CLVI

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Las puertas de la mansión, aunque estaban cerradas, golpeteaban intentando soltarse del seguro. Las linternas fuera, apagadas, danzaban en el mismo sentido que las calvas cúspides de los árboles, cediendo sumisos al enfurecido soplo.

Los más minúsculos ruidos se volvieron horriblemente estrepitosos ante la impaciencia del más joven en la pieza, a la espera de escuchar algo. Una explicación, reproches, deseos de té o bocadillos. Lo que fuera, pero que fuera algo. En cambio, Yul se mantenía en silencio. Se había acercado a la ventana y admiraba a través del cristal el paisaje sombrío sin emitir, siquiera, el ruido de su respiración. Jeong se había ocupado en un tejido nuevo; en su calma jamás olvidaba su par de agujas y estambres de colores. Ari, por su parte, había llevado consigo los resultados contables que le había entregado Narae días antes y se hallaba entretenida haciendo cuentas mentales o con su ábaco transportable, cuyo golpeteo de las cuentas se estaba volviendo insoportable. Namoo había aprendido la paz y el rostro calmo de sus tíos, pero aún guardaba cierta impaciencia que se le desbordaba en ocasiones como esa.

Inhaló intentando que su voz no rompiera la burbuja emitiendo un sonido similar al que provocaría el derrumbe de la torre vigía. Luego habló:

— Tío... ¿es eso cierto? ¿Se han burlado de la historia de nuestro pueblo?

— Te exasperas pronto, Namoo. —Respondió apacible sin apartar su mirada del cristal. — Aún tienes que practicar el tomar control de tus reacciones.

— Tío —Se aproximó a él. Su rostro no denotaba la ansiedad que su voz sí—, dígame, por favor.

— Es verdad. —Consintió sin hacerlo ansiar más. — Todos lo hicieron. Eras muy pequeño para recordarlo, pero al inicio nuestra gente intentó construir un comercio interno para sostenernos mientras pasaban los días más difíciles del invierno. Pocas villas aceptaron el trato, la mayoría, incluyendo a Pyongan tiró piedras a los visitantes reconocidos como gente de Hamgyong, los llamaron "tiranos", "asesinos", "traidores del imperio". —El recuerdo volvió vívido a sus ojos.
— Quizás otros no lo sabrían, pero nosotros sí. Sabemos que, desde antes de la imposición de Hwang, enseñaban a su gente que la villa al norte, antes de campesinos moribundos, se había vuelto una villa de asesinos. Hacían espectáculos de comedia reviviendo el momento en que asesinaron a papá glorificando y vitoreando al emperador. Después del surgimiento del estado aún hacían esas burlas; impulsaron la idea de que fuimos responsables de la muerte de muchos, pero adulaban asegurando que un día el emperador cortaría nuestras cabezas y las elevaría ante su gente para reclamar el territorio. No sólo en Pyongan. Hacen incluso cosas peores en otras provincias.

Namoo se indignó frunciendo el ceño. Se mordió los labios. Sus pupilas pasearon en el suelo analizando aquellas palabras e intentando tragar sus pensamientos.

— Entonces, ¿por qué le permite quedarse, tío?

Yul lo miró.

— Namoo, eres joven aún. Es obvio que sólo estás pensando desde ti mismo; todos intentan mantenerse con vida tanto como puedan. Si juntamos a todos los esclavos más recientes y les preguntamos, dirán que aquí tienen una buena vida y son tratados con dignidad. Se les ha enseñado que no habrá consideraciones si violan cualquiera de las leyes y ellos mismos no quieren probar qué es lo que sucedería porque son sensatos; ahora saben que vale más agradecer lo que se tiene que ansiar lo que se desconoce. Si lo preguntas de otra manera a aquellos que siempre fueron esclavos: ¿por qué se quedaban con un amo tan malvado antes? Porque no habrían de hallar algo mejor. Porque tenían techo, comida y ropa, aunque fueran las sobras de todo. Buscaban no molestar a su amo por miedo a perder lo poco que tenían, aunque odiaran esa vida y a quien se las proveía. Ese hombre y sus anhelos no son distintos. Su gente quiso agradar al gobierno porque antes los consintieron, ahora son olvidados; se esforzaron e hicieron ademanes más exagerados intentando llamar la atención del emperador, pero simplemente no lo lograron y ahora finalmente se han rendido. —Jeong se acercó rozando con las puntas de sus dedos el brazo de su amante. Le dedicó una sonrisa y después al sobrino:

Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora