174: Golpéame si estás molesto

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Al escuchar eso, la señora Hernández entró a la cocina con una sonrisa.

Mientras tanto, afuera del estudio.

Lo pensé por un momento y después levanté mi mano para tocar la puerta. Después de un momento, se escuchó una voz grave desde adentro:

-Señora Hernández, vaya a descansar. ¡No tengo hambre!

-¡Soy yo! -dije mientras me mordía el labio, tan nerviosa que casi comienzo a sudar. Hubo un momento de silencio y después de un momento, la misma voz grave gritó:

-¡Pasa!

 Suspiré de alivio al escuchar eso. Después, abrí la puerta y mire al hombre atractivo pero intimidante sentado frente a su escritorio. Pausé por un momento con el tazón de sopa en la mano y dije:

-La señora Hernández me dijo que no has comido nada. Te preparó este caldo de pescado. ¿Quieres probarla?

Mientras hablaba, caminé hacia él y puse el tazón a su lado. Después, mis ojos se fijaron en su espalda. Llevaba el mismo traje de antes porque era negro y no tenía nada más además de ligera marca del palo. Estaba a punto de preguntarle si tenía alguna herida, pero me detuve cuando me di cuenta de que me estaba mirando, inexpresivo. Sentí un poco de frustración.

-¿Por qué regresaste? -dijo con el ceño fruncido y una expresión distante y remota.

Bajé mi cabeza. Después de todo, me llené de pánico ante lo que había pasado y no maneje la situación de la mejor manera. Me quedé en silencio por un momento y dije:

-Álvaro, lo siento, pero no puedo dejarlo solo. Si sigues molesto, puedes golpearme o regañarme.

-¡Ja! -se rio con frialdad-. ¿Qué tan probable es que re regañe o te golpee?

Lo miré y asentí con mucha seriedad.

-De verdad. ¡Puedes golpearme si sigues molesto!

-¿Golpearte? -se rio de manera histérica-. Samara, ¿Dónde aprendiste a ser tan generosa? Te has vuelto más astuta en tus años trabajando en el Corporativo Ayala.

<<¡Ay no!>>

-¿Por qué no comes primero y llenas tu estómago? ¡Te hará daño si no comes nada!

<<Ahora solo puedo ser gentil con él. Si le insisto demasiado, me temo que...>>

En ese momento, había una expresión extremadamente sombría en su rostro. Casi se podía comparar con las nubes negras que se juntaban antes de una tormenta.

-¿Me vas a explicar lo que pasó entre tú y Jonathan?

Fruncí el ceño como cada que tocaba este tema porque siempre lo ponía irritante. Todo había quedado en el pasado y no estaba dispuesta a volver a contar en detalle a nadie. No pude evitar fruncir el ceño al ver su expresión distante.

-Jonathan y yo fuimos niño adoptados por la abuela. Él era un par de años mayor que yo y crecimos juntos. Después, algo sucedió y él nos dejó; desapareció y no regresó hasta ahora.

No quería contarle los detalles porque no estaba  dispuesta a revivir tanto dolor del pasado. Él entrecerró sus ojos y dijo:

-¿Son novios de la infancia o era amor entre hermanos? ¿O acaso los dos?

Fruncí el ceño y lo miré con intensidad pues comenzaba a irritarme.

-¡Él era mi hermano mayor, eso es todo!

-¡Ja! -se burló-. Ese hermano mayor trata a su hermanita de una manera muy inusual, llenándote de abrazos. Si él es tu hermano mayor, ¿por qué no lo dijiste desde el principio?

-No era necesario -dije con un poco de molestia-. Se esta haciendo tarde. Será mejor que descanses y te tomes el caldo. Iré a dormir.

No quería discutir con él porque no pensé que fuera necesario. Había muchas ocasiones en las que prefería marcharme porque no podía controlarme.

En mi habitación, no pude dormir de inmediato, así que salí al balcón y me senté en el columpio mientras observaba el paisaje fuera de la ventana . Álvaro entró a la habitación y fijó su mirada en mi por un momento. Sabía que estaba conteniendo su furia y no quería discutir conmigo. Cuando lo vi llegar, no pude evitar suspirar. A veces, las mujeres embarazadas se molestaban con facilidad y yo no podía controlarlo.

Álvaro se duchó muy rápido. Cuando salió, solo tenía una toalla alrededor de su cintura y las gotas traslúcidas de agua caían por la sensual textura de su pecho y su abdomen. Mientras se secaba el cabello con una toalla, noté el moretón en su espalda, en donde lo había golpeado con el palo. Me levanté y salí de la habitación para buscar el botiquín de primeros auxilios en la sala.

Cuando regresé a la habitación, Álvaro se encontraba en la cama leyendo. Al verme con el botiquín de primeros auxilios, levantó sus ceja y preguntó:

-¿Qué sucede?

-Te pondré ungüento en tu espalda.

Fui a su lado, saqué el ungüento para los moretones y le dije:

-Tu espalda está azul y morada, así que deja que te ponga un poco de medicina.

Él observó el ungüento y se sentó de espaldas a mí. Puse un poco en la palma de mi mano y lo froté ligeramente en su espalda. Temía causarle dolor, así que no usé mucha fuerza. El ungüento tenía un olor bastante desagradable. Después de un rato, giró su mirada oscura hacía mí y dijo:

-¡Puedes frotar con más fuerza!

Me tomó por sorpresa y dije:

-¿No te asusta que te lastime?

Él bajó sus cejas y su guardia.

-¿Crees que no sentí dolor cuando me golpeaste?

Al escuchar eso, mi mano se detuvo y baje la mirada, sin saber cómo responderle. Después continué frotando el unguento en silencio. Luego de un rato, guardé el botiquín y me lavé las manos.

Tomé una ducha rápida y después me acosté. Últimamente, Álvaro tenía el hábito de dormir desnudo y cuando me giré, toqué sus partes íntimas por accidente. Me sobresalté por un momento y lo miré por instinto. Él no dijo nada y continuó leyendo en silencio.


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