Búsqueda

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–¿Alguna novedad?– preguntó Elsa.

–Nada de nada. No hay información sobre la aparición de un visitante en ninguno de los otros reinos. Y, por ahora, ninguno de los equipos de búsqueda ha encontrado nada. ¿Qué hay de los tuyos?– respondió Ricardo.

Los dos estaban en un rincón de una amplia sala del palacio real, en una conversación aparentemente casual, pero de la que se habían asegurado no ser escuchados. Sabían que había espías en palacio, ya fuera de los rebeldes como de otras facciones de nobles. Y todos ellos estarían encantados de verlos fracasar y erosionar su influencia.

–Lo único que sabemos es que los rebeldes también se están moviendo, pero no parecen tener ningún tipo de información.

–Es la situación que más odio. No sólo no sabemos dónde está nuestro enemigo, sino que ni tan sólo sabemos si hay alguno– se quejó el hombre.

–Sería ideal haber encontrado un cadáver, pero nada podemos hacer. Hemos extendido la búsqueda al bosque zafiro y vigilaremos también la mazmorra, ya sabes que los visitantes tenían preferencias en ellas. Aunque me parece demasiado pronto para que pueda llegar hasta allí. No puede haber reunido el suficiente poder aún– concluyó Elsa.

–Tampoco te confíes, hay mucho que no sabemos sobre ellos. De la mayoría no tenemos ni idea cuánto tardaron en reunir su fuerza cuando volvieron.

–Sí, sí, ya lo sé. Estamos atentos a cualquier noticia en las otras zonas.

–Nosotros mandaremos patrullas al bosque rubí, pero no es fácil movilizar tantas fuerzas sin levantar sospechas– volvió a quejarse Ricardo.

–Es irónico. Debemos hacerlo discretamente cuando todos nuestros enemigos saben lo qué está pasando.

–Como siempre lo es. Hay que guardar las apariencias incluso cuando todos saben que las estás guardando. Por esta sociedad hipócrita.

El hombre levantó la copa y la mujer hizo lo propio, chocando ambas copas y agitando el vino que contenían.

–Buen vino– concedió Elsa.

–Vino élfico, de cuarenta años. Son una constante piedra en el zapato, pero hay que reconocer que saben hacen vino.

–Sin duda. Si no fuera por eso, habría más partidarios de invadirlos.

Ambos rieron ante la broma, aunque sabían que había algo de verdad en ella. Parte de la nobleza valoraba más sus placeres terrenales que ninguna otra cosa.


–Ninguna noticia, ninguno de nuestros exploradores ha encontrado nada– informó el hombre corpulento, al que llamaban Tresdedos.

–Tampoco nuestros contactos en los países vecinos saben nada. Parece que nadie sabe quién ha venido o si está vivo, si se oculta o se está entrenando. Por ahora es un fantasma– añadió un mercader.

–Los nobles están igual. No saben nada o lo ocultan muy bien– intervino una sirvienta.

–Lo cierto es que, hasta ahora, nunca habíamos sabido que había vuelto uno hasta que alguien lo había reconocido. Así que no sabemos si es normal o es un caso extraño– intentó relajar la tensión Tresdedos, algo nervioso por el silencio de Lidia, quien simplemente asentía con la cabeza.

–No nos queda otra que seguir alerta– asumió quien había sido una de las cortesanas más solicitadas años atrás, y que había sido lo suficientemente inteligente como para ahorrar para su retiro. Conservaba muchos contactos e influencia. Al fin y al cabo, conocía muchos secretos.

–Sí, por ahora no nos queda más remedio. Voy a estar fuera, indagando. Si necesitáis cualquier cosa hablad con Ted, él sabrá cómo contactar conmigo– abrió la boca finalmente Lidia, a la que se veía más pensativa que deprimida.

No había mucho más que decir o hacer, pues todo continuaba igual y el resto de proyectos habían quedado congelados hasta que se supiera algo del visitante. Por ello, la reunión acabó poco después y cada uno partió por una salida diferente. Cada uno conocía el camino que debía seguir dentro de aquel laberinto, al que pocos se aventuraban y del que ellos sólo conocían una parte, pero suficiente para que sus idas y venidas no levantaran sospechas.

Lidia siguió un camino un poco más largo. Ella, cuya edad sobrepasaba a la de la mayoría de humanos, había tenido la oportunidad de explorar un poco más de aquellos túneles. Pero lo que pasaba por su cabeza no eran los múltiples caminos posibles o la reunión previa, sino lo que uno de sus colaboradores le había contado.

Ella formaba parte de un pequeño grupo secreto incluso entre los rebeldes, un grupo de confianza, un grupo con un objetivo común, con una inspiración común. Y lo que uno de ellos le había contado seguía resonando en su cabeza:

–En el bosque esmeralda hay un manantial, y hubo una gran batalla hace poco, al parecer entre hormigas y animales. Y ese bosque es uno de los lugares a los que solían ir los visitantes.

–¿Y qué importancia tiene una batalla por un manantial? No algo tan raro– había respondido Lidia.

–Ja, ja, ja. Siempre eres igual de impaciente Lid, déjame terminar.

–Y tú siempre te andas por las ramas Ferna. Di de una vez lo que tengas que decir– se había hecho la ofendida.

–Lo primero que me llamó la atención fue que casi no había cuerpos, como si se los hubieran llevado.

Lidia había asentido, esperanzada e ignorando la sonrisa de su interlocutor. Se sabe que otros visitantes que habían vuelto podían descuartizar y recuperar los cuerpos con facilidad.

–Luego encontré restos carbonizados de lo que parecían flechas, y también algunos cristales redondeados, como los de un pote que se ha roto en pedazos, además de otros signos de fuego.

–Vamos, que allí había algo más que animales y hormigas. Un ser inteligente. Quizás un visitante...

–Sí. No es la única posibilidad, pero sí una buena señal. Porque, ¿quién si no estaría tan loco como para meterse en una de esas batallas? Podría ser él.

Lidia asintió de nuevo. Aún era pronto, pero no podía evitar que le latiera el corazón con fuerza ante la posibilidad.

Después de discutirlo, habían decidido centrar su atención en la zona zafiro, pues si era lo suficiente poderoso para meterse en aquella batalla, seguramente habría cambiado de zona.

Si estaban en lo cierto, tenían ahora una pequeña ventaja, ya que podían evitar desperdiciar sus esfuerzos en otras zonas. Si no, estarían perdiendo el tiempo. De todas formas, habían decidido no decir nada al resto de rebeldes. Sabían que había espías entre ellos.

Regreso a Jorgaldur Tomo I: el mago de batallaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora