Hasta el final

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Esta vez no había estrategias. El ejército de seres corrompidos atacaba directamente, dispuestos a aplastar a sus enemigos desde todos los frentes, incluido el suelo y el cielo. No contaban con perdidos aéreos, pues entraban en conflicto con sus ataques a distancia, pero sí contaban con estos ataques, que empezaron a lanzar en cuanto armas y garras se encontraron en combate.

Gragko había abierto un tercer agujero en el suelo ante la mayor afluencia de varios tipos de gusanos. Eldi se ocupaba de este tercer puesto, usando Frenesí, Área de Ataque y Sobrecarga, además de Impacto Perforante, para acabar con sus enemigos. Sobrecarga hacía que la Lanza Eléctrica durara la mitad de tiempo, pero podía recuperar el maná invertido en ella en menos de un minuto. Con todas esas habilidades, podía igualar la eficacia de los gigantes a costa de perder defensa, pero ésta no era relevante en su tarea actual.

Los arqueros abatieron a los primero atacantes, que avanzaban por delante del resto, intentando usar su velocidad para impactar con más fuerza en el perímetro de defensa. Pero pronto la formación se volvió más compacta y temible, haciendo que los objetivos fueran menos claros.

Una vez más, las potentes garras y fuerza bruta se encontraron con los poderosos escudos, algunos de los cuales ya habían empezado a resquebrajarse. El poder de penetración de las lanzas se encontraba con las poderosas pieles de aquellos seres. Habilidades para atravesar las defensas se encontraban con sus contrapartidas para aumentarlas. Los hechizos se encontraban a veces con seres inmunes a ellos que los interceptaban.

Es cierto que la disciplina y colaboración hacía de los elfos y sus aliados más formidables que sus enemigos, pero esa valoración sólo es aplicable ante una igualdad de números. Con una abrumadora desventaja de su lado, los defensores se veían, poco a poco, forzados a retroceder.

Algunos de sus escudos se iban agrietando. Muchas de sus lanzas se habían roto, casi todas menos las más excepcionales. Eso implicaba a usar otras armas, como espadas o mazas, mucho menos eficientes para apoyar desde atrás.

Además, el número de heridos y su gravedad iba en aumento, lo que los obligaba a ir reduciendo el tamaño del perímetro, cada vez con menos efectivos y con equipo en peores condiciones.

Y, para empeorar las cosas, el maná y la energía también se iba agotando. Los únicos guerreros que no pasaban apuros eran Eldi y los gigantes, pero su trabajo era imprescindible. Sólo cuando estos últimos recuperaron todo su poder, fueron substituidos por tres guerreros cada uno, lo que obligó a Eldi a crear cuatro lanzas más.

La llegada de los gigantes fue un alivio para una sección del perímetro, pues, sobrados de energía, pronto impusieron su fuerza. Sin embargo, su energía no duraría para siempre, y el resto del círculo seguía viéndose forzado a ir reculando. Pronto se verían en una situación crítica.

–¡Eldi, ahora!– gritó Caranlín.

Tal y como había discutido previamente, el alto humano volvió a desencadenar Fortificación de Rocas, cubriendo unos metros por delante del actual perímetro, y dejando así parte de sus enemigos en el interior.

–¡Disnalor! ¡Tu turno!– ordenó la elfa pelirroja.

Éste, que había estado descansando para recuperar parte de sus poder, se levantó y empezó a bombardear a los enemigos que habían quedado atrapados en el interior del hechizo, con el apoyo de otros magos. Al mismo tiempo, algunos defensores intercambiaron sus puestos con guerreros de perfil más ofensivo, que no dudaron en atacar a sus enemigos. Algunos de ellos, como los gigantes, tuvieron tiempo incluso para ayudar a sus compañeros, atacando desde los flancos.



Cuando pasó el tiempo del hechizo, se habían deshecho de todos los enemigos atrapados y rehecho el perímetro. Se plantaron retando a su enemigo, sonriendo, haciéndoles saber que estaban en plena forma para aguantar otra oleada. Aunque lo cierto era que sólo era una bravuconada. Estaban agotados y heridos. Sabían que no podrían aguantar mucho más.

Su pequeña estratagema para ganar tiempo había funcionado. Temerosos de otro Armagedón, el enemigo se había retirado y dudaba en atacar, mientras que Disnalor parecía estar preparado para lanzarlo.

El general dudó. Dudó ante la actitud desafiante de sus enemigos, que ni siquiera parecían cansados. Dudó ante el hechizo que se estaba preparando contra ellos. Dudó ante la cantidad de tropas que había perdido y las veces que habían fallado sus ataques. Tardó un buen rato en darse cuenta que sólo era un farol, que había sido engañado. Aquello lo acabó de enfurecer.

–¡A por ellos! ¡Avanzad! ¡Disparad!

Caranlín esbozó una amarga sonrisa. Hasta allí habían llegado. Se les habían acabado los recursos, por lo que sólo les quedaba aguantar cuanto pudieran. Era consciente de la situación y estado de sus tropas. Todos lo eran.

Algunos arqueros se movieron al frente, pues ya no les quedaban flechas y aún podían empuñar sus espadas. Los magos encargados de establecer la defensa erigían escudos para enfrentar los ataques a distancia, aun sabiendo que no podrían continuar haciéndolo por mucho tiempo.

Poco a poco, el perímetro volvió a retroceder. Los sanadores ya no daban abasto. Se limitaban a estabilizar las heridas, a intentar cerrarlas lo suficiente para que los guerreros pudieran luchar una última vez cuando llegara el final. Al hacerlo, se les abrirían de nuevo, pero al menos podrían morir con honor.

Sólo los magos ofensivos estaban ociosos, mirando a la batalla que poco a poco iban perdiendo, acumulando maná para un último ataque.

–¡Ahora! ¡Disparad!

Cuando el perímetro se había reducido a un punto crítico, Caranlín dio la orden. Los magos lanzaron todos sus hechizos justo detrás de los atacantes. Su objetivo era separar las líneas, matar a cuantos pudieran, sembrar el caos y dejar que los guerreros se ocuparan de los que estaban al frente.

No fue un éxito absoluto, pero tampoco un fracaso. Una lluvia de magia cayó sobre los perdidos. Los que estaban en el frente se vieron empujados por sus aliados y las ondas expansivas, desestabilizándolos. De los que estaban en la línea de fuego, muchos murieron o fueron gravemente heridos, mientras que algunos resistieron sin graves daños.

Los guerreros empujaron una vez más, recuperando un poco del terreno perdido. Sin embargo, pronto otros seres corrompidos sustituyeron a los caídos y pisotearon a los suyos que no podían luchar, volviendo a presionar al perímetro defensivo.

Eldi maldijo encontrarse en aquella situación, y no era el único. Ninguno de los allí presentes quería morir. Todos tenían motivos para seguir viviendo, la mayoría familia y amigos que los estaban esperando. Pero no había nada que pudieran hacer excepto luchar hasta el último aliento, excepto liberar a cuantos de esos perdidos pudieran.

Regreso a Jorgaldur Tomo I: el mago de batallaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora