Capítulo 113 Una infancia desagradable

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-Entonces...Quieres decir que me lastimé yo misma? -me burlé.

-Sami deja de ser tan terca -Jonathan comenzaba a molestarse-. ¿Crees que Zacarías y Camila son tan generosos de dejarte ir después de esa disputa? Incluso si no tienes miedo, ¿has pensando en tu bebé?

Me quedé congelada, incrédula.

-¿Me has estado acosando?

Él frunció el ceño y exclamó:

-¡Ja! ¡Gracias por eso! -dijo con sarcasmo.

Él no quería mover su auto,  así que no tuve otra opción más que moverme yo. Me tomó del brazo y advirtió.

-No digas que no te lo advertí, ¡Pero tu tenacidad será tu fin!

Yo ya estaba de mal humor y él estaba ahí; solo me hacía sentir peor.

-¿Sabes que? ¡Prefiero eso! ¿Por qué no puedes dejarme sola? ¿Por qué me tienes que quitar mi vida? -dije.

Esos malos recuerdos ya los había enterrado dentro de mí, pero aparecieron de nuevo con la presencia de Jonathan. Me sentía débil y vulnerable.

Hace 25 años, en un callejón de la provincia R, una mujer solitaria de mediana edad salvó a una bebé. La bebé de dos meses estaba hambrienta, llorando con desesperación. Esa amable mujer fue quien decidió traer a la bebé con ella, alimentarla y darle un lugar cómodo para dormir. Ella quería entregarla a la policía, pero ellos dijeron que no había un orfanato en la provincia. Tampoco podían tener a la bebé en la estación de policía.

Y así, la mujer no tuvo otra opción que llevar a la bebé a casa y criarla. Ella era una agricultura con un bajo salario que ni siquiera bastaba para mantenerse así misma; y era peor con una bebé. Sin embargo, justo en ese momento, un inversor construyo una gran fábrica en la provincia de R y estaba contratando a personas de todas las edades. La señora de sesenta años aprovechó la oportunidad y solicitó el puesto. Quince años después, seguía trabajando  en la fábrica. Mientras tanto, la niña había crecido lo suficiente como para trabajar también. Sin embargo, la señora ya tenía 75 años y el estado de su cuerpo se deterioraba.

Para pagar los gastos de la escuela de la niña, la anciana se ofreció a ayudar a criar al hijo ilegítimo del inversor. A cambio de eso, él le dio una gran cantidad de dinero y pagó los gastos de escolarización de la niña.

Esa niña era yo; y Jonathan era ese hijo ilegítimo. No sabía su nombre real. Lo conocí como Jonathan después de escuchar a la abuela llamarlo así cuando la siguió a casa. La llegada de Jonathan arruinó mi vida tranquila. Él era rebelde y seguido causar problemas; solía encerrarme en una jaula y tirarme al estanque. Esas travesuras seguían siendo soportables porque siempre iba con la abuela si me hacía daño. Por eso, ella siempre lo dejó ser.

El año de mi examen de ingresos a la Universidad, la fábrica estaba bajo investigación por emitir contaminantes nocivos. El inversor quería orquestar un incidente para arruinar la fábrica, pues no quería asumir la responsabilidad de la infracción. El señor Méndez, uno de los directivos, se enteró de ello y se opuso. Su mayor preocupación era que las sustancias tóxicas se liberaran en los alrededores, causando graves daños a la salud de los residentes. El inversor quería silenciar al señor Méndez, así que le ofreció una gran cantidad de dinero para que abandonara el lugar. Sin embargo, el señor Méndez se opuso fuertemente e inició una protesta.

Al final, el inversor fue arrestado por soborno. Mientras eso ocurría, su mujer consiguió un ascenso en la ciudad K. Para proteger su reputación, solicitó el divorcio y presentó todas las pruebas de lo que él había hecho. Después de eso, el inversor fue condenado a la cárcel y todos sus bienes fueron confiscados. Cuando todo eso ocurrió, no pudo soportar el estrés y se suicidó. Solo supe que el inversor era el padre de Jonathan después de esa noticia y que su madre falleció por cáncer de pulmón el mismo años en que la abuela lo trajo a casa.

Jonathan de por sí ya era una persona pesimista y eso empeoró tras la muerte de su padre. Ya no hablaba mucho. Los niños del vecindario se reunían para pegarle mientras insultaban a su papá. Después de eso, Jonathan cayó en una profunda depresión y dejó de relacionarse con la gente. Empezó a matar gatos y perros callejeros, a menudo rompiéndoles las patas y arrojándoos a las casas de los niños que lo molestaban. No sólo eso, sino que también envenenaba a algunos de esos animales y los amontonaba en las calles, dejando que se pudieran.

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