Defensa

764 116 0
                                    

Disnalor, un mago elfo especializado en ataque masivos en área, no entendía por qué la líder le había dado órdenes tan extrañas. Entendía que lo lógico era usar todo su poder para causar el máximo número de bajas. Si iban a morir, al menos tenían que debilitar lo máximo posible a su enemigo, para ayudar a los que vinieran después.

Es cierto que sus ataque en área son un tanto telegrafiados, y que un general, capaz de mover a sus tropas de un lado a otro, podía minimizar el daño sufrido. Pero era mucho peor estar lanzando hechizos menores.

Caranlín le había ordenado que conservara el maná y sólo lanzara los que consumían poco, los que debilitaban a los enemigos, pero a pocos de ellos cada vez. Le había indicado que estuviera atento para lanzar Armagedón a su orden, un hechizo masivo que requiere casi quince segundos de preparación. El principal problema es que es muy fácil de interrumpir. Un simple ataque luminoso que lo deslumbrara le podía hacer perder la concentración, perdiendo así la oportunidad y el maná.

Se necesita un apoyo personalizado para lanzarlo, la protección de otros magos, algo que ahora era imposible. Estaban ocupados evitando que los escudos cayeran y murieran todos. Le parecía una orden absurda, pero conocía a la líder desde hacía años. No era estúpida, y conocía perfectamente los pros y los contras del hechizo. Se preguntó que as en la manga tenía, pero no había tiempo para preguntar ni para que ella le explicara. Por ahora, sólo podía obedecer y confiar.

Mientras, Dafkra y Dakgror miraban a lo lejos con el rostro muy serio, solemne. Podían distinguir tres siluetas entre el ejército enemigo, tres siluetas que pertenecían a seres de su raza. O, más bien, seres que habían sido de su raza en el pasado. Aquello reforzó su resolución a sobrevivir, al menos hasta devolver a aquellos tres gigantes corrompidos de nuevo a la piedra, desde donde, según sus tradiciones, podrían volver a reencarnarse, podrían volver al ciclo del que habían sido arrancados.

La segunda línea se había vuelto más fina y dispersa, pues a menudo debían tomar la posición de los heridos, que eran llevados al centro de la formación para ser curados. Aún no era un problema, a los sanadores le quedaba maná más que suficiente, pero, a medida que avanzara la batalla, tendrían que empezar a confiar en las pociones.

Eldi ayudaba un poco en su zona con Regenerar, pero ni podía gastar mucho maná ni podía alcanzar una zona más amplia. Le hubiera gustado usar las Áreas de Defensa o Ataque, crear algunos Muros de Fuego, o incluso preparase para invocar Santuario, pero no se lo podía permitir.

Miraba impotente hacia los miles de perdidos que los rodeaban. Por ahora aguantaban bien, pero tarde o temprano empezarían a cansarse, a cometer errores, a no empuñar sus armas con la fuerza suficiente, a retroceder. No podían acabar con todos, la trampa había sido perfectamente planeada.



Una especie de búfalo con la piel tan dura como un rinoceronte salió volando, llevándose consigo a los perdidos que estaban tras de él, y desintegrándose junto a un par de estos. Había sido impactado de pleno por un Choque Dual, una terrible habilidad ejecutada en coordinación por los dos gigantes. Habían acabado con tres enemigos y dañado a otros cuatro, pero pronto el hueco fue rellenado por nuevos contrincantes. Apenas habían disfrutado de unos segundos de tregua.

–Descansa en paz– musitó un elfo en otro punto del círculo de defensa.

Había acabado con un elfo corrompido, cuyas habilidades estaban a la par con las suyas. Sin embargo, el elfo corrompido no tenía la ayuda de sus aliados, los cuales simplemente esperaban detrás o incluso empujaban, mientras que el que estaba vivo recibía el apoyo de la segunda línea. O de los que estaban a su lado, si tenían un respiro.

Tampoco tuvo más que un momento para recuperar la respiración antes de enfrentarse a una serpiente venenosa, cuyo ataque detuvo alzando de nuevo el escudo. Sus brazos aún aguantaban, pero empezaba a notar el esfuerzo. Pronto tendría que pedir un relevo para descansar, aunque fuera tan sólo por unos momentos.

Diversos hechizos podían verse una y otra vez sobre el ejército de perdidos, como Bolas de Fuego de diferentes tamaños, o Tormentas Eléctricas de mayor o menor área. Era imposible fallar, había demasiados de ellos, pero no siempre tenían el efecto que querían. Había enemigos capaces de neutralizarlos o bastante resistentes a su poder, aunque eso no era lo peor. Lo peor era que, incluso cuando eran totalmente efectivos, el resultado era irrelevante con respecto a la magnitud de las fuerzas enemigas.

Los arqueros disparaban con mucho cuidado, apuntando bien, sabiendo que debían dosificar sus flechas. No es que tuvieran pocas, pero sí insuficientes ante lo que había enfrente. Algunos de ellos eran capaces de crear flechas con maná, y las alternaban con las normales, pero tampoco sus reservas de maná eran infinitas.

Podían verse a veces como las flechas parecían multiplicarse, o salían unas especies de redes de ellas, o explotaban al impactar. Eran ataque destinados a alcanzar a varios enemigos a la vez, aunque menos efectivos que los de los magos.

Agradecían al visitante que hubiera dejado allí cuantas flechas tenía, unos cuantos cientos, pero aun así sólo eran una mínima parte de las que necesitaban. Y la curiosa y pequeña especie de hada, que de vez en cuanto les traía algunas usadas, resultaba también totalmente insuficiente.

Todos ellos, guerreros, arqueros y magos, veían con preocupación como las cúpulas mágicas que los protegían iban perdiendo poder. A pesar de las pociones de regeneración, a los magos que las sostenían les quedaba cada vez menos maná.



Los dos gigantes se levantaron antes de lo previsto. Habían sido substituidos para poder descansar, para recuperar el aliento. Lo que no esperaban es que su amigo humano les traspasara gran parte de su energía. Ningún guerrero tenía esa habilidad, y sólo algunos miembros de los ejércitos de nobles o reyes solían tenerla. Estos eran usados por sus jefes para tener un extra de energía, como una batería de recarga.

Pero quien les había dado la energía había más que demostrado ser competente. No obstante, había decidido que era más importante que los gigantes estuvieran en pie, pudiéndose él limitar a ayudar desde atrás, conservando al máximo su propia energía.

Es cierto que no era suficiente para recobrar toda la que les faltaba a los gigantes, pero sí era una ayuda que les permitía volver al frente un poco antes.

Regreso a Jorgaldur Tomo I: el mago de batallaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora