Bosque corrupto

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Poco a poco, la sensación de sentirse observado fue reapareciendo y ganando fuerza, como si decenas de pequeños ojos se fueran sumando a sus acosadores invisibles. Cada vez estaba más seguro de que era producto de su imaginación, pues no tenía ningún sentido. Se convenció a sí mismo de que era debido a la mezcla entre Oído de Murciélago y los muchos seres de aquel bosque que le debían de observar al pasar.

Decidió ir directamente hacia el norte y no aventurarse más al este. Su objetivo era llegar cuanto antes, no tenía sentido preocuparse por levear por el camino. Aunque claro, si un enorme serpiente de dos cabezas te ataca, no tienes más remedio que defenderte.

Era similar a la también enorme serpiente que le había atacado días atrás, pero, a la altura de tres cuartas partes su cuerpo, ésta se dividía en dos, formándose una cabeza al final de cada bifurcación, cabezas que actuaban de forma independiente la una de la otra.

Eldi se preguntó si era algún tipo de evolución de aquella primera serpiente, pues no podía saber que en realidad era uno de sus métodos de reproducción. Podían aparearse y poner huevos, o dividirse en dos, aunque no se sabe cuándo sucede esa división, o cuál es el desencadenante, siendo a día de hoy aún un misterio.

Aunque parezca lo contrario, dos cabezas no hacen de la serpiente un depredador más formidable, y, conociendo su punto débil, no dudó en atacarla con Lanzas de Fuego. Puede que el coste de maná fuera alto, pero también lo era la efectividad sobre aquel reptil bicéfalo. Esta vez, los ataques se concentraron en las cabezas, por lo que pudo obtener una mayor cantidad de piel de serpiente y carne no cocinada.

No encontró muchos más habitantes del bosque que se atrevieran a atacarlo. La mayoría de los seres tienen muy claro que es peligroso enfrentarse a un enemigo desconocido, pues todo el que habita allí tiene algún as en la manga, ya sea veneno, magia o fuerza bruta. Y dado que aquel ser a dos patas no se escondía y tenía el olor de sangre de serpiente en sus ropas, asumían que era peligroso. A no ser que estuvieran desesperados, preferían contentarse con sus presas habituales.



Tardó unos días en llegar a su destino. Lo primero que notó fue que aquella sensación de sentirse observado iba desapareciendo de nuevo, así como el bosque se iba haciendo más silencioso. Pero no fue hasta que subió a una pequeña colina y trepó por un árbol, que finalmente empezó a comprender la magnitud del problema.

Lidia ya había intentado explicárselo, aunque había insistido que tenía que verlo con sus propios ojos. Y así era. A apenas un par de kilómetros de su posición, había un pequeño riachuelo que separaba el bosque en dos. El problema estaba al otro lado.

Parecía en parte el mismo bosque, y a la vez completamente diferente. El color era más oscuro y se percibía una aura viciosa, antinatural. O, tal y como lo había definido su hija, era como si la vida hubiera sido corrompida. No lo había visto en el juego, pues, al parecer, había empezado a suceder unos pocos años después de que los visitantes se marcharan.

No se sabía cómo había empezado, cuál había sido el primero, pero sí que se comportaba como una epidemia, atacando a los seres vivos y corrompiéndolos, volviéndolos como uno de ellos si no eran capaces de defenderse.

El bosque y sus habitantes, entre ellos los elfos, habían reaccionado a tiempo para controlar aquella plaga, para no dejar que avanzara, pero no habían sido capaces de acabar con ella, de acabar con la causa última de aquella corrupción, fuera la que fuera.

Eran bienvenidos todos los que quisieran adentrarse en aquel lugar para disminuir la cantidad de seres que habían sido corrompidos, siempre y cuando cumplieran los requerimientos mínimas. Lo que los guardianes del bosque no querían bajo ningún concepto era que se convirtieran en uno de ellos. Era para él, por tanto, un lugar ideal para levear y, al mismo tiempo, echar una mano, ya que había enemigos de sobras.



A medida que se acercaba, la sensación de peligro que proporcionaba Oído de Murciélago iba aumentando, aunque sin llegar nunca a la de un peligro inminente. Dada la distancia a la que estaba, era evidente cuál era la hostilidad de lo que antes había sido una selva espléndida.

De pronto, un par de elfas salieron a su encuentro. Le sorprendió, a pesar de que lo esperaba tarde o temprano. Sabía que estos vigilaban todo el perímetro, asegurándose de avisar si algo extraño sucedía.

–¿Quién eres y qué haces aquí?

Había firmeza, aunque no hostilidad. Estaban habituados a que llegaran aventureros, aunque éste había venido por un camino inusual. Hacía un par de días que lo habían detectado, y lo habían estado vigilando, no habiendo descubierto nada extraño en él, aparte de su aspecto. Aunque su conocimiento sobre los humanos no era el suficiente para asegurar que fuera muy extraño.

–Me dijeron que preguntara por Melingor– respondió Eldi, tal y como le había sugerido su hija.

Los elfos se miraron algo nerviosos, sin importarles que no hubiera respondido a su pregunta. Melingor era un elfo importante y poderoso, y, casualmente, llevaba unos días por aquella zona, con la orden de ser informado de cualquier llegada.

Era inusual que alguien así estuviera tanto tiempo en una zona de relativamente bajo nivel. Y si bien no se había quedado ocioso, habiendo estado activamente ayudando, vigilando y entrenando a otros elfos, todo el mundo estaba convencido de que había alguna otra razón para que estuviera allí. Cuando el recién llegado preguntó por él, lo primero que pensaron es que él era la razón, por lo que lo trataron con suma delicadeza, temerosos de quedar mal con su superior.

Lo acompañaron al puesto de control, un campamento fortificado con capacidad para un centenar de habitantes, y lo llevaron a una pequeña habitación, en la que le sirvieron una refrescante bebida afrutada y le pidieron que esperara.

Tardó un buen rato en aparecer otro elfo. Su largo pelo rubio oscuro estaba atado con una coleta que le llegaba a media espalda, y no estaba todo lo limpio e impoluto que se esperaría de un elfo en una novela de fantasía, así como tampoco lo era su complexión, bastante musculosa. Tenía varias pequeñas heridas recientes ya cerradas, y algunas cicatrices más antiguas, y su atuendo era austero y desgastado. Daba la impresión de un guerrero veterano.

Regreso a Jorgaldur Tomo I: el mago de batallaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora