Operación rescate (II)

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No quedaba nada en aquel lugar, excepto bancos de piedra que no podían ser transportados. O estatuas no ajenas al paso del tiempo. Ni un solo libro, ni una sola de las piedras de luz que deberían iluminar la habitación. Se lo habían llevado todo al huir de la ciudad. O había sido saqueado previamente. O después.

Revisaron toda la planta antes de subir, asegurándose de no dejar ningún peligro detrás, y colocando algunas alarmas por si acaso, imposibles de detectar hasta que son activadas. Finalmente subieron por una de las escaleras, para encontrarse con un panorama similar. Había otras estatuas, otros bancos, otras estanterías vacías excavadas en la pared, y otras que ya no existían.

Comprobaron que el exterior también estaba rodeado por los anfibios, y que las gruesas paredes resistían su avance, así como que la magia que protegía las grandes puertas principales seguía activa. Fluía desde una especie de tubo que se encontraba en el centro, que subía desde el piso inferior y seguía hacia el superior.

–Hay manchas de sangre en la entrada sureste. Y algunas en las escaleras al tercer piso– notificó un hombre-topo nivel 43.

Asintieron y se prepararon para subir.

Eldi se quedó atrás mientras sus compañeros avanzaban. Habían activado algunas alarmas, lo que significaba que habían sido detectados. No sabían si serían hostiles, esperaban que no, pero tenían claro que era mejor que no vieran al humano por el momento.

No había muchas más manchas de sangre, pero las existentes parecían dirigirse a una habitación como las que habían encontrado en las otras plantas, desde la que podían defenderse si los sapos conseguían, de alguna forma, entrar.

Una mujer-topo dio unos golpes en el suelo mientras todos esperaban en silencio, espera que casi duró diez segundos y se hizo eterna. No querían arriesgarse a una lucha fratricida, así que respiraron aliviados al escuchar las vibraciones del suelo, la respuesta algo desconfiada de los que estaban dentro.

Hubo un pequeño intercambio de mensajes antes de que una puerta se abriera y apareciera un hombre-topo con una armadura sucia y rasgada, y de menor calidad que las suyas. Su aspecto no era mejor que la armadura, se le veía cansado y magullado, pero se esforzaba por mantener la dignidad.

Habiendo dejado las armas, Fita se adelantó hacia él y extendió las palmas, que el hombre-topo recibió con las suyas. Es el saludo ceremonial del pueblo-topo, signo de paz. Luego intercambiaron unas pocas palabras y Fita se volvió con prisa.

–Luta, Fato, Mita, venid, hay gente herida. Traed pociones. Id un par a buscar también agua y comida.

Tica y otro joven, que intentaba infructuosamente que la chica se fijara en él, bajaron las escaleras para que Eldi les diera algunas provisiones, y las llevaron a la habitación. Allí se encontraban diez guerreros-topo además de Fita y los tres curanderos.

Distribuyeron el agua y la comida entre los cinco que podían mantenerse de pie. Los otros estaban malheridos, pues no habían podido curarlos durante su encierro. Habían agotado los tratamientos, y su curandera era una de los que estaban inconscientes. Eran niveles entre 41 y 46, y llevaban 15 días allí atrapados, ya casi sin provisiones. Se habían visto acorralados, y la mitad de ellos habían acabado malheridos.

Les sorprendió la efectividad y la cantidad de las pociones que les daban. Ellos tenían remedios hechos con algunos de los mismos ingredientes, pero mucho más toscos y menos efectivos. Y les era especialmente llamativas las armaduras que llevaban sus hermanos, de mejor calidad que las que los suyos eran capaces de confeccionar.

–Se recuperará, pero casi hemos agotado nuestro poder– les aseguró Mita –. Fita, nos iría bien que viniera Eldi.

–¿Eldi?– preguntó Guto, el más veterano que quedaba en pie y, por tanto, quien se había encontrado con Fita al principio.

Ésta no había querido llamarlo de entrada. Sabía que sus hermanos desconfiaban, hacía mucho que su respectivos pueblos no se habían encontrado, y el campo de batalla no era el lugar más propicio. Estos no podían saber si sus intenciones eran realmente pacíficas, si pudieran querer algo de ellos, como información de lo que pudieran haber encontrado, o de sus propios pueblos. Pero ante la necesidad, se habían visto obligados a aceptar la ayuda sin condiciones.

Por todo ello, la presencia de Eldi podía aumentar la desconfianza, así que habían preferido esconderlo por el momento. Al fin y al cabo, a ellos mismos les había costado aceptarlo al principio. Sin embargo, sus habilidades eran necesarias.

–Con nosotros viene uno de los que camina bajo el cielo, y además es un visitante. No es peligroso, es una buena persona. Nos puede ayudar con los heridos, si lo permitís– explicó Fita.

–¡¿Uno del exterior?! ¡¿Estáis locos?!– exclamó Guto.

Todos miraron al hombre-topo extrañados y preocupados, pues no habían oído la conversación.

–Nosotros también pensábamos lo mismo al principio, pero salvó a algunos de los nuestros que tuvieron que huir por la superficie. Y nos ha ayudado mucho...– lo defendió la mujer-topo, reacia a hablar de la artesanía –. No os pido que lo aceptéis, sólo que le dejéis ayudar.

–¿Tanto habéis cambiado en este tiempo? ¿Ahora os relacionáis con ellos? ¿¡Acaso no sabéis lo peligrosos que son!?

–Él ha sido el único– protestó Fita –. Y...

Dudó. Era un secreto que no sabía si revelar. La lucha por las plataformas de artesanía había sido dura en la guerra, y era evidente que ellos también habían perdido el conocimiento, pues a la vista estaban sus armas y armaduras. Pero también tenían que salir de allí cuanto antes, y para ello necesitaban que los heridos se recuperaran completamente. Necesitaban al humano para acelerar el proceso.

Suspiró.

–Nos ayudó a recuperar el conocimiento de artesanías mágicas. Sin él no tendríamos esas pociones ni estas armaduras.

Guto se quedó en silencio por un momento, demasiado estupefacto para hablar. Aquel era un conocimiento que los suyos llevaban mucho tiempo intentando recuperar. Finalmente habló, inseguro y tartamudeando.

–¿Y... po...podría enseñarnos tam...también? ¿Se...seguro que no es pe...peligroso?

Fita suspiró aliviada.

–Es de total confianza– aseguró –. Pero para que os enseñe, tendréis que pedírselo a él.

Regreso a Jorgaldur Tomo I: el mago de batallaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora