161: Siempre has sido tú

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Álvaro lucía particularmente molesto mientras me observaba. Odiaba ese sentimiento de incertidumbre, así que pregunté con el ceño fruncido:

-¡Si! Te lo diré si me preguntas.

Él se levantó y su sombra caía sobre mí.

-¿Quién era el hombre que te abrazó por la espalda ayer?

Me quedé congelada por un momento y después lo miré con incredulidad.

-¿Me estás espiando? -Una ola de una ira inexplicable hervía dentro de mí-. Vaya, Álvaro. ¿Qué significa esto? ¿Ahora ni siquiera tengo derecho a libertad y privacidad?

Su mirada era sofocante y retrocedí sin darme cuenta. Él tomó mi hombro y cuestionó:

-¿Por qué estás tan ansiosa por retroceder? ¡Eres mi esposa! ¿No debería saber en dónde te encuentras?

-Si, si. Deberías saberlo. Lo que sea que el gran señor Ayala diga es una orden.

Enseguida me quité sus manos de encima pues ya no podía soportar el olor a tabaco y alcohol. Antes de que pudiera salir del estudio, él tomó mi muñeca y me puso entre sus brazos.

-¿No me lo vas a explicar?

Odiaba el sentimiento de no tener nada de privacidad, por lo que la ira continuaba hirviendo dentro de mí.

-¿Qué debo explicar? ¡Es justo como lo ha dicho, señor Ayala! ¡Salí con la persona que me gusta y pasé la noche con él en un hotel! -grité. Después, me giré enseguida para mirarlo y continué-. Si estás satisfecho con la respuesta, ¿puede dejarme ir, Señor Ayala? ¡No me agrada el olor a tabaco que hay aquí!

Los ojos de Álvaro se oscurecieron y se volvieron aterradores.

¡Quiero la verdad, Samara!

-Esa es la verdad. ¡Es lo que querías escuchar!

Si él confiaba en mí, no hubiera recurrido a espiarme. Debido a su ira, apretó su mano que tenía en mi cintura.

-Entonces parece que no tenemos nada más de qué hablar.

Álvaro me empujó hacia la pared como una bestia que había perdido el temperamento y me apretó contra ella antes de quitarme la ropa a la fuerza. Mi espalda dolía por estar presionada contra la pared, pero solo respiré hondo y no dije nada, dejando que continuara con sus acciones agresivas. Poco después, su respiración se volvió agitada y dejó de moverse. El hombre frente a mí me observó y preguntó:

-¿Qué tipo de relación tienes con él?

Era obvio que todavía tenía una pizca de racionalidad intacta. No soportaba el olor de tabaco que nos rodeaba y no pude evitar fruncir el ceño cuando lo miré con frialdad.

-¿Me creerás si te digo?

Él asintió con una mirada indescifrable en sus ojos.

-Es un amigo mío de la Universidad. Tiene que encargarse de algunas cosas aquí en Ciudad J y solo fui al aeropuerto a recogerlo.

No le conté sobre la enfermedad. No tenía sentido que le contara algo que ni siquiera era certero, además de que solo me haría lucir melodramática. Álvaro agachó su cabeza; su rostro se encontraba muy cerca al mío mientras susurraba:

-¿Sigo siendo el único que está aquí? -dijo mientras ponía su mano sobre mi corazón. Sentí un nudo en la garganta y por un momento, no pude decir nada.

-Si. Siempre has sido tú -dijo en voz baja.

Las yemas de sus dedos acariciaron mi mentón y nuestros ojos se encontraron. Él no pudo ocultar el deseo en sus ojos mientras bajaba la cabeza para luego darme un beso. Por alguna razón, me sentí molesta y tomé su mano enseguida.

-¡Debo ir al baño!

Las sombras en sus ojos se volvieron más oscuras; al notar eso, apreté mis labios, incapaz de desahogar mis emociones. Esto era una enfermedad. Y no era algo que podía contarle a los demás.

-¡De acuerdo!

Después de eso, Álvaro me cargó hasta el baño. Después de varias vece haciéndolo, podría haberse sentido terrible. Respiraba con dificultad mientras me empujaba con la pared y se agachaba. Sus acciones me alarmaron y tomé sus manos al instante y sacudí la cabeza.

-¡N-no, Álvaro!

Él me miró y su voz seguía ronca mientras decía:

-Pórtate bien...Solo hay que intentarlo. ¡No siempre puedes depender del agua!

-¡No! -contesté mientras sacudía la cabeza.

Él se detuvo al ver que estaba insistiendo tanto.

-Solo resiste por ahora.

Me mordí los labios, sintiendo asco mientras le decía:

-¡Basta, Álvaro!

Me sentí extremadamente incómoda, así que era mejor no hacerlo. Lo empujé lejos de mi cuando dije eso y vi su rostro triste. Me sentí desanimada en un instante y le dije:

-Lo siento. Deberías ir con Rebecca.

Lo decía enserio. Parecía que ya ni siquiera podíamos continuar con la vida más básica de casados. Nadie podía aceptar un matrimonio así. Sin siquiera mirarlo, entré deprisa a la habitación. Me acosté después de darme una ducha y mis sentimientos eran un desastre. Él entró poco después. Pude escuchar el sonido del agua en el baño y salió después de una hora. Luego de secarse, se acostó a mi lado y me tomó en sus brazos.

-Iremos a ver a un doctor cuando hayas dado a luz -dijo con voz ronca. Yo me quedé en silencio, pero por dentro me sentía angustiada.

-¿Y si no me pueden curar?

Esto era algo psicológico, no físico.

-¡Te vas a curar! -dijo después de apretar sus brazos.

La habitación se llenó de silencio. Después de un rato, escuché el sonido  de su respiración suave, lo cual indicaba que se había quedado dormido. Yo me quedé acostada en la cama sin poder moverme mientras pensaba en si debería contarle a Javier sobre esto.

La tarde era calurosa y el cuerpo de Álvaro estaba relativamente más caliente, provocando que yo comenzara a sudar entre sus brazos. Ajusté mi cuerpo un poco, pero él apretó su agarré alrededor de mi cuerpo.

-¡No te muevas!  Duerme conmigo un poco más. No dormí bien anoche.

Yo...Supongo que no durmió por toda la noche. Ambos dormimos hasta que oscureció afuera. Yo ni siquiera estaba cansada al principio, pero al estar en sus brazos, no pude hacer nada más que dormir con él.

Reticencias de amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora