Primera parte: Los cazadores

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—¡Eres débil, eres débil! ¡Nunca terminarás el entrenamiento!

Los niños cantaban como si de otra canción infantil se tratara mientras ella continuaba en el suelo luego de haber sido humillada otra vez por el entrenador. Una y otra vez se repitió que no lloraría. Sus rodillas estaban tan lastimadas que no dejaban de sangrar y sus manos le dolían terriblemente. No sabía si se podría poner en pie nuevamente. La respiración le seguía siendo dificultosa y el llanto que estaba conteniendo no le ayudaba en nada.

—Mejor ser débil a idiota.

Ella levantó la vista enseguida al oír aquello. Parecía que era la única que lo había hecho y el susurro aún continuaba en su mente. Realmente era como si el susurro hubiera aparecido en su mente. Los demás niños partieron ante el grito del entrenador y la dejaron atrás, la abandonaron nuevamente. Ella se quedó helada al ver que uno se había quedado. El niño de su misma edad se mantenía frente a ella, muy cerca, observándola con firmeza. Ella ladeó ligeramente la cabeza al sostenerle la mirada.

Reconocía al niño. Conocía a todos y cada uno de los niños que se entrenaban con ella. Él no tenía ningún amigo, nunca hablaba con nadie y siempre traía puesto su gorro. Ella había notado desde los primeros días que tenía lentes de contacto y también que era diferente a los demás. Y los demás también se burlaban de él, lo trataban de raro cuando las niñas no andaban susurrando a escondidas que les resultaba lindo.

—El entrenador también se burla de ti —Dijo ella.

—Yo creo que él se burla de los demás para ocultar su propia debilidad —Dijo él y la miró seriamente—. ¿Por qué te contienes? ¿Por qué no le dices todo lo que piensas realmente? ¿Por qué no haces lo que deseas? Quieres responderle, enfrentarlo, pero no te atreves. Ni a él ni a los demás. ¿Por qué no? Ellos lo merecen. He visto cómo eres realmente. Tienes una fuerza y un espíritu que nunca antes había visto. ¿Entonces por qué retenerte? Lo peor que puedes hacer es encerrar a un animal salvaje.

—No puedo hacer nada. Ya los has oído, soy débil —Dijo ella.

—¿Y te quedarás ahí en el suelo escuchándolos? Tú no eres débil, ellos lo son —Dijo él—. Ahora ponte de pie. Serás débil si te rindes, mientras tanto no lo eres. No seas tonta, no los escuches. Ellos no saben lo que dicen.

—No soy tonta —Dijo ella con determinación y se sentó correctamente antes de mirarlo molesta—. Soy consciente de mi situación que es diferente. ¿Cuánto tiempo más crees que me debe quedar de vida? Pero claro, es fácil decirlo para ti, el desprecio por la vida humana es característico de los tuyos —Dijo ella y él se quedó en blanco—. He notado que tienes lentes de contacto para que tus ojos parezcan siempre del mismo color. También sé que debajo de ese gorro tus orejas no son como la de los demás. Lo desconforme que te muestras con todo lo que dice el entrenador tan solo lo confirma. No eres humano, o al menos no totalmente. ¿Acaso tu padre es un Vynx? Apostaría todo a que lo es. La piel, los ojos, la gracia que tienes al moverte y tu modo de hablar. Y eres británico. Tu madre es británica. No me sorprende que estés aquí, Irlanda tiene fama de entrenar a los mejores cazadores.

—Eres mejor de lo que esperaba —Dijo él y le tendió una mano—. Has acertado en todo excepto en una cosa. Tu vida durará lo que tú te permitas que dure. Ahora ponte de pie, serás una cazadora excelente algún día pero no mientras permanezcas ahí.

Presa (Cazadora #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora