Victoria y derrota

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El general ordenó atacar a todos. Daba igual si no había miasma. Daba igual si podían despertar. Los mandó avanzar contra los refuerzos. Ordenó también a los de rango reforzar sus ataques, aunque acabaran agotados después.

Algunos de los magos recién llegados se apresuraron a llegar a la retaguardia de los que habían venido a rescatar, mientras que algunos guerreros se distribuyeron para ayudar a los que llevaban demasiado tiempo manteniendo el perímetro defensivo. Asimismo, los dos magos especializados en cura gastaron gran parte de su maná en recuperar y acabar de estabilizar a algunos de los heridos.

Es cierto que no había magos defensivos entre los recién llegados, pero eso no significaba que estuviera totalmente indefensos ante los ataques a distancia. Era más costoso en maná y necesitaba toda su concentración y pericia, pero podían atacar los ataques, haciéndolos colisionar y anulándose los unos a los otros.

Llevaban años luchando en aquellas tierras corruptas, así que su precisión y habilidad no eran ordinarias. Eran capaces de discernir entre los ataques peligrosos y los que no darían en el blanco, disminuyendo así la cantidad de maná que requerían, que aun así no era poco.

Una vez abierto el camino, y a pesar del los intentos de los seres corrompidos de superar sus defensas y cortarles la retirada, el grupo que había estado sitiado fue pasando poco a poco al otro lado, retirándose ordenadamente para evitar que sus defensas fueran superadas. Con la ayuda de los refuerzos, resultaba más fácil, aunque también es cierto que estos estaban consumiendo rápidamente su maná y energía.

Cuando cruzaron el asedio y llegaron hasta la zona libre de miasma que había creado Luz Eterna, aún no estaban a salvo. Los seres corrompidos se abalanzaban hacía ellos por aquella zona que al principio habían preferido evitar.

Tenían que volver a resistir la carga de sus enemigos, pero ahora las condiciones eran más favorables. No sólo aquella zona estaba por ahora libre de miasma, sino que tenían muchos más efectivos disponibles. Quizás estuvieran agotados, quizás sus armas y equipos estuvieran destrozados, pero podían formar fácilmente una sólida doble línea de defensa, incluso con una tercera esperando para reemplazarlos.

Los perdidos se encontraron con los escudos que aún resistían plantados en el suelo. Con los guerreros de refuerzo, algo cansados pero aún en plena forma, y que los esperaban con sus armas preparadas. Con magos que habían usado quizás más la mitad de su maná, pero a los que todavía les quedaba casi la otra mitad. Y con otros tantos que aprovechaban para recuperar sus energías antes de volver a la batalla, Eldi entre ellos.

Además, los ataque a distancia, ya sean físicos o mágicos, prácticamente se habían detenido, al haber agotado su poder y recursos los seres corruptos encargados de ejecutarlos. Por ello, tenían plena confianza en resistir.



Un osado arquero probó suerte, disparando una flecha de energía en la dirección en la que se encontraba el general. En realidad, dicho ataque no podía dañarlo, pero, en su estado totalmente irracional, le aterró. Un ataque similar había acabado con algunos de sus hermanos, así que se dejó llevar por el pánico y huyó del campo de batalla, dejando a su ejército sin su liderazgo.

–¡No hay miasma! ¡Es más importante retenerlos que matarlos!– gritó Caranlín.

Y así lo hicieron, utilizando, en la medida que los dominaran, hechizos para ralentizar, confundir, noquear o empujar.

Pronto empezaron a despertar. Cuanto más tiempo permanecían en la zona sin miasma, más probabilidad había que lo hicieran. Y como había pasado después del Armagedón, sus enemigos se volvieron los unos contra los otros, pero esta vez no había nadie que los hiciera retroceder. Al principio sólo eran unos pocos, pero su número iba continuamente en aumento. Y si algo odiaban los despertados era lo que habían sido.

Al cabo de un rato, el grupo en el que se encontraba Eldi apenas tenía que defenderse de los efectos laterales de la lucha entre perdidos y despertados. Y, poco después, ni siquiera eso. Contemplaban con solemnidad como los numerosos despertados se volvían contra sus antiguos aliados, contra los que habían sido como ellos, contra los que estaban en la zona con miasma.

Los de fuera eran más, y conseguían repeler a los despertados, pero, al hacerlo, se iban metiendo en la zona sin miasma y, poco a poco, acababan despertando y volviéndose contra los suyos. Era un tira y afloja en el que el ejército de seres corrompidos iba reduciéndose. Sin la guía de su general, simplemente atacaban sin pensar más allá de lo que tenían enfrente, provocando que la batalla fuera dirigiéndose a su inexorable final.

Cuando el último de los perdidos fue destruido, los despertados se volvieron los unos contra los otros, matándose mutuamente, en lo que no era una pelea sino un suicidio asistido. Preferían morir a volver a lo que habían sido.

Durante un buen rato sólo hubo silencio entre los vivos. Normalmente, hubieran estado exultantes por haber sido salvados, por haber sobrevivido, pero el espectáculo que habían presenciado los había dejado sin habla.

Tardaron un buen rato en reaccionar, en abrazarse los unos a los otros, en derramas lágrimas de felicidad por estar vivos, en agradecer a sus compañeros y a los refuerzos el haber sobrevivido a una situación imposible.

No pocos abrazaron con agradecimiento y admiración a Eldi. Si alguien había sido determinante, si alguien había cambiado el desenlace, ese alguien había sido él. Por supuesto no lo había hecho solo. Todos habían sido imprescindibles, pero él había conseguido lo imposible, darles la oportunidad de luchar donde supuestamente no la había.



Aquella noche hubo muchas celebraciones, y no sólo en su campamento. Había sido una gran victoria, una en la que habían escapado con vida y derrotado a miles de sus enemigos, arruinando sus planes.

Por otra parte, al otro lado, en el corazón de la zona corrupta, no estaban tan contentos. Habían sufrida muchas derrotas en aquel día, pero ninguna tan desastrosa y humillante como la del general que había huido del campo de batalla. Se encontraba atado, colgando de la rama de un árbol corrompido, boca abajo.

Otros tantos generales lo rodeaban, deseando acabar con él para liberar sus propias frustraciones. Pero no podían hacerlo. Debían esperar al juicio de su señor.

Regreso a Jorgaldur Tomo I: el mago de batallaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora