Capítulo 77 Ceder

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José se sorprendió al verme.

-Señorita Arias, ¿Qué está haciendo aquí? -preguntó con amabilidad.

-¿En donde está Álvaro? -pregunté.

-Se fue con el señor Quintanilla - respondió mientras sacaba las llaves de su maletín.

Abrí la boca sin poder creer lo que había dicho.

-Bien, entonces me voy.

<<¿Es enserio, Álvaro?>>

Conduje a toda velocidad de regreso al chalé y al llegar toqué el timbre; de inmediato, la señora Hernández me abrió la puerta y dijo:

-¡Ha regresado! -Me hizo un gesto para que pasara.

Al entrar, mire al hombre con el que quería hablar, estaba sentado leyendo el periódico. La señora Hernández se puso las pantuflas de casa y regresó a lo que estaba haciendo; por mi parte, me senté junto a Álvaro y esperé a que terminara de leer. Luego de un rato termino y le pasé un vaso de jugo de frutas que había preparado la señora Hernández.

-Álvaro, ¿ahora sí podemos hablar? -pregunté.

Miró el jugo de frutas pero no lo agarro, en cambio dijo:

-Señorita Arias, ¿en que posición cree que está que piensa que puede hablar conmigo?

Lo miraba tan tranquilo que no sabía que estaba pasando por su cabeza; luego de unos segundos me animé a decir:

-Álvaro, antes de que solicites el divorcio sigo siendo la señora Ayala.

-¡Ja! -Se burló -así que todavía eres consciente de que sigues siendo la señora Ayala.

Sabía que seguía molesto por el escándalo, así que fingí voz de ternura y dije:

-Jamás ha pasado nada entre Nicolás y yo, los reporteros simplemente se inventaron esas historias, me conoces bien y sabes que no sería capaz. -¿Entonces de qué se trata? -Dijo al tiempo que se ponía de pie-, Samara, ¿crees que tienes el derecho de hacer lo que se te dé la gana solo porque estás embarazada?

Sus comentarios eran realmente molestos, aunque Nicolás y yo éramos inocentes de toda culpa, se estaba comportando de esa manera porque estaba furioso conmigo, Me sentí atacada, así que también levanté la voz.

-¿Qué hago lo que me da la gana? ¿Y que hay de ti y Rebecca? ¿Ya olvidaste lo que hicieron para lastimarme? -Como no contestó, agregué -: Si ella no hubiera sufrido de un aborto yo ni siquiera estaría aquí, ella sería tu esposa y no yo, -Álvaro me miraba con rabia, pero después de unas cuantas peleas en el pasado, ya le había perdido el miedo; antes de que pudiera decir algo más, comencé a llorar -. ¿porqué me miras así? ¿No es esa la verdad? Ahorita yo soy tu mujer pero, ¿solo por eso merezco que me trates así? ¿porqué te quiero? ¿debería seguir pasando mis días esperándote en esta casa vacía?

Mientras yo no podía parar de sollozar el se acercó a mí.

-¿Te sientes molesta? -Dijo al tiempo que extendía la mano para limpiarme las lágrimas pero me aparté.

-¿Porque no puedo sentirme así? Álvaro, alguien planeo ese rumor con antelación, lo sabías bien pero aún así cambiaste la cerradura y me bloqueaste el número. -Estaba observando su expresión con mucho cuidado y una vez que su rostro se suavizó, agregué -: ¿Con esto me estás echando de la familia Ayala? ¿porqué según tú te fui infiel? Me imagino que eso significa que no te importará que me casé con otro y que tú hijo crezca llamando padre a otro hombre,
¿verdad?

Ahora su expresión se notaba sombría.

-No te atrevas.

Me mordí el labio e insistí.

-¡Tu no me estás dejando otra opción! Pero esta bien, siempre y cuando no te arrepientas de lo que tú mismo decidiste.

Dicho eso, me giré y me fui a la salida de la casa, había hecho todo lo que estaba a mi alcance y aún así se negaba a ceder y tampoco podía obligarlo. De repente, me tomó de la muñeca para detenerme y dijo:

-¿No deberías cenar antes de irte? -Ya no se escuchaba enojado.

Poco después, la señora Hernández también agrego:

-La cena ya está lista, vengan a comer.

Álvaro me llevo hasta el comedor y acomodó mis cubiertos, después, el también comenzó a comer. Los Ayala tenían la costumbre de nunca hablar mientras comían; en eso, la señora Hernández me sirvió sopa.

-¿Ya tiene 3 meses, verdad? ¿Se hizo algún chequeó? No debería estresarse tanto, le doy este consejo por su propio bien. Créame, he pasado por eso.

Asentí y di un sorbo a la sopa mientras la escuchaba con atención; luego me giré hacia Álvaro y me di cuenta de que estaba disfrutando de su comida en silencio y con mucha calma. Luego de cenar, la señora Hernández pregunto:

-Sami, ¿ha tenido calambres en las piernas últimamente? -Dijo con preocupación.

Reticencias de amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora