Rayo de corrupción

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–¡Gragko! Abre agujeros justo delante de la línea de defensa– ordenó Caranlín.

Así lo hizo el enano, e inmediatamente las criaturas que atacaban el subsuelo encontraron una zona con menos resistencia para salir. Aparecieron en medio de la turba de perdidos que eran sus aliados, algo que aquellos seres de poca inteligencia no eran capaces de distinguir. Sus órdenes eran abrir un paso en aquella zona y atacar a todo lo que apareciera.

Había debilitado tres pasadizos, y seguía abriendo más a medida que retrocedían. Ello causaba que la afluencia de lombrices y otro tipo de gusanos corruptos aumentara, atacando a sus aliados y causando estragos en las líneas de los perdidos.

Aquello disminuyó la presión sobre la retaguardia, pero aún estaban lejos de cumplir el objetivo más importante, que era el de abrirse paso. El enemigo no entraba en la zona libre de miasma, así que concentraba sus fuerzas en la separación entre los vivos sitiados y sus refuerzos, intentando que el cerco no se rompiera. Claro que el número de tropas que pueden estar a la vez en un mismo punto es limitado, así que su superioridad de fuerzas no era absoluta.

Los gigantes avanzaban poco a poco, pues la formación enemiga era cada vez más densa. Por su parte, los refuerzos se acercaban a través de la zona sin miasma, por lo que no eran atacados por el momento. El problema estaba en que cada vez que eliminaban un grupo de enemigos, otros tomaban su lugar. El avance era extremadamente lento y, al no estar previsto que llegaran más refuerzos a corto plazo, no tenían la seguridad de conseguirlo.

De repente, una sensación extraña flotó sobre el campo de batalla. El miasma que había estado recuperando terreno dejó de avanzar, y el presagio de un gran peligro invadió sus corazones.

–¡Ra...Rayo de corrupción!– gritó de pronto uno de los magos.

Aquello aterró a todos. Era un hechizo que los generales podían usar cada veinte años, un rayo que traía a su paso muerte y destrucción.

–¿¡Escudos mágicos!?– pidió Caranlín con desaliento, pues imaginaba la respuesta.

Todos los magos que podían invocarlos negaron con la cabeza, pues no les quedaba maná para levantar las defensas. Necesitarían al menos diez simultáneos para empezar a soñar en contrarrestar el ataque, y ni así tenían garantías.

Todos sintieron el gran poder proveniente del punto en el que se encontraba el general, que por primera vez desvelaba su posición. Por desgracia, no tenían medios para atacarlo. Era un poder tenebroso y temible, acumulado a través de años de absorción de miasma.

Normalmente, sólo lo usaban en casos excepcionales, pero está vez ni siquiera podía valorar si lo era. La ira lo dominaba. El miedo al fracaso, el miedo a que se escapara su presa después de tantas preparaciones y tantas bajas, la frustración de no haberlo conseguido aún... Todo ello no le dejaba pensar con claridad y nublaba su juicio. Lo único que quería era acabar con todos.

Un rayo negro salió de su posición en dirección a la vanguardia enemiga. A medida que avanzaba, engullía a sus propios aliados, saturándolos de miasma hasta que reventaban, y creando entonces una fuerte explosión que abarcaba hasta diez metros alrededor. Era tan abominable como aterrador.

Pronto llegó frente a los gigantes, que eran incapaces de enfrentar aquel terror. Ni siquiera su gruesa piel y poderosos cuerpos podían soportar aquel oscuro poder. Sin embargo, no fue a ellos a quien alcanzó.

Eldi había usado Terremoto para interceptar el ataque, apartando a su vez a los perdidos cercanos. Lo había hecho dos veces más hasta colocarse suficientemente alejado de sus aliados, cambiando al hacha inmediatamente. Los enemigos dudaron en abalanzarse sobre él, pues sus instintos los avisaban del peligro inminente, peligro que impactó de lleno en el alto humano.

Las tres capas de ¿Magia a mí? fueron sobrepasadas en un instante, aniquilando la defensa. Bloquear resultó inútil ante aquel ataque, así que el Rayo de Corrupción impactó en su cuerpo, siendo la protección de su armadura apenas un grano de arena ante un tsunami.

El sacrificio de su aliado los dejó a todos atónitos, mientras intentaban escapar de la trayectoria del impacto. Sin embargo, éste no llegó hasta ellos. No daban crédito a que el ataque se hubiera detenido, dejando un pasillo de destrucción entre el general y Eldi, pero no más allá. Cuando éste hizo un extraño y rápido movimiento hacia atrás, escapando de los enemigos que intentaban atacarlo, ni siquiera sabían que creer. Tan sólo había estupefacción en sus rostros ante el hecho de que siguiera con vida.

Había usado Reacción Gatuna para escapar de allí, tras haber ganado una peligrosa apuesta. Si bien tanto Bloquear como ¿Magia a mí? habían sido completamente superados, Inexpugnable lo había salvado. Los tres segundos que duraba a afinidad 6 apenas habían sido suficientes, había sobrevivido por los pelos. E incluso había obtenido el premio adicional de que la habilidad subiera a nivel 7, ganando medio segundo de duración.

Todos miraron a su aliado con cierta aprensión, temerosos de que el miasma pudiera haberlo afectado, pero pronto demostró que no había sido así, pues era capaz de hablar.

–No podré hacerlo otra vez– dijo él, visiblemente agotado.

Sus aliados asintieron, desconcertados, sin fijarse en aquel momento que la armadura que vestía había cambiado. Era de nivel 60, pues había tenido que vestirla rápidamente al haber quedado la anterior destrozada. No sólo hubiera sido una imprudencia estar indefenso, sino que no quería aparecer medio desnudo ante sus compañeros. También había perdido el hacha, pero, por suerte, no era una arma muy popular entre los elfos, y aún conservaba la de nivel 60.

Por otra parte, es cierto que, por mucho que los sorprendiera, no podían permitirse perder el tiempo. Había enemigos atacándolos, y debían avanzar.

Pero si había alguien aún más incrédulo ante la situación, ese alguien era el general. Había usado su as la manga, su carta más poderosa, y había fallado. No entendía cómo ni por qué había sido detenido, pero lo cierto era que no había llegado a sus enemigos. Estaba en shock, incapaz de reaccionar ante el cúmulo de contratiempos inesperados.

Tenía la victoria al alcance de la mano, pero se le escabullía entre los dedos. No podría creérselo, y eso le hizo perder su concentración y no percatarse de los cambios que acontecían en el campo de batalla, donde la última barrera de protección había caído y los vivos estaban a merced de los ataques a rango.

Regreso a Jorgaldur Tomo I: el mago de batallaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora