–Y esa cicatriz, ¿cómo te la hiciste?– le susurró al oído una mujer-loba de pelo negro llamada Svarlfa, premeditadamente soplando suavemente en su oreja, apretando su cuerpo contra el de él, y acariciando lentamente dicha cicatriz con la punta de los dedos.
La comerciante mostraba abiertamente que se sentía atraída por aquel aventurero de pelo plateado, quien, como ella, era un demihumano mezcla de hombre y lobo. Su olor le resultaba algo extraño, y por eso mismo misterioso. Además, su actitud distante la incitaba a acercarse a él en lugar de apartarse, a intentar descubrir los misterios que ocultaba.
Eldi, por otro lado, se sentía muy incómodo. Por una parte, temía que su identidad pudiera quedar expuesta. Por la otra, se sentía intimidado. Hacía mucho que una mujer no flirteaba con él, y ninguna lo había hecho de forma tan agresiva.
Y no es que no la encontrara atractiva o seductora, pero no sólo debía salvaguardar su disfraz, sino que había otra persona en su corazón, una dríada que no veía desde hacía más de setenta años.
–Es algo que no me trae buenos recuerdos– le respondió secamente, intentando desanimarla y protegiendo su rostro con la mano.
Sin embargo, el efecto fue el contrario. Lejos de desanimarse, se interesaba más, preguntándose cuáles eran aquellos malos recuerdos. Mientras, el resto de pasajeros de la carreta los miraban de reojo, sin saber muy bien que pensar.
El hermano de la mujer, también de pelo negro, sentía lástima por el aventurero de pelo plateado. Sabía cuan insistente y cabezota podía ser su hermana, y sospechaba que ésta había decidido darle un sobrino con pelo plateado. Suspiró y miró hacia otro lado, no quería saber nada.
Del resto, por un lado estaban los que se preguntaban como la mujer no entendía indirectas. Por el otro, los que se preguntaban por qué ese tal Silverwolf no era un poco más amable. Al fin y al cabo, para muchos de ellos, era más que bienvenido tener la atención de una pareja atractiva en un viaje con noches frías y solitarias.
Todos sospechaban que aquella noche pasaría algo entre ellos, ya fuera la rendición del aventurero ante el acoso de la comerciante, o la negativa de éste, ante la cual no sabían que podía esperarse de ella. Excepto su hermano, que se temía un buen alboroto. Su hermana no era mala persona, pero no llevaba bien que la rechazaran, ni que intentaran disuadirla de intentarlo.
Así, aquella noche, esperó a que Eldi acabara el turno de guardia. Había intentado abordarlo durante, pero éste la había echado, arguyendo que su trabajo era importante y no podía distraerse. Cuando escuchó que la guardia había cambiado, se acercó a la tienda de su objetivo, desabrochándose la camisa, con la intención de no darle opción. Sin embargo, se la encontró vacía.
Miró a un lado y a otro, confusa. Luego se acercó a las tiendas de otras mujeres, temiéndose enojada que otra se le podría haber adelantado. Pero no había más ruidos o movimientos que algún ronquido, y no podía irrumpir en ellas sin más. Frustrada, se volvió a su tienda, dispuesta a no darse por vencida.
Mientras, Eldi la observaba desde la seguridad de un Escudo del Dormilón. Tenía que reconocer que resultaba tentador, pero no estaba dispuesto a acostarse con ella. Por una parte, estaba su disfraz y, por otra, Melia. Es cierto que no estaba comprometido con ella, que no le había prometido nada, pero hubiera sido una traición a su propio corazón, además de un engaño a la mujer-loba. Al fin y al cabo, aquel no era su verdadero aspecto ni raza.
No estaba en contra de las relaciones de una noche o una semana, pero si de la mentira y el engaño, pues sabía cuan doloroso podía llegar a ser. Y aceptar pasar la noche con ella, hubiera sido engañarse a sí mismo, a ella, y a la promesa no pronunciada en voz alta con la dríada.
Al día siguiente, Svarlfa se sentó a su lado, intentando descubrir el olor de alguna otra mujer, pero no lo encontró. Estaba enfadada, pero nada podía hacer para liberar su frustración.
Mientras, Eldi suspiraba para sus adentros. Se había sentado junto a otros dos aventureros, intentando alejarse del peligro y hablar con ellos de trabajo, pero ella había forzado su sitio junto a él. No sabía como lidiar con ella, aunque agradeció que, por el momento, sólo lo mirara intensamente.
Y, los demás, no sabían que pensar. Ignoraban que había pasado aquella noche, pero no daba la impresión ni de que se hubieran acostado ni de que la hubiera rechazado. Miraron hacia otro lado, pero atentos a lo que pudiera pasar. Al fin y al cabo, tanto aventureros como comerciantes también tienen derecho a ser cotillas.
Eldi la ignoraba y miraba hacia el otro lado, escuchando una conversación sobre el terreno que se encontrarían más adelante y, de vez en cuando, haciendo alguna pregunta. Cuando Svarlfa finalmente no pudo más, se acercó de nuevo a él y volvió a acariciar la cicatriz.
–Me tienes que contar cuáles son esos malos recuerdos. Te ayudaré a olvidarlos– se insinuó descaradamente.
Para su sorpresa, el aventurero de pelo plateado se giró bruscamente y le cogió la mano. Ella abrió los ojos asustada, temiendo que hubiera dicho algo que no debía, haciéndolo enfadar. Sabía que algunos de aquellos aventureros podían ser violentos.
Pero el rostro serio de Silverwolf no la miraba a ella, sino hacia más allá de la conductora. Tal y como la había cogido, la soltó, caminando con extraordinaria pericia por el oscilante suelo de la carreta, hacia el frente. Nadie podía saber que estaba usando Estabilidad.
–Preparad las armas– ordenó en un tono que nadie osó desobedecer. Era evidente que no estaba bromeando.
Llegó junto a la conductora y le ordenó que se detuviera, mientras hacia una señal al carromato que les precedía. Era una señal de emergencia, para que se detuvieran, una señal que, si se hacía sin razón, le ocasionaría problemas, y la desconfianza de la caravana.
–¿Qué es lo que sucede?– preguntó una maga humana.
–Hay algo delante, algo peligroso. Será mejor que disimulemos. Si es una emboscada, no queremos que sepan que los hemos descubierto– respondió Eldi, a quien Oído de Murciélago le estaba avisando insistentemente.
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Regreso a Jorgaldur Tomo I: el mago de batalla
FantasyCuando muere en su cama debido a su avanzada edad, aún recuerda a una NPC de un MMORPG que jugó en su juventud, sin entender por qué nunca ha podido olvidarla. Pero cuando vuelve a abrir los ojos, se encuentra con la ruinas de lo que era el inicio d...