CLIII

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La figura solitaria de la chica envuelta en abombado abrigo se deslizó entre la penumbra precedente al alba hacia las formaciones montañosas. Aunque, desde la tarde del día anterior hacia su profunda noche, recorrió todo el camino que pudo tan rápido como le permitió su entumecido cuerpo hasta que hizo demasiado frío que se vio obligada a peregrinar en un pequeño pueblecito y dormir allí, volviendo a salir muy temprano, se había demorado un poco más de lo acordado. Recordaba que aún estaba oscuro cuando Namoo la sacó de la fortaleza hacia ese lugar donde todo lo visible era arena, agua, montañas lejanas y un par de enormes pináculos que parecían brazos estirándose desde el mar hacia el cielo como un recién nacido, y ahora... ah... ahora estaba aclarándose a cachos el cielo recubierto de nubes recién exprimidas como una de las franelas que usaba para limpiar meticulosamente el escritorio del magistrado después de que hubiera estado trabajando con varios bloques de tinta.

Alrededor de cuatro horas había caminado desde el pueblo a los altos cerros vislumbrando vagamente entre la oscuridad del llano agradecida de que el invierno hubiera despejado por completo los vestigios de hierba y, por lo tanto, el riesgo de que algún criminal se escondiese en el paso a no ser que tuviera el valor de hacerlo en la nieve; las rocas más cercanas estaban a varios metros, así que, si alguien decidía espiarla con intención de ataque desde allí, por lo menos le daría suficiente tiempo para alejarse después de percibirlo. Aliviada también de que la cima del monte no fuese tan alta como la montaña del santuario y la inclinación fuese reduciendo conforme alcanzaba el altiplano. Desde arriba, al principio, sólo se apreciaba en la lejanía la corriente del mismo río que la había llevado en su sentido antes y la extensión de tierra salpicada de rocas grandes y pequeñas antes de despejarse por completo más allá. Unos kilómetros más adelante, se abrió paso en la visión una parte de las murallas gruesas de rocas blancas y, cuando el cielo ya estaba claro, lo visualizó entre la bruma: la misma "garganta del monstruo" custodiada a varios metros detrás por la silueta imperturbable de un joven hombre.

A una distancia que aún les hacía verse como dos simples formas sin rostro, ambos se quedaron quietos. Los ojos brillantes del chico se fijaron mucho tiempo en ella sabiendo que no podría ser nadie más, pero cuestionando si acaso era real o la enorme preocupación que lo había hecho alejarse de la caverna le estaba provocando esperanzadores espejismos. Se encaminó hacia ella deslizando sus pies entre la neblina; primero lento y corto, después con pasos más largos hasta avanzar a una velocidad cercana a correr. No podía ser un espejismo; repitió mientras esa silueta ondeando muchas mantas se empezaba a precisar. Ya una vez despejada de la sutil nuble fría pudo apreciar mejor su imagen tambaleante. Llevaba la canasta en un brazo y estos dos los llevaba cruzados sujetando el improvisado abrigo. Un poco más cerca comenzó a notarla cojeando ligeramente. Se detuvo en seco, un poco ofuscado por la culpa de pensarla herida y otro poco por hacerla afrontar ese clima cuando su cabello parecía estar goteando. Ella continuó un poco más rápida. Podían ya verse la cara y ella estaba sonriendo como quien regresa a su anhelado hogar brillando intensamente. A unos pasos de él, la chica cayó de rodillas con un simple suspiro decorando el sonido del golpe sobre la tierra.

— Iseul. —Apenas llegó hasta ella, se encogió lo suficiente para mirarla de cerca. Ella elevó la cara hacia él consiguiendo apoyarse un poco sobre sus rodillas y palmas.

— Mi señor —Le sonrió— la conseguí. —Estiró su brazo con la canasta hacia él. Tenía la cara pálida, los labios secos por los besos toscos que le hubiese estampado el viento en su camino y estaba un poco mojada delatando su andar bajo la llovizna que permaneció hasta la madrugada. Estaba ahí, con medio cuerpo erguido, sujetándose con una mano a la del magistrado y con la otra mostrando su canastita con orgullo como si su voz y su cuerpo no temblaran, como si no estuviera lívida sufriendo. Perdió equilibrio mientras él la analizaba. Su cuerpo se inclinó hacia adelante en lo que habría resultado como una aparatosa caída, pero no tocó el suelo. Fue rescatada por él.

Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora