–Rumores y más rumores– se quejó Ricardo.
–En los bajos fondos también. Y fuera del reino. Hay que reconocer que lo han hecho bien. Ocultar las pistas en un mar de ellas. ¡Una gran idea!– elogió Elsa, ante el suspiro resignado de Ricardo.
–¿Cómo van los preparativos?– cambió éste de tema, agotado. No quería saber nada de la búsqueda del visitante. Sólo de pensar en informar a la reina sentía un profundo cansancio.
–Hemos tenido algunos problemas con algunas de las unidades. Puede que se hayan infiltrado rebeldes, así que las cambiaremos y les daremos otras misiones para disimular. Estaba dentro de lo previsto. ¡Ah! Y hemos cerrado el trato con uno de los candidatos. Sólo ha pedido la lanza Gungnir.
–¿Sólo?– se quejó Ricardo, pero la duquesa lo ignoró.
–Además, hemos recibido un mensaje de la tercera candidata. Acepta reunirse con nosotros, pero no ahora. Me pregunto si se hace la dura o realmente está ocupada– reflexionó ella, con brillo en los ojos.
Ricardo la miró, de nuevo resignado. Sabía que la duquesa disfrutaba haciendo planes, además de descubriendo las personalidades y puntos débiles de sus contrincantes. De hecho, le apasionaban los desafíos, quizás la razón por la que era tan competente en su trabajo.
–¿Cómo lo llevan el resto de nobles?– preguntó Elsa con una risita, pues conocía más o menos la respuesta.
–De entre los posibles objetivos del visitante, unos están encerrados en sus mansiones y castillos con su familia, asustados, sin atreverse a salir, bajando impuestos y casi pidiendo perdón. Otros mostrándose en público sin aparente miedo, pero rodeados de guardaespaldas e intentando mostrar su lado caritativo. Unos pocos siguen igual de déspotas que siempre, aunque, después de unos ataques rebeldes, están cada vez más asustados.
Elsa asintió, más o menos lo que esperaba. Ni ella ni Ricardo habían hecho nada para ayudarlos, no sólo porque no era fácil, sino porque muchos de aquellos nobles eran unos incompetentes, o tenían conflictos con ellos o sus aliados. Un poco de limpieza a costa de Eldi Hnefa tampoco les venía mal. De hecho, algunos de los supuestos ataques rebeldes los habían llevado a cabo ellos mismos. U otros rivales.
–Del resto, algunos con más miedo que otros, pero no ha habido muchos cambios. Sería bastante extraño que recibieran algún ataque, a no ser que haya alguna venganza personal.
Elsa asintió de nuevo, sabía leer entre líneas. Es decir, era difícil conspirar contra ellos echando las culpas a los rebeldes. Al menos por ahora.
Tresdedos se dejó caer al sillón, agotado. Se hubiera sentido menos cansado de haber estado entrenando todo el día. Aquellas reuniones lo agotaban. Recibir, dar y ocultar información. Escuchar todas las quejas. Todos los informes de grupos que hacían lo que les daba la gana.
Y luego estaban los nobles, aprovechando para matarse los unos a los otros, y echándoles la culpa a ellos. Ya le estaba bien que hubiera menos nobles, pero encima Lidia quería que los expusieran, para generar más problemas entre ellos.
Se recostó mirando el techo y suspirando, considerando que él era un guerrero, no un general o un espía, que aquello le venía grande. Pero alguien tenía que hacerlo, y él era ese alguien.
Cogió la botella y la miró con encontrados sentimientos. Era un licor delicioso que le había enviado Lidia. Era casi como un soborno para que siguiera trabajando. Tomó un trago, saboreando el delicado sabor y el fuerte calor que subía desde su garganta, sintiéndose rejuvenecido.
–Supongo que vale la pena– se dijo en voz alta, más animado –. A ver si es verdad y me trae cerveza enana.
Se levantó y salió por la puerta. Aún tenía trabajo por hacer.
Lidia reía mientras Melingor le contaba la situación de su padre, su propia sorpresa y la de los otros elfos. Pero cuando el elfo, con rostro un tanto avergonzado, explicó como Eldi había descubierto quién era, como había conseguido que confesara, tuvo que contemplar como su mujer se sujetaba el estómago y luego se quejaba del dolor por tanto reír.
Por una parte se sentía un tanto humillado, pero por la otra no podía dejar de admirar a su amada. Hubiera deseado estar junto a ella, tanto para quejarse en persona como para abrazarla. Lo peor era que las dos ninfas, la dríada y la limnade, también se reían de él, sin disimular lo más mínimo.
–La verdad es que este Eldi es bastante divertido. Creo que tendré que observarlo más de cerca– insinuó Bolbe, claramente queriendo molestar a Melia.
Lo que la ninfa acuática no esperaba era que la dríada se hubiera preparado de antemano. Ante su sorpresa, unas lianas se agarraron a su pierna y la arrastraron a la laguna, provocando que gritara y cayera en el agua. Cuando asomó la cabeza, sus ojos brillaban.
–Así que quieres jugar sucio– amenazó con una sonrisa traviesa.
–No querrás hacerle nada a Lidia– rio Melia, escondiéndose detrás de su hija.
–¡Mamá! ¡No!– se alarmó Lidia, pues sabía muy bien lo que aquella significaba.
El agua a través de la que se comunicaban se alzó de repente sobre ellas, engulléndolas a ambas, no teniendo Bolbe ningún miramiento en arrastrar en su venganza a una víctima inocente.
Cuando el agua volvió a su lugar, madre e hija estabas empapadas, mirando está última a la primera con los mofletes hinchados, y ante las risas de las dos ninfas, y del elfo. Pero éste pronto comprendió su error, en cuanto su mujer lo miró con una sonrisa amenazante.
–Pobre Melingor, parece que es el único que no ha podido disfrutar de un baño– se lamentó falsamente, con una sonrisa burlona.
–¡Eso no podemos permitirlo!– exclamó Melia, como si de verdad lo considerara una ofensa imperdonable.
El elfo dio un paso atrás, temiéndose lo peor, pero ya era demasiado tarde. Las misma lianas que habían atrapado a Bolbe se enredaron en sus pies y lo arrastraron al agua.
–¡Aaaaaaaaaaaaah!
–¡Paf!
Al cabo de un momento su cabeza emergió del agua, con su largo cabello rubio cubriéndole a cara.
–¿Ya estáis contentas?– se quejó el elfo.
Las tres sólo pudieron aguantar la risa un par de segundos. Éste, empapado y resignado, acabó siendo contagiado por ellas. De hecho, no era la primera vez que sucedía algo así. Yendo a ver a Bolbe para hablar con Lidia, sabía a qué se exponía.
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Regreso a Jorgaldur Tomo I: el mago de batalla
FantasyCuando muere en su cama debido a su avanzada edad, aún recuerda a una NPC de un MMORPG que jugó en su juventud, sin entender por qué nunca ha podido olvidarla. Pero cuando vuelve a abrir los ojos, se encuentra con la ruinas de lo que era el inicio d...