Cap. 181 -Amistad y compras

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En base a la interacción, no cabía duda que sí se querían, pero ya se estaba haciendo tarde, así que Silvia no intentó retenernos más tiempo. Lo que no se dijeron en esa ocasión tendría que esperar. Me subí al auto y miré el paisaje por la ventana. Mientras Álvaro conducía, me preguntó:

-¿Qué se te antoja comer?

-No tengo mucha hambre -dije mientras sacudía la cabeza. Mi reciente encuentro con Silvia me había dejado una fuerte impresión. Ella se veía majestuosa como un fénix que causaba admiración en la gente a su alrededor. Esto, junto con su solvencia, eran un gran aspecto de reconocimiento, pues esto la hacía deseable. Una mujer como ella pudo haber conseguido al hombre que quisiera. ¿Por qué habrá elegido a un esposo tan mayor? Con la diferencia de edad entre ellos, no había duda que la gente a su alrededor esparciera rumores. Miré a Álvaro para ver que sus ojos estaban fijos sobre el camino y su expresión era imposible de leer. Con la intención de romper el silencio, dije:

-La tía Silvia debe amar a Benjamín mucho.

<<Si estás dispuesta a cargar con tanto peso por alguien, debe significar que amas a esa persona con todo tu corazón>>.

Al escucharme, Álvaro frunció el ceño y me miró. -¿Qué es el amor?

Su pregunta me sorprendió y no pude responderle de inmediato. <<¿Qué es el amor?>> Tras ponerme a pensar, tampoco tenía idea de lo que era. Cuando llegamos a casa, ya estaba oscuro y a pesar de lo cansada que estaba, Álvaro me convenció de comer algo. Después de esto, me fui directo a la cama. Cuando desperté al día siguiente, ya era el medio día y Álvaro no estaba por ningún lado. Bajé y noté que Álvaro le había pedido a Mirna que me cuidara.

-Señora, ya despertó. El señor Ayala salió a un asunto de negocio, pero me dejo la instrucción de ocuparme de lo que necesitara. ¿Tiene hambre?

Asentí y masajeé mis sienes con delicadeza para intentar aliviar mi dolor de cabeza. No había dormido muy bien. Después de una comida sencilla, me informaron que teníamos visitas. Era Silvia, quien había decidido visitar. El clima en Ciudad K ese día era muy caliente, así que no era ninguna sorpresa que su vestimenta fuera apropiada al clima. Llevaba una falda larga y su cabello lo tenía recogido. Al ver que acababa de comer, me sonrió y dijo:

-Bueno, estaba pensando en invitarte a comer algo conmigo si todavía no habías comido. ¡Hay que salir!

-¿Ya comió algo, tía Silvia? -pregunté. Miré a Mirna y le pedí que le preparara algo a Silvia.

-Esta bien, ya comí en mi casa -respondió Silvia mientras hacía una seña con las manos. En ese momento, me tomó del brazo y me dijo que me fuera a vestir. -¡Hay que salir! Me imagino que no conoces muy bien la Ciudad y debemos encargarnos de eso.

Quería rechazarla pero se me hizo difícil hacerlo. Después de todo, ella era demasiado amable, así que rechazarla no se hubiera visto muy bien de mi parte. Al final acepté. Mientras buscaba que ponerme, no pude evitar admirar la meticulosidad de Álvaro. Mi armario estaba lleno de ropa para embarazadas. Después de estar buscando por unos minutos, saqué un vestido y una vez que estaba lista, Silvia me sacó de la casa. Como no podía conducir, ella llevó a su chofer con nosotras. Ella se sentó junto a mí en el asiento trasero. Mientras platicábamos, me tenía tomada de la mano y para ser completamente honesta, ese gesto me parecía demasiado íntimo para mí y me hacía sentir algo incómoda. Por suerte, no pasó mucho tiempo antes de llegar a un centro comercial situado en el centro de la Ciudad y con un ambiente energético.

Cuando salimos del auto, le pidió al conductor que buscara un lugar donde esperarnos y me tomó del brazo para entrar al centro comercial. -Como acabas de llegar, pienso que deberías hacer algunas compras. Además, ahora que estás embarazada, mucho movimiento puede llegar a ser inconveniente, así que hay que aprovechar y comprar lo más que se pueda hoy.

Asentí y no dije mucho en respuesta. En ese momento, recibí un mensaje de Álvaro, quien me preguntaba dónde estaba. Le envié la dirección y seguí a Silvia mientras hablaba sobre los productos que estaba eligiendo. Pasó una hora y comencé a sentirme mareada. Me detuve por un momento y dije:

-Tía Silvia, no tengo nada más que comprar, hay que regresar.

El calor de la Ciudad era demasiado para estar caminando. Silvia estaba viendo unos biberones y no sabía cuál escoger. En cuanto me escuchó, se dio la vuelva y me preguntó:

-¿Qué pasa? ¿Estás cansada?

Le sonreí y respondí:

-¡Si, un poco!

Sabía que si no decía nada, estaríamos ahí otra hora. La sola idea me hacía temblar. Fue ahí cuando Silvia decidió llamar a su chofer y pedirle que llevara las compras al auto. Me tomó del brazo y me llevó a un café cercano. Muy emocionada, dijo:

-Vamos a descansar aquí un poco. Después de esto, aún nos falta ver articulos de maternidad. ¡Solo te quedan 3 meses! Las necesidades de una mujer embarazada deben cuidarse meticulosamente, así que los productos que elijas para después del parto también son importantes. Al final y al cabo, Álvaro sigue siendo un hombre, y algunas cosas es mejor que las manejemos nosotras mismas.

Asentí, pero para ser sincera, ya estaba exhausta. No había mucha gente en el café. Silvia había escogido un lugar tranquilo y elegante lejos de la multitud. Cuando nos sentamos en la mesa, ordenó café.

-Sami, ¿Puedes hablarme más sobre la situación entre Álvaro y tú? Ya sabes lo frío que es. Yo solía ir en secreto a Ciudad J para verlo, pero siempre me evita -Suspiró Silvia. Se notaba que estaba un poco exasperada. -No fue hasta su último viaje que mencionó sus intenciones de traerte por unos días. -Pude notar un poco de amargura en su expresión mientras hablaba. --Yo pensé que esto seguiría pasando el resto de nuestras vidas. Este juego de escondidas, pero nunca imaginé que él vendría por su cuenta y que te traería consigo.

Al ver que sus ojos se habían puesto rojos con lágrimas brotando de ellos, me sentí un poco avergonzada. -Los Ayala siguen siendo una familia, tía Silvia. Si estás dispuesta a regresar, estoy segura de que te recibirían con los brazos abiertos.

Me miró y sonrió. -Después de tantos años, dudo mucho que mi padre quiera verme.

¿No habrá referido al abuelo? Me sorprendí, pero la miré directo a los ojos. -Tía Silvia, el abuelo murió hace unos meses. ¿no estabas enterada?

Silvia estaba a punto de darle un sorbo a su café, pero se detuvo inmediatamente. Me miró con ojos incrédulos y preguntó:

-¡¿Qué!?

La expresión en su rostro me impactó al punto de quedarme en silencio. Silvia bajó la cabeza y después de unos segundos me miró de nuevo. Sus ojos se veían rojos e hinchados. -Qué... ¿Qué le pasó?

Reticencias de amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora