Capítulo 8

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Liam se despertó sintiendo su cuerpo agotado y adolorido. Los sucesos de la noche anterior no parecían más que un confuso sueño. Llegó a creer que todo estaba bien, que lo vivido los últimos días no había sucedido realmente. Lizz estaba en casa, Damon estaba vivo, todo era como debía ser. Probablemente su única preocupación debía ser el desayuno y lo que podría resultar estar todos reunidos en una mesa. Se enfrentaría con eso apenas se levantara.

Entonces reaccionó. El dormitorio en el que estaba no era el de él, las finas sábanas de pura seda no le pertenecían y los eventos de la noche le cayeron como un balde de agua helada encima. Se forzó a controlar su mente y no dejar que sus pensamientos fueran muy intensos, necesitaba evitar caer en alguna ilusión. Podía sentirlo, casi había sido víctima de una al pretender que todo estaba bien. Pero no era así. Se había visto obligado a huir por su vida al Otro Mundo y se había refugiado en la Corte de los Vynx, su hermana estaba fuera en alguna parte y en poder de los monarquistas y era mejor no pensar en lo que Damon se había convertido.

Se levantó y se sorprendió al encontrar todo lo que deseaba a tan simple disposición. No recordaba haber visto la noche anterior la refinada mesa que había en un rincón. Tampoco recordaba haberse quitado su ropa para dormir. Se acercó hasta el mueble y observó su reflejo en la brillante agua que contenía el cuenco dispuesto en el medio. La fuerte luz solar entraba por los grandes ventanales e iluminaba todo dando una perfecta apariencia de paz y orden. La Corte parecía un lugar como el paraíso mostrando tanta pureza y luz.

Tomó el suave pañuelo junto al cuenco y lo mojó para lavar su rostro. Miró sus manos sorprendido, estaban increíblemente limpias y sin ningún rasguño. Pasó una mano por su cabello solo para encontrarlo impecable y perfectamente desenredado. Nada de aquello tenía sentido para él. Apenas Sweec lo había dejado se había echado sobre la cama prometiendo que solo cerraría los ojos unos segundos y acababa de despertar en un estado impecable como si la noche anterior no hubiera corrido a cielo abierto por su vida, atravesando una alcantarilla, un bosque y un salvaje río para llegar hasta allí.

Tomó la ropa que había a un lado y se cambió. La fina camisa de seda blanca se sentía sin peso sobre su piel. El oscuro par de pantalones tampoco y posiblemente se hubiera sentido igual sin ponerse los zapatos. Era extremadamente extraño lo delicada que era la vestimenta y se sentía como si perteneciera a otro siglo con aquellas ropas sueltas. No debería sorprenderle. Ya no estaba en su mundo, allí los Vynx vivían en completa paz con la naturaleza sin depender de nada más que ella. En más de una ocasión había visto a su hermana luciendo del mismo modo, sin nada más que sencillas y livianas prendas posiblemente cosidas a mano y pareciendo como si viviera de la naturaleza.

Su ropa de la noche anterior había desaparecido pero al menos su sable todavía estaba allí. Se puso el cinturón y se tranquilizó al sentir el familiar peso de su arma contra su cintura. Al menos aquello no había cambiado, no se sentía tan irreal. Salió del dormitorio y olfateó el aroma del pan recién horneado en el pasillo. Caminó por pasillos guiado por aquel delicioso aroma, dejó completamente atrás los dormitorios mientras avanzaba por los vírgenes corredores. Finalmente llegó a un par de hermosas puertas de un pálido celeste que parecía blanco y con detalles en un tono ligeramente más oscuro. Era irreal el modo en que todo brillaba con el color de la luz. Lamió sus labios casi pudiendo saborear la comida y abrió una puerta.

Se encontró en una habitación extremadamente iluminada y de un resplandeciente blanco como si estuviera hecha  del más refinado marfil. El lugar era enorme, los altos techos sostenidos por pilares a los costados, la luz del sol entrando por los amplios ventanales que contenían diferentes diseños y dibujos. Los demás ya estaban reunidos allí, la mayoría sentados en confortables sillas de madera y terciopelo verde, los mismos colores de la naturaleza. Rodeaban una mesa llena de platos de oro y plata con brillantes y perfectas frutas, mermeladas, panes recién horneados y todo tipo de comida que pudieran desear e imaginar.

Presa (Cazadora #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora