139: Lluvia

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Después de eso, bajó corriendo. Miré la sopa frente a mí y me perdí en mis pensamientos. Cuando yo nací, no recibí mucho amor o atención en mi vida y el <<Amor>>, por así decirlo, que conocí era casi igual. Para ser franca, nunca supe mucho sobre el amor familiar y mucho menos sobre el amor romántico, así que no sabía nada sobre el amor ni como amar a alguien.

Cuando la abuela me adoptó, me mostró lo que el amor y el cariño eran durante aquellos pocos años. Yo la veía a ella y sus cuidados como una figura de amor. Por el otro lado, el comportamiento extremo de Jonathan, su rigidez y apatía solo era necedad para mí. Por el contrario, el apoyo y protección de Mayra eran amistad. En cuanto a Álvaro, durante nuestros dos años de matrimonio, era rara la ocasión en la que me trataba bien y nunca me atreví a considerar esos escasos momentos como amor romántico. Nunca fue mi intención malinterpretar sus acciones por amor. Yo sentía algo por Álvaro y es por eso que soporté su comportamiento frío en silencio, pero eso no significaba que debía ser una tonta que creyera que sus migajas de amor eran un amor real.

El cielo se estaba oscureciendo y ya estaba exhausta, pero no pude conciliar el sueño a pesar de estar acostada por bastante tiempo. Parece que me había acostumbrado a dormir con Mayra. En ese momento, al estar sola en la cama, pude sentir un vacío en mi corazón. En la ventana se alcanzaba a escuchar el viento aullando, seguido de una fuerte lluvia. Sin poder dormir, miré el reloj de la pared; ya era la 1:00 de la madrugada. Sentí mucha frustración de estar acostada sin poder hacer nada, así que salí del balcón. Como la última vez que salí al balcón terminé empapada, Álvaro mandó hacer algunas modificaciones al balcón. Ahora, no importaba que estuviera lloviendo, solo podía sentir la brisa helada.

Mi frustración no cesó, así que decidí bajar al jardín. La señora Hernández había plantado varias plantas en el jardín y ahora que estaba lloviendo tan fuerte, las plantas se inclinaban hacia el lado por la fuerza de las gotas. Tal paisaje se asemejaba a mis pensamientos. No pude evitar pensar en todo lo que estas plantas y yo teníamos en común. Con tales pensamientos, caminé hacia el jardín y dejé que la lluvia callera sobre mí. Mis pijamas de verano eran delgados, así que, en cuestión de segundos, terminé empapada de pies a cabeza. La lluvia no era fría, pero se sentía muy bien estar debajo de ella. Llevaba mucho tiempo reprimiendo mi sufrimiento, por lo que terminé agachada y dejé de aguantar las lágrimas. Nadie podría vivir sin dejar salir sus emociones y la lluvia era mi oportunidad perfecta para sacar toda la agonía que llevaba dentro.

Cuando la señora Hernández me encontró, yo seguía llorando. Se acercó a mí preocupada con un paraguas e intentó llevarme dentro de la casa. Pero como ella no era joven como yo, si no hubiera querido irme, no había manera en la que podía moverme de lugar. Sin ninguna otra opción, dejó el paraguas de lado y corrió a la sala. Cuando regresó, llevaba un impermeable. Me cubrió con él e intentó consolarme. -Sami, no puedes hacerte esto. Si no te preocupa tu bienestar, por lo menos piensa en tu bebé. ¿Qué haré si te pasa algo?

Sus palabras eran solo como el sonido del viento. Todo lo que quería hacer era seguir aferrada al piso sin parar de llorar. Esperaba que las lágrimas se llevaran todo mi resentimiento y miseria. A pesar de que la lluvia de verano no era fría, yo seguía siendo una mujer embarazada. Incluso si mi salud fuera la mejor, mi cuerpo no aguantaría estar más de una hora bajo la lluvia. En ese momento, sentí que el mundo me daba vueltas y apenas pude escuchar a la señora Hernández decir con su dulce voz:

-Señor Álvaro, gracias a Dios ha regresado.

Mi instinto me hizo darme la vuelta para mirar a Álvaro parado en la puerta en su traje negro. En ese momento, caminó hacia mí con una mirada furiosa. Me cargó en sus brazos y me regresó a la casa. Mis ojos estaban irritados por tanto llorar y solo podía ver la sombría expresión en su rostro, así que cerré los ojos para no verlo. Como Álvaro había regresado, la señora Hernández dejó de intervenir en nuestros asuntos. Después de cerrar la puerta. Álvaro me quitó la ropa y me cargó hacia el baño. Todo este tiempo no dijo ni una sola palabra y yo no me atreví a decir nada tampoco. El baño estaba bajo un silencio sepulcral.

Conforme pasaba el tiempo, mi cuerpo helado comenzaba a recobrar calor; incluso mis ojos comenzaron a sentirse mejor. Los abrí lentamente solo para ver la mirada penetrante y molesta de Álvaro. Después de un momento, dijo:

-¿Es divertido atormentarte a ti misma?

No pude evitar fruncir las cejas al escucharlo. Me sentí incómoda al estar en la bañera completamente desnuda como una exhibición privada, así que intenté levantarme para salir del baño, pero antes de que pudiera hacer algo, me detuvo. -Quédate quieta.

Mi gesto se intensificó y lo miré molesta. -Quiero dormir.

-¿Pensabas dormir afuera? -Me volvió a sumergir dentro del agua sin ninguna expresión. -¿Por qué saliste a la lluvia?

Jalé una toalla para taparme y respondí:

-¿No estaba de buen humor.

-¿Cómo? -se burlo. -Si todo el mundo intentara morir cuando estuviera de mal humor, la calle estaría repleta de cadáveres. Samara, ¿te estás atormentando a ti misma o intentas atormentarme a mí?

Subí la mirada para verlo a los ojos y pude ver mi reflejo en ellos. -¿Puedo hacer eso? -Después de una pausa, continué con una risa:

-Cierto. Deberías estar junto al amor de tu vida en estos momentos, pero tuviste que regresar porque la señora Hernández te lo pidió. Claro que te atormenta.

Ignoré su expresión obstinada y me disculpé. -Perdón. Te prometo que no volverá a pasar. Ya es tarde; es mejor que te vayas de vuelta con la que verdaderamente amas. Yo también debo descansar.

-¡Samara Arias! -gritó. -¿Qué te da el derecho de ser tan sarcástica?

Reticencias de amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora