CLII

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La visión de un poblado cercano le volcó el estómago de cierta manera. Remar hacia el lado indicado del río, hallar a alguien que la llevara hasta la provincia y no decir nada no habían supuesto retos difíciles. Todo lo contrario; incluso había conseguido entablar una buena conversación con padre e hijos que habían agradecido sus monedas a cambio del viaje y compartido comida y fuego mutuamente. Le contaron sobre la situación difícil para los pobres y la imposibilidad de saciar sus estómagos y los porcentajes que exigía el "gobierno de los nobles", así como las consecuencias a las que se sometían si optaban por el primero en una sola ocasión, y aclararon que no se atreverían a preguntarle sobre sus razones de viajar sola o de hablar poco sobre sí misma, asegurando que la entendían como una de las pobres víctimas de la situación. Había sido agradable, hasta ese momento. Quizá se había acostumbrado ya al bullicio del mercado en esa ciudad (de la que cayó en cuenta no saber su nombre), pues el silencio que se sentía desde su ingreso en el poblado se sintió como si estuviesen viendo a criminales sentenciados a muerte en lugar de una carreta de comerciantes.

La gente se movía rápidamente subiendo y bajando por el suelo de pura terracería, entrando y saliendo del gran único arco de piedra en el que resaltaba el nombre de la villa. Ella estaba de pie junto a la carreta que los dueños descargaban con calma frente a un local de telas.

— ¿Estarás bien aquí, niña?

— ¿Eh? Claro que sí. —Reaccionó de inmediato. Les regaló una sonrisa y se inclinó un poco para agradecer:
— Gracias por traerme. Tengan un viaje a salvo a partir de aquí.

— Eres una muchacha encantadora. Si mis dos hijos no estuviesen casados ya, te ofrecería que vengas con nosotros. —Ella sonrió por cortesía.

— Gracias por sus palabras, señor.

Se despidió con una venia más y se alejó con la cara en alto como jamás se hubiera imaginado que haría en todo el territorio de Joseon. Le temblaban los nudillos a causa del frío y los nervios de volver, y la canasta se movía suavemente contra su costado; llamaba la atención por lo bien vestida que estaba, aunque aún Namoo le había asegurado que eran las ropas más humildes que pudo encontrar, así que tuvo que soportar las miradas durante un rato.

Como ya la oscuridad se ceñía encima, apenas dio unos vistazos a las orillas del camino decepcionándose al no hallar lo que buscaba. Luego preguntó a unos cuantos por una posada siendo guiada hasta una taberna en cambio, donde la dueña la miró de pies a cabeza y la atendió con la amabilidad con la que se trataría a la familia de un acaudalado terrateniente. Algo que no esperaba.

— No es común ver a mujeres andar por aquí sin compañía, pero no debes preocuparte; te daré una pieza privada separada de nuestros invitados. Aquí la comida es buena, así que puedes gastar sin preocuparte de ello.

Había sido la base de la conversación de la señora en el camino a una habitación en el fondo del pasillo más lejano. Casi no llegaba el ruido y el aroma a inciensos perfumaba con sutileza. Agradeció notando cómo la mujer seguía mirándola, tratando de descifrarla a partir de sus vestimentas de seda y lana.

— "Quizá realmente llevo ya mucho tiempo fuera".

Pensó cuando estuvo sola, comparando sus prendas con las de la casera, de colores sobrios y sin bordados sorprendentes como las aves de colores que llevaba ella en la capa. Analizó también los zapatos que había visto fuera. Todos de bonitos colores, pero comunes. Los de ella llevaban un tacón grueso de plataforma y eran botas abrigadoras. Claramente, una persona debería tener mucho dinero para poder comprar algo así allí.

Se quedó un poco aturdida analizando la situación. Si los grilletes reflejantes en sus brazos no habían sido entendidos por la gente como declaración de esclavitud, ¿cómo tratarían entonces a las familias o a sus miembros individuales si los vieran salir? Ellos vestían finamente, con ornamentos y joyas que quizá ni el emperador habría de usar, caminaban con el porte de quien naciera para gobernar y hablaban con una solemne amabilidad capaz de derretir la voluntad de cualquiera. Una sonrisa se formó vagamente en sus labios imaginando tal suceso. Tras un suspiro, repasó el recorrido narrado que le dio la casera haciendo énfasis en el camino hacia el área de la pileta y se planteó la posibilidad de ir por agua mientras aún hubiese tantas luces encendidas.

Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora