El mar es el misterio más grande que exista para el ser humano, sólo con la indescifrable extensión del cosmos por delante y la intuición detrás.
A veces, las olas se extienden suavemente; apenas humedecen la arena en la costa y la arrastran entre su espuma que hace parecer que las nubes se han recostado sobre el manto azulado de la tierra; otras veces se alzan y empapan todo contra cuanto se estrellan; a veces con amor apacible que desborda diversión para cuantos disfruten de jugar entre ellas, pero... a veces, su cresta enfurecida y su cuerpo cóncavo se elevan más allá de lo que cualquiera quisiera ver y es recibida con el despeje de toda zona cercana para que azote e inunde a sus anchas sin dañar a la población que no se esmeraba en luchar absurdamente contra ella avistando su inminente derrota.
Al paso del tiempo, Yeoreum disfrutó comparando su propio desarrollo y crecimiento con el del mar; aprendió a medir la fuerza y altura de las olas y distinguir los daños que podrían causar; en su mente se formó un cuartel seguro par sí misma dentro de los túneles acuáticos en el que se podía deformar y volverse parte del mar y es que, luego de una infancia llena de eventos extraños provocados por su propio estado de ánimo, se sentía más en sintonía con algo tan inexplicable pero visible como el mar que con su propio cuerpo que, como en ese momento, a veces no acababa de amoldarse a ella misma haciéndola sentir inquieta.
Si fuera espuma del mar, quizá sabría qué es lo que me angustia tanto.
Para cuando terminó de estudiar todos los documentos que le había facilitado Namoo y los demás que le señaló Ari ya habían pasado varios días desde la última reunión. Habían, incluso, regresado las mañanas oscuras.
En aquella, el viento aullaba en los aros del móvil colgado fuera de la mansión kyriotés. Llegaba desde las profundidades amenazando, con el bravo mar, a los barcos que se atrevieran a dejar las costas. Toda la costa rugía. A veces con tanta fiereza que parecía que iba a elevarse y devorarlo todo. Las calles estaban vacías. Los patios desolados.
— Hoy es el día. —Pensó, sin angustia, para sorpresa suya.
Se levantó del lustrado y largo escritorio de madera gruesa y pesada. No es que hubiera un especial detalle por el que denotar los grabados, el peso o que estuviera hecho de caoba tallada a mano, simplemente lo hizo acariciando con las yemas de sus dedos los bordes del mueble. Luego se lavó y vistió sintiendo, inquietante y constantemente, el impulso de mirar por la ventana, mas, no vio nada excepto niebla asentada en las callejuelas como el humo que flotaba en el santuario al colocar todos sus inciensos en cada procesión.
Exhaló.
El repique de enormes jjang se expandió como en un amplio y despejado valle.
¡Dang! ¡Dang!
El único ruido que competía con las olas proviniendo desde la altísima torre vigía; orgullosa y desafiante se elevaba sobre un enorme conjunto de rocas adentradas unos veinte o treinta metros en el mar, que llegaban a ser cubiertas por la marea al subir. Era un sitio de gran altura, por lo que sólo podían trabajar allí aquellos que soportaran más altura que la alcanzada por el santuario central. Hecha completamente de rocas, rompiendo el viento en sus sólidos muros y con el mar relamiéndole los cimientos, desafiando a cualquier elemento a tratar de afectarla siquiera un poco, sostenía en su cúspide parapetos de bordes cuadrados custodiando la oficina de vigilancia. Un espacio preparado para albergar a doce guardias que se encargaban de revisar el nivel del mar, la distancia de la bruma, la proximidad de la marea, las olas, tormentas o navíos; y bajo la pirámide que le formaba el techo colgaban enormes platillos metálicos cuyos golpes se usaban para avisar del resultado de sus observaciones.
¡Dang! ¡Dang!
Dos por cada vez significaba que las costas no eran seguras aún e incitaban a todos a permanecer dentro de sus hogares.
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Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇
Historical FictionHay quienes dicen que la mala sangre se hereda, que si has nacido con un corazón negro así será para siempre, pero lo cierto es que nadie nace odiando, mucho menos deseando ver a todos a su alrededor muriendo en soledad y agonía, en el olvido, la de...