Capítulo 11

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Damon suspiró con aburrimiento mientras ignoraba a Elizabeth. Le resultaba extremadamente molesto cuando ella comenzaba a hablar y simplemente no se detenía. Muy en el fondo podía escuchar su voz cargada con su habitual acento americano, nada comparado con el suave acento irlandés que él hubiera deseado escuchar. Hubiera deseado más que nada cambiar a una por la otra de haber sido posible pero de momento no tenía opción y al parecer nunca la tendría. Pensar en eso le recordó que Lizz debía estar bien, Elizabeth se había quejado de ella como habitualmente hacía de cualquiera de sus sirvientes pero aquello garantizaba que Lizz seguía con vida a pesar de no haberla visto hasta el momento.

Levantó la vista dándose cuenta muy tarde de su error. Lizz pareció no notarlo pero Elizabeth no había pasado por alto el hecho de cómo él había reaccionado cuando ella había aparecido. Ella se detuvo junto a la monarquista y dejó caer tres bolsas a su lado. Algunas de las personas que también estaban almorzando fuera, disfrutando del soleado día, la miraron pero ella los ignoró. Damon no dejó de mirarla. Ella estaba bien, y aún más, ella estaba feliz como no la había visto desde que había vuelto. Sus ojos brillaban con renovada vida.

—Tus guantes, tus pañuelos y no tengo idea de qué más pediste que tardaron media hora en embolsar todo —dijo Lizz.

—Como es debido con indumentaria de tan alta calidad, la seda de un hada araña debe ser tratada con extremo cuidado pequeña zorra irlandesa —dijo Elizabeth y frunció los labios al mirarla—. ¿Qué es eso?

Damon escuchó la furia y el desprecio en la voz de ella y su expresión le resultó tan fácil de leer como siempre, no estaba para nada complacida. Lizz no se alteró ni pareció notarlo. Ella simplemente se mantuvo de pie, sosteniéndole la mirada a Elizabeth sin temor a fijarse en aquellos fatales ojos. Damon también pudo leer su expresión fácilmente, estaba feliz de haber conseguido aquella reacción de parte de la monarquista. Era como si simplemente hubiera pasado el suficiente tiempo con ambas cazadoras para poder ver más allá de lo que mostraban.

Durante un momento realmente deseó que Lizz tuviera su habitual aspecto de cazadora, que no luciera tan bien que él difícilmente pudiera despegar sus ojos de ella. El cuero negro de sus botas relucía, llevaba puesto unos ajustados jeans y una camisa a cuadros roja y azul que favorecía su delicada figura. Su cabello estaba fuera de su rostro, dos pequeños clips plateados manteníen sus cortos mechones controlados. Tenía una chaqueta negra que la protegía del frío y definitivamente no le pertenecía a ella por quedarle grande.

Y Damon supo, en aquel momento, que ella no había estado sola durante la noche y la causa de su felicidad era otro. No le fue difícil conocer la respuesta, el príncipe haría cualquier cosa por ella y jamás le permitiría sufrir dolor. Quizás él estaba equivocado respecto a lo que pensaba de Falco, quizás estaba siendo egoísta porque no deseaba aceptar que Falco también podía hacerle bien a Lizz pero entonces recordaba que él no había notado las veces que ella se había cortado. Damon siempre lo hacía.

Se fijó en lo que Elizabeth estaba mirando con tanto odio y envidia. Había un pañuelo del mismo azul oscuro que los cuadros de su camisa atado alrededor del delicado cuello de Lizz. Mejor, cuanto menos estuviera expuesto el cuello de ella más segura estaría. Agradeció que sus oscuros Rayban ocultaran sus ojos, ella no tenía que saber que no podía dejar de mirarla con anhelo y preocupación.

—¿Qué? —preguntó Lizz.

—Ese pañuelo. No estaba allí antes. ¿Es eso tela tratada por tejedores? —dijo Elizabeth, su ira tan grande como su envidia—. No creas que no lo he notado. Un trabajo demasiado fino. La planta fue específicamente cultivada para producir ese hilo y la tela fue compuesta a mano por tejedores, hebra por hebra.

Presa (Cazadora #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora