CXLVIII

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Una visita al médico. Esa era la misión. Pero no al médico de la mansión.

Al mediodía, la había montado en una calesa de la ciudad costeña con rumbo a la capital y le había dado instrucciones para acudir a un sitio en busca del médico más viejo; Hwang Hyun. Famoso por haber desarrollado muchos métodos de sanación, distintos tipos de medicinas, responsable de destilar los antídotos de los venenos de cuantas especies descubrían y... también, de haber mantenido con vida a todos los ancianos que aún existían en el estado, guerreros y niños, incluido él mismo.

Esperaban encontrar un remedio...

— ¿Frío interior?

La esclava asintió.

El anciano era delgado y de cabello largo, ya blanco, cayendo sobre su espalda. Le era apartado de la cara por media coleta que recogía los mechones más cercanos a esta; parecía tener un severo problema en una de sus piernas porque usaba un bastón y arrastraba ligeramente su pie izquierdo. A pesar de ello, era impresionante verlo con una postura tan recta. No llevaba ningún tipo de gorro o sombrero que lo distinguiera como hacían los eruditos al servicio del emperador de Joseon, tampoco es que tuviera un uniforme en particular. Sus ropas eran simples. De un color sólido marrón y cinturones negros. Si no fuese porque fue él quien respondió al nombre que le dieron a ella para hallarlo, probablemente no se habría creído que él era un médico tan aclamado.

Lo siguió mientras el hombre se aproximaba a un podio delante de un enorme librero.

— No es algo usual en adultos. ¿Qué clase de síntomas se presentan?

— Dificultad para moverse, sensación de que un ratón le está comiendo el hueso. Le duele y no soporta mucho peso. Como si le perforasen el hueso una y otra vez y la sangre se congelase en el mismo lugar. A veces cruje y chasquea con sólo moverlo. —El hombre dejó de hojear su enorme libro y elevó sólo las pupilas para mirarla.

— ¿Hablas del magistrado superior? —Ella bajó la cabeza sin saber responder. Entonces el anciano pronunció en un suspiro:
— Ay, ese muchacho. No es la primera vez que busca soluciones para su condición esperando que nadie más lo sepa. —Miró de vuelta a la chica. — ¿Y te ha seleccionado para ser su alcahueta? —Ella lo miró confundida.

— ¿Su qué?

— Te ha pedido que lo mantengas en secreto, ¿no? —Ella asintió.

— Mi señor está preocupado de causar enfado o angustia en su señora madre o en la mansión, así que me ha dicho que debo ser discreta. —El médico asintió.

— El problema es que los remedios de esa condición no son exactamente discretos. —Lamentó volviendo a hojear su libro. — Yo mismo lo sé. ¿Ves esta condición en la que está mi pierna? Es debido a una herida profunda y una complicada fractura que hasta hoy en día me causa molestias en estas fechas de frío.

— Pero... ha podido sobrellevarla, ¿verdad? Debe conocer una manera.

— Por supuesto, niña. Pero a diferencia de Namoo, yo no necesito mantenerla en secreto. Todos saben que tengo esta herida y por ello me es fácil tratarla. Intentar resolver las secuelas de un hueso roto requieren terapias, ejercicios y acondicionamientos adecuados que pueden ser demasiado evidentes para quienes los conocemos. Para terminar: Namoo es sensible a varias hierbas y destilaciones de medicinas. Es de los niños que resultaron afectados por el estancamiento del río cuando el estado se levantaba y la presencia de todos los medicamentos que le administramos le generaron sensibilidad después. —Iseul miró al anciano. Él buscaba en una hoja. Le dio la vuelta y se detuvo.

— Parece un hombre tan sano.

— En general lo es, pero no es fácil tratarlo con medicamentos convencionales. El almirón sería la medicina adecuada porque crece dentro del estado y se puede conseguir incluso en los campos silvestres, pero para él sería inútil; también, aún vendrán días fríos. ¿Le afecta mucho el clima?

Herencia de sangre | 𝑺𝒑𝒊𝒏-𝒐𝒇𝒇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora