Encerrona

909 134 0
                                    

–¿Qué significa esto? teníamos un trato– se enojó el hombre de pelo negro.

–Sí, teníamos un trato, pero las cosas han cambiado. Ahora ofrecen el triple por vosotros– respondió una mujer de largo cabello pelirrojo, que ocultaba su rostro tras un abanico con la imagen de un águila bordado.

–Maldito pajarraco– masculló la mujer de pelo también negro que estaba con el primero, burlándose del alias con el que la otra mujer se hacía llamar.

Ambos estaban rodeados por ocho oponentes armados, de niveles solo un poco más bajo que el suyo, lo que era sobradamente compensado por la diferencia de número. Resultaba evidente que eran asesinos expertos que habían sido llamados para acabar con ellos.

–Ríndete hermanita– se dirigió a esta última el primero.

–Ya sabía que eras una traidora sin principios, pero al menos podías haber esperado una semana más– le reprochó de nuevo la mujer de pelo negro a la pelirroja.

–¿Una semana? ¿Qué quieres decir?– preguntó confusa Águila de Fuego.

–Asúmelo Lid, has perdido– se regodeó el hombre.

–Vale, vale, tu ganas Líod. Acepto la derrota... La próxima vez invito yo... ¡Maldito pajarraco traidor!– refunfuñó Lidia ante la sonrisa burlona de su hermano.

No le gustaba perder, aunque fuera en una apuesta tan absurda como cuánto tiempo tardaría en traicionarlos.

–¡Es Águila de fuego!– protestó la mujer pelirroja.

–Que sí, que sí, pajarraco. Eres tan estúpida y avariciosa que no has podido esperar. Hubieran seguido subiendo la recompensa por nuestras cabezas si hubieras tenido más paciencia. Y yo hubiera ganado.

La última frase la dijo en voz baja, mientras su hermano se reía.

–Bien, ¿empezamos? Quiero probar el regalo de papá– los retó Líodon, desenvainando la espada.

–Sería mejor que os rindierais, no podéis ganar. Y valéis más vivos.

–¿Quieres dejar de graznar tonterías, pajarraco?– la provocó Lidia, claramente irritada.

–Maldita zorra... ¡Acabad con ellos!– ordenó Águila de Fuego.

Los ocho asesinos atacaron a la vez. Todos tenían el rostro cubierto, ocultando su identidad, y llevaban diferentes armas. Tres de ellos iniciaron el ataque desde la distancia, con flechas, shurikens y cuchillos, mientras que los otros cinco se abalanzaron con diferentes tipos de espadas y dagas, una especie de bastones unidos con cadenas, o unos guantes metálicos equipados con afiladas púas a modo de uñas.

Pero la defensa de los mellizos resultaba impenetrable, complementándose como si fueran uno. Se cubrían los puntos débiles con extraordinaria destreza, atacando en los huecos que dejaba el otro sin temer a ser herido en un descuido. Su coordinación era algo extremadamente difícil de encontrar, y más en guerreros de su nivel y experiencia. Es necesario luchar toda la vida juntos para alcanzar ese nivel, ser capaz de entenderse con cada movimiento del cuerpo.

Repelieron con cierta facilidad los proyectiles y ataques de sus enemigos, dejando incluso marcas en sus armas, y cortando algunos de los hilos prácticamente invisibles que intentaba tejer a su alrededor uno de ellos. Eran extremadamente duros y flexibles, por los que su dueño no acababa de creerse que fueran cortados con tanta facilidad.

–Estas espadas son increíbles– se asombró Líodon.

–Tendré que volverle a agradecer a papá– las admiró también Lidia.

Ambos ya las habían probado y practicado con ellas, pero no es lo mismo empuñarlas en un combate real.

–¿Eso quiere decir que no le tendrás en cuenta que se haya dejado ver?– rio su hermano.

–¡Ni hablar!¡No pienso perder esa oportunidad!–rio también Lidia.

Águila de fuego estaba furiosa ante la aparente tranquilidad y facilidad con la que sus objetivos se defendían. Sabía que eran fuertes, por lo que había traído a ocho asesinos experimentados. Estaba segura de que era suficiente.

Estos asesinos, lejos de amedrentarse, decidieron usar sus técnicas más poderosas. Preferían no recurrir a ellas si no era necesario, entre otras cosas porque podían hacer desaparecer todo rastro de sus objetivos, y normalmente necesitaban pruebas para sus patrones. Sin embargo, habían reconocido la fuerza de sus oponentes, por lo que atacaron con todo.

Magia concentrada capaz de penetrar armaduras. Proyectiles que estallaban en nubes venenosas cuando eran bloqueados. Múltiples flechas con punta de orichalcum, reservadas para situaciones especiales. Habilidades que atacaban con sus armas o las reforzaban. Todo ello se lanzó a la vez contra los mellizos, que fueron engullidos en una espesa niebla.

–Estúpidos hermanos. Hubiera sido mejor para ellos rendirse– los despidió con desdén Águila de Fuego.

Pero cuando la niebla empezó a disiparse, ambas figuras seguían allí, de pie. Los ataques había sido bloqueados por Escudo Dual, una fuerte defensa extremadamente difícil de dominar, pues necesita de dos personas para llevarse a cabo, y una gran sincronía en sus energías. A ello le siguió Supernova Binaria, un estallido de luz que cegó a todos por un instante, incluso a los asesinos que no habían bajado la guardia.

Ambos hechizos fueron inesperados, pues era contado con los dedos de una mano quienes conocían que los mellizos los dominaban. El resto de quienes los habían visto, no habían vivido para contarlo. Además, por la dificultad en las condiciones de aprenderlos, requiriendo dos personas con gran afinidad y habilidad, eran extremadamente raros. De hecho, no se sabía de nadie que pudiera invocarlos en la actualidad.

Normalmente, hubieran aprovechado para atacar cuerpo a cuerpo, pero, en aquella ocasión, chocaron las espadas e hicieron un movimiento como si fueran a lanzarlas hacia delante, pero sin soltarlas.

Unas seis cuchillas de luz salieron de ellas, atacando a los asesinos y acabando con uno de ellos, y dejando a otros cuatro heridos de diferente gravedad, incluyendo extremidades amputadas. Era increíblemente rápidas, siendo su poder destructivo demasiado potente para armas o defensas normales, por lo que los expertos asesinos, cogidos por sorpresa y cegados, apenas pudieron defenderse.

El que había caído en el suelo sin una pierna fue rápidamente rematado por Lidia, atravesándole el cuello, mientras que el que había perdido una mano no fue capaz de defenderse del rápido ataque de Líodon, quien había imbuido con fuego su espada. Ambos eran magos de batalla, como su padre, del que habían aprendido algunos hechizos y habilidades. Desde pequeños, habían querido imitarlo, y ambos lo habían logrado en parte. Aunque ni la elección de armas ni todos sus hechizos y habilidades eran los mismos.

Águila de Fuego y algunos de los asesinos intentaron huir, aterrados por lo que acababan de presenciar, pero la salida estaba bloqueada.

–Buen trabajo, Ted– alabó Líodon.

–Gracias tío. Nos os preocupéis por nada, hemos limpiado aquí fuera– se oyó una voz proveniente del exterior.

–¡Éste es mi niño! ¡Parece que fue ayer cuando le daba el pecho!

–¡Mamá!– protestó avergonzado.

Su madre y tío rieron, sin dejar ni por un momento de observar los movimientos alrededor. Ninguno sus enemigos iba a escapar con vida de allí, había quedado claro quién era depredador y quién presa. Sólo quedaba saber si podrían sacar algo de información.

Regreso a Jorgaldur Tomo I: el mago de batallaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora