Al otro lado de la montaña

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Eldi podía apreciar las miradas de los trabajadores de los túneles, curiosos antes las noticias de la vuelta de la expedición y de los invitados que traían. Pero sobre todo ante su propia presencia. Había algo de temor ante la llegada de uno de aquellos seres del exterior de los que se hablaba en las leyendas, o en los cuentos para asustar a los niños. Pero también sorpresa por el trato amigable entre éste y el otro pueblo-topo, e incluso con sus propios exploradores.

También era motivo de asombro poder ver a los lejanos hermanos, aquellos con los que hacía tanto que se había perdido el contacto, aquellos que incluso se dudaba de que estuvieran vivos.

Sin embargo, las miradas es todo lo que Eldi recibió. Ninguno se atrevió a iniciar una conversación con él, más allá de algún saludo forzado. Tenían miedo o no sabían como hablarle a aquel extraño, y no se quedaron suficiente tiempo para que los otros pudieran introducirlo.

No fue hasta que llegaron cerca de la ciudad-topo que, como ya había pasado en la primera, salieron a recibirlo unos ancianos. Antes, los exploradores originarios de aquella ciudad se habían adelantado para informar de todo lo acontecido.

Sus compañeros fueron los primeros en hablar, en ofrecer su voluntad de diálogo, de entablar conversaciones y reanudar la relación rota cientos de años atrás. Eldi observaba desde lo lejos, no ajeno a que el número de guardas de estos ancianos era sensiblemente superior a la ocasión anterior. Quizás por ser más desconfiados, o por la presencia del grupo que le acompañaba.

No obstante, no hubo mayores problemas, más allá de la desconfianza inicial, que desapareció en gran parte cuando demostró poder enseñarles artesanía mágica. No tenían todas las plataformas disponibles, pues sólo habían logrado recuperar o conservar la mitad de éstas, aunque tenían la de herrería, la más importantes para ellos.

A pesar de ello, Eldi identificó a los candidatos de las que faltaban, emplazándolos a ir con sus hermanos a aprenderlas, en cuanto estos lograran llegar a nivel 7. De esta forma, les daba una nueva razón para establecer una relación cordial con ellos.

También les enseñó cuantas recetas conocía, a excepción de las propias del otro pueblo-topo. Tendrían que ser ellos quienes se las proporcionaran, quienes las intercambiaran por las que ellos mismos le habían mostrado al alto-humano. Debían ser una razón más para la amistad entre sus pueblos, o eso esperaba él. Percibía la desconfianza entre ellos, pero también la expectación por su futura relación.

No estuvo muchos días allí, los justos para verlos subir de nivel y enseñarles nuevas recetas. Y estos estuvieron más que dispuestos a acompañarlo al exterior, pues había cruzado las montañas por debajo. Poco antes se había despedido de sus nuevos alumnos, quienes habían roto las barreras entre sus razas y habían llegado a respetar a su maestro. Fruto del trato diario, habían comprobado que aquel extraño no era alguien a quien temer, que tenía corazón y alma como ellos.

Y también lo hizo de los guerreros-topos con los que había compartido momentos muy intensos y peligrosos, convirtiéndose los unos de los otros en apreciados compañeros.

No llegó a crear un portal allí, ni lo planteó. Aunque al final la relación había sido cordial, no había logrado con ellos la suficiente confianza. Quizás habían tenido menos trato al haber menos artesanías que enseñar; quizás era las incipientes relaciones con otro pueblo-topo en el que él mismo estaba muy bien considerado; quizás las circunstancias, o quizás las diferencias entre comunidades que se habían visto separadas tanto tiempo.

Es cierto que sentían en deuda con el habitante de la superficie, y acompañarlo al exterior era lo menos que podían hacer. No obstante, y ante las quejas de algunos ciudadanos-topo que aún desconfiaban de él, hizo parte del trayecto con los ojos vendados. Temían que pudiera usar el conocimiento para liderar una invasión contra ellos desde el exterior.

Eldi mismo lo había propuesto. No quería problemas y no tenía necesidad de conocer el camino, aunque, para su sorpresa, éste quedo marcado en su mapa, un recorrido a través de una laberíntica red de túneles, muchos de ellos de contención. No obstante, no era un conocimiento que pretendiera utilizar.

Se despidió amistosamente de su escolta, siendo consciente de que ellos se sentían culpables por el trato dado, aunque él no se lo reprochaba. Dadas las circunstancias, no consideraba que lo hubieran tratado mal, pues la desconfianza es algo que no se puede simplemente arrancar de los corazones.



La luz del sol rojo lo deslumbró. Tras tantos días bajo tierra, le costó acostumbrarse a la brillante luz del día, por lo que se refugió en la sombra de un árbol. Era reconfortante sentir de nuevo la brisa corriendo libre y acariciando su rostro, el sonido de las hojas al moverse, el del cantar de las aves o el sonido de los insectos, los que eran realmente insectos y no monstruos gigantes. No se había dado cuenta hasta que punto lo había echado de menos.

Decidió probar Disimular, bajando su nivel hasta 20, y no tardó en ser atacado por un ciempiés rojo oscuro nivel 35, que pronto se dio cuenta de su terrible error. Sufrió otros dos ataques antes de que decidiera dejar de usarlo, momento a partir del cual ninguno de los habitantes del bosque se acercó a él.

Una vez comprobado su funcionamiento, y dado que no necesitaba cazar a los seres de menor nivel, prefirió la comodidad de que huyeran de él, y se dirigió a su destino. Ya no necesitaba la mazmorra para subir de nivel, pero aún tenía que ir allí en algún momento, por consejo del Oráculo, y le venía de paso. También quería reunir información para decidir si ir hacia alguna de las de nivel más alto, o intentar cruzar la frontera y alejarse temporalmente de aquel reino.

Así que se dirigió hacia el punto en el mapa que representaba la mazmorra, atravesando el bosque. Tenía la esperanza de encontrar alguna aldea en la que poder informarse por el camino, algún lugar en el que pudiera entrar sin peligro, disimulando su nivel y aspecto. Pero no encontró nada, pues tampoco sabía exactamente dónde buscar y evitaba los caminos.

Y, lo que era peor, cuando llegó cerca de la mazmorra, ésta no estaba desierta como la primera. Había soldados vigilándola.

Regreso a Jorgaldur Tomo I: el mago de batallaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora