Zona de iniciación (II)

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Mientras se preguntaba que podía hacer con respecto a la carencia de armas, una línea encima de sus parámetros le llamó la atención: Eldi Hnefa.

Se sintió sumamente avergonzado ante lo que era su nombre en el juego, un nombre que en aquel entonces le había parecido guay y que significaba Puño de fuego en no recordaba qué idioma. Ahora le resultaba embarazoso, pero al mismo tiempo nostálgico, en especial la primera parte. Eldi era como le llamaban Gjaki y Goldmi. Y Melia. Suspiró, no podía dejar de pensar en ella, ya no, y le asustaba que sus expectativas pudieran estar muy alejadas de la realidad. Ni siquiera sabía si era real, si estaba viva, si podría encontrarla o si ella sentiría algo por él.

Decidió enfocar sus esfuerzos a los problemas inmediatos y dejar a un lado aquellos que estaban por ahora fuera de su alcance. El acordarse de Gjaki le había recordado algo que ésta había contado, sobre unas armas ocultas en la zona de iniciación que la mayoría de jugadores ignoraba que existieran, él incluido.

Gjaki había leído todos los foros, guías y trucos a su alcance, y éste era uno de ellos. Y aunque ya no iban a poder usarlo, a Gjaki le gustaba presumir de sus conocimientos del juego, y les había explicado que estaban ocultas en una pequeñas cuevas camufladas entre matorrales. Y que eran armas que adaptaban su nivel al del jugador, aunque sólo hasta el 10.

Eldi miró alrededor, pero la alta vegetación ocultaba cualquier pista, así que no le quedó más remedio que explorar metódicamente las paredes de piedra. Quizás no existieran, pero valía la pena intentarlo.

Pasaron al menos un par de horas hasta que las encontró todas. Seguramente no usaría muchas de aquellas armas, pero prefería no dar nada por sentado.

Se había ido curando los arañazos cada vez que su maná se recuperaba del todo, pues así de paso subía su afinidad con el hechizo, que ya había llegado a 5. Ahora era un poco más poderoso y costaba un poco menos de maná. Una unidad de maná menos, para ser exactos.

Volvió a la plaza, desde donde ahora podían verse los caminos que había abierto una vez se había hecho con una afilada hacha, con la que podía cortar la vegetación con solvencia. Y, una vez allí, decidió probar las tres habilidades con las que contaba, una para cada una de sus armas principales: martillo, lanza y hacha de batalla, todas ellas a dos manos.

A diferencia del nivel, la afinidad con armas, hechizos y habilidades se había conservado, y era 10 tanto en las tres armas, como en aquellas habilidades, como en el hechizo de fuego, lo que delataba que su uso en el juego había ido más allá de los niveles iniciales.

Se acercó a uno de los muñecos, despejando el camino y los alrededores, y empuñó el hacha a dos manos, su arma preferida. Era evidente la diferencia con la lanza de nivel 100 que había probado antes, pues ésta podía usarla con facilidad, como si lo hubiera hecho desde siempre.

Lo primero que hizo fue golpear al muñeco con fuerza, produciendo una pequeña muesca. Luego invocó el Doble Filo, no sólo consiguiendo golpear al muñeco con más fuerza, sino que girando intuitivamente el hacha con gran rapidez y dándole un nuevo golpe con la otra hoja, y sintiendo el ligero cansancio que le provocaba usar esa habilidad.

Hizo lo propio con el martillo, hundiendo la cabeza del muñeco al usar Golpe Devastador, y con la lanza, acabando de destrozarlo al usar Impacto Perforante. Y se quedo esperando un minuto delante de los restos del muñeco pensando en lo ridículo que le resultaban aquellos nombres.

«No parece que se regenere», se dijo a sí mismo.

En el juego, los muñecos de entrenamiento se regeneraban tras ser derribados, pero ese efecto no estaba actuando. Quizás la magia ya no funcionaba en aquellas ruinas, o quizás la realidad, si es que podía llamarse así, era diferente al juego. Así que volvió a la plaza para hacer una prueba más, mientras comprobaba que estaba a medio camino del nivel 2 y que sus parámetros había subido ligeramente. Aquello le sorprendió, pues en el juego sólo subían al pasar de nivel, así que no le quedó más remedio que aceptar que sus conocimientos sobre el juego podían no corresponder exactamente con aquella realidad.

De nuevo en la plaza, sacó una maza, un arma que no era adecuada para su profesión, por lo que podía arriesgarse a perderla. Con bastante recelo, lanzó el hechizo de fuego y una llama envolvió la cabeza de la maza. Antes de que finalizara su efecto, acercó la mano hasta dicha llama y la tocó, sin sufrir ningún daño. Ni él ni la maza.

Curioso, recogió algunos tallos que había cortado, los más secos que encontró, y repitió la operación, llevando la maza ante las hierbas cortadas y consiguiendo que ardieran. La llama de los tallos le quemaba, pero no la de la maza.

Decidió entonces hacer otro experimento, y tras despejar concienzudamente el área de alrededor y detrás de otro de los muñecos, saco el arco y las flechas que había encontrado en una de las cuevas. No era un arma con la que tuviera afinidad, por lo que sólo podría subirla hasta 5 si todo seguía como en el juego, pero le pareció necesario contar con un arma de largo alcance.

Cabe decir que falló un gran número de disparos mientras su afinidad subía a nivel 2 y su puntería mejoraba, perdiendo bastante tiempo recogiendo las flechas una y otra vez. Como esperaba, no podía subirla más allá de 2 usando los muñecos, ese era el límite de estos en el juego, así que probó las flechas imbuidas en fuego con un resultado aceptable, pues la flecha envuelta en llamas alcanzó su objetivo pero no prendió en éste. Esperaba que fuera más efectiva en otros objetivos.

«Oh, he subido de nivel.»

Sus parámetros habían subido un poco, pero más que subir al cambiar de nivel, parecía que el incremento era continuo. Estaba convencido de que si aquella pantalla virtual que veía en su mente mostrara decimales, los iría viendo aumentar poco a poco. La mejor noticia era que había desbloqueado una bendición y una habilidad que aumentaba la velocidad. Concretamente, Cuerpo de acero y Espíritu de conejo.

«En serio, ¿de dónde han sacado esos nombres?»

Pudo comprobar en sus parámetros como la bendición subía su defensa un 20%, mientras que la habilidad aumentaba su agilidad y velocidad un 50%, así como tuvo que usar de nuevo su hechizo de curación tras usar su nueva velocidad imprudentemente en una plaza con demasiados desperfectos. Había sido demasiado tentador para alguien que había pasado sus últimos años con una movilidad muy limitada.

Y una vez hubo probado sus skills y hechizos, decidió exprimir al máximo los muñecos al mismo tiempo que seguía familiarizándose con el uso de su limitado arsenal. Sabía que se podía subir de nivel hasta el 3 usándolos, aunque era muy lento y nadie consideraba que valiera la pena, pues era mucho más fácil, rápido y divertido salir a levear fuera. Sin embargo, supuestamente ya no estaba en un juego, y quería estar todo lo preparado posible.

Por ello, se dispuso a aumentar su nivel lo máximo que pudiera mientras quedara algún muñeco en pie, así como llevar la afinidad de todas las armas a nivel 2, por mucho que no fuera a utilizarlas. Por si acaso.

Después tendría que plantearse seriamente cruzar el portal, pues no podía ni quería quedarse en la seguridad de aquel lugar para siempre.

Regreso a Jorgaldur Tomo I: el mago de batallaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora