar a la oficina y se sostuvo contra la pared para no caerse. Su vista se desenfocó un segundo y se esforzó por no perder la consciencia. Tomó el reloj de bolsillo que Falco le había dado y lo abrió para fijarse la hora. Contuvo una maldición al saber que aún faltaba para la hora del antídoto pero eso no impedía que el veneno en su sangre luchara por no ser retenido.
Cerró los ojos e internamente contó hasta diez. El veneno en su sangre lentamente la estaba consumiendo. Que Sweec le aplicara el antídoto cada determinadas horas la ayudaba a seguir adelante pero necesitaba encontrar una solución completa cuanto antes. El antídoto que Falco le había dado tan solo ayudaba a combatir el veneno y retrasar sus efectos pero no lo hacía desaparecer y este cada vez era más notorio.
Cerró el reloj y lo sostuvo durante unos segundos recordándose por qué estaba allí y por qué estaba haciendo eso. Lo guardó nuevamente en el bolsillo de su falda y entró en la oficina del directivo de Dublín. A pesar de tener tan solo dieciocho años ya había estado allí más veces que cualquier otro miembro de su mismo rango. Solo en el último año ella había perdido la cuenta de la cantidad de veces que había tenido que entrar a aquella oficina. Estaba tan familiarizada con aquella habitación como con su propia casa. Sabía dónde la oscura alfombra del suelo estaba gastada o se había despegado por lo años al igual que también conocía las grietas de pintura en las paredes.
El directivo de Dublín era una persona que ella siempre había considerado comprensiva y justa, un hombre que debía rondar los sesenta años pero que seguía tan enérgico como a los treinta. Era bajo en comparación a los demás, exactamente de la misma altura que Lizz algo que a ella siempre le había resultado confortable de algún modo. Su traje era viejo y gastado y no le dedicaba mucho tiempo a su apariencia. Él consideraba que había cosas más importantes que centrarse que en tener una bonita oficina o un perfecto aspecto. Por eso los muebles eran viejos, llenos de libros y polvo, y el escritorio tenía una pata rota.
Lizz siempre lo había respetado por pensar en la Sociedad y en los demás antes que él. Lamentablemente, la persona sentada frente a su escritorio no era igual. Elizabeth lucía con descaro todas sus joyas y su ropa extremadamente costosa. Su cabello estaba recogido de un modo tirante y unos grandes lentes oscuros de marca cubrían sus ojos. Sus labios estaban pintados del mismo color que la sangre y sus afiladas uñas repiqueteaban contra el brazo del sillón.
—Llegas un minuto tarde —dijo Elizabeth con impaciencia—. Con todo respeto señor, si me obligaron a reunirme aquí con usted y esta... niña, lo mínimo que ella podría hacer es llegar a tiempo.
—De hecho, según mi reloj estoy perfectamente a tiempo y el marco de tardanza establecido según las leyes de Irlanda para los cazadores es de exactamente diecisiete minutos —dijo Lizz y se apoyó contra un muro, los brazos cruzados sobre su pecho—. Lo cual me deja con otros dieciséis minutos para poder llegar tarde.
—Pero estás fuera de servicio —dijo el directivo amablemente.
—Entonces se aplica el margen normal el cual es de tres minutos —dijo Lizz—. Todavía sigo sin llegar tarde.
—No me importa eso, no me gusta que me hagan esperar. Si tuviste el descaro de arruinar mi día ayer al menos llega a tiempo cuando te citen —dijo Elizabeth—. ¿De todos modos por qué nos citó a ambas? ¿Tiene algo interesante para decirme como que puedo vengarme de ella por lo sucedido ayer?
—A pesar de sus acciones Lizz Dunne sigue siendo un miembro de la Sociedad y como tal está bajo las protecciones de las alianzas y los acuerdos de paz —dijo el directivo, sus manos entrelazadas delante de él—. Aun así el directivo principal ha tomado medidas al respecto y ha castigado a la cazadora Lizz Dunne por sus acciones inapropiadas el día anterior.
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Presa (Cazadora #2)
AdventureLizz y Liam Dunne son miembros de la Sociedad, personas dotadas con diferentes habilidades para ser capaces de mantener la paz entre el mundo humano y el paranormal. Con solo diecisiete años, los mellizos han burlado a la muerte más veces de lo que...