Capítulo 90 Una vida amarga

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Álvaro asintió y a pesar de que solo habían pasado un par de horas, parecía que había envejecido unos cuantos años. Por otro lado, me sentía tan cansada por haber sido llevada al hospital que pronto me quedé dormida. A la mañana siguiente, me desperté porque se escuchaba mucha conmoción y dentro de mi habitación, estaba una enfermera cambiándome el catéter, me di un leve masaje en las sienes y pregunté:

-¿Quién esta discutiendo afuera?

-Son el señor Ayala y la señorita Villa, ella quiere entrar a verla pero el señor se niega a dejarla entrar, por eso está llorando afuera.

<<¿Llorando?>>

Permanecí en silencio pues imaginaba que las lágrimas de Rebecca serían falsas. Cuando me di cuenta de que la enfermera estaba a punto de irse le dije:

-Cuando salga, ¿podría decirles que pasen, por favor?

Ella asintió y tomó los recipientes con medicina y se fue, poco después, Álvaro y Rebecca entraron a la habitación, ella traía la frente vendada, probablemente por el incidente de la noche anterior; sus ojos tan bellos se miraban rojos como la sangre, lo que la hacía verse más lamentable. Entraron juntos, me miró y fingió estar preocupada por mí:

-¿Samara, estás bien?

Me reí.

-Siento mucho que todavía esté viva, supongo que tu deseo no se ha vuelto realidad.

-Samara, ¿es necesario que seas tan sarcástica? -Álvaro parecía sentirse bastante agotado y no le agrado mi comentario.

Una vez más me reí y con indiferencia contesté:

-Como no me atrevo...Pero usted es muy impresionante, señor Ayala, en una sola noche casi me mata. A decir verdad, preferiría no estar cerca de usted.

Debido a la situación en la que estábamos parecía no estar dispuesto a hablar conmigo, incluso se llevó a Rebecca del hospital. Una vez sola y recostada en la camilla de la habitación, no podía evitar sentirme abatida y derrotada, pues siempre había un punto en la vida en el que se suele perder toda esperanza. Durante los siguientes días sucedieron muchas cosas; la impactante noticia que publicó Nicolás, que Rebecca había sido reincorporada a la familia y el regreso de Jonathan a Ciudad J para desempeñar su carrera, no obstante, ninguna de ella me importo.

Ya tenía una semana entera en el hospital y llevaba un embarazo de 3 meses, además, poco a poco comenzaba a notarse más debido al crecimiento de mi vientre; a veces, me quedaba perdida mientras acariciaba mi barriga o miraba el techo. También, Álvaro me visitaba casi todos los días y de vez en cuando platicaba conmigo, pero siempre terminábamos discutiendo; ocurrió tantas veces que al final dejó de venir al hospital con tanta frecuencia. Sin embargo, como había pagado mucho dinero para mis cuidados, tanto las enfermeras como los médico cuidaban bien de mí; a pesar de todo, tampoco me atrevía a preguntarle porque ya no me visitaba tanto, pero la señora Hernández lo hacía todos los días y siempre me llevaba diferentes sopas.

A veces, mientras me quedaba pensativa y soñaba despierta, me sentía menos capaz de tener a este bebé, probablemente debido a mi estado mental, sobre todo porque pensaba que si no lo tenía, podría dejar a Álvaro y llevar mi propia vida sin preocupaciones; cuanto más lo pensaba, más quería abortar a mi hijo. Sabía bien que esas ideas se debían a mi salud mental pero aun así, no pude evitar pensarlo.

Durante los fines de semana se podía observar cómo comenzaba a florecer los árboles de jacinto en las principales calles de Ciudad J; las flores  púrpuras que inundaban cada espacio de la ciudad la hacían parecer un lugar más vivo, a comparación de su aspecto normalmente monótono. Unos días después, por fin me dieron de alta; Álvaro iba conduciendo muy lento, como si a propósito quisiera que admirara el paisaje tan hermoso de las calles; giré un poco la cabeza para contemplar la belleza del lugar pero de repente, mi mirada comenzó a desenfocarse

-Ávaro, creo que ya me perdí a mí misma por bastante tiempo. -En realidad desde que lo conocí, dejé de ser yo misma, me había convertido en una persona terca, egoísta y fría...

<<¿Por qué me volví así?>>

Álvaro frunció el ceño y la mirada de su apuesto rostro se tornó seria.

-Tu vientre está creciendo, deberías olvidar el caso de HiTech por un tiempo y tomémonos un descanso, incluso podríamos viajar.

Sabía que quería que me desestresara pero en realidad no tenía ganas de ir a ningún lado, así que sacudí la cabeza en negación y me acaricié el vientre.

-Pronto terminará la auditoría a la Corporación Ayala y tampoco daré a luz en estos meses, así que preferiría continuar con el caso de HiTech.

Él se quedó en silencio por unos minutos pero dijo:

-Esta bien, si surge algún problema no dudes en buscarme.

Luego de eso, permanecí en silencio; por la ventana podía observar a las parejas que iban por la acera abrazados y recordé los últimos 20 años de mi vida, parecía que jamás había salido con alguien como se debe, tampoco había experimentado el amor, ni amar ni ser amado. Ya había pasado una cuarta parte de lo que se suponía que era mi existencia pero al parecer no tenía ni la más mínima idea de lo que era. Al tener eso en mente, no pude evitar ver hacía el lado contrario y reírme de mi misma:

<<¿Acaso estaba destinada a llevar una vida tan amarga?>>

-¿De qué te estás riendo? -preguntó Álvaro cuando se dio cuenta de mi reacción.

Yo solo sacudí la cabeza y respondí sin problema alguno:}

-Es que de  repente pensé en algo que me dio mucha risa.

-¿En qué cosa? -Aunque él en verdad quería saber, yo no me sentía con las ganas de responder.

Entonces, el silencio una vez más reinó en el auto. Después de un rato llegamos al chalé y en cuanto me bajé, la señora Hernández ya me estaba haciendo una pregunta:

-¿Se siente mejor? Le preparé un poco de avena, ¿le gustaría comer?

Le sonreí con debilidad y negué con la cabeza.

-Señora Hernández, esta mañana me llevó sopa de pollo al hospital y todavía sigo muy llena como para comer otra cosa...

Reticencias de amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora