Los guardianes del norte

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–¿Otro más?– preguntó la mujer con tristeza.

–Sí, Cahildya– confirmó Cahldor.

La piel de este último poseía una tonalidad púrpura inusual, mucho más clara de lo normal, y similar a la de la mujer que había hablado antes. Al fin y al cabo, eran hermanos.

–Es la tercera muerte en un mes y no tenemos ninguna pista– se lamentó un tercero.

Parecía cansado. Se había cubierto la cara por un instante con las palmas de sus manos, tapándose los ojos. Luego sus manos habían subido hasta los dos cuernos que tenía en su frente, estirándolos con fuerza, intentado desahogar su frustración.

Ninguno de los casi veinte miembros de Consejo sabía qué hacer. Era una situación sin precedentes. Estaban acostumbrados a enfrentarse a los enemigos de frente, sin temor a morir en la batalla. Pero no a un enemigo misterioso que atacaba desde las sombras, y que sólo podía ser uno de los suyos.

La existencia de un traidor era algo inimaginable en su pueblo. De vez en cuando, habían habido miembros que no estaban a gusto con la situación y se habían marchado, en busca de aventuras, en busca de nuevas experiencias. Alguno de ellos habían vuelto pasados los años. De otros, poco se sabía. Pero nunca nadie se había vuelto contra los suyos.

–¡Lo encontraré!– aseguró Cahldor, mostrando total seguridad en sí mismo.

El resto asintió. Si alguien podía hacerlo, era él.



Cahildya miró por la ventana con el corazón encogido, conteniendo las lágrimas.

–Sólo es una pequeña excursión para que se familiarice con el bosque, no le pasará nada a Menxilya. Tranquila, con Menxolor estará segura– la animó su amiga.

–Sí, es cierto, pero es la primera vez...

Su amiga le sonrió y le sirvió una bebida caliente similar a un té, aunque usaba hierbas muy diferentes. La comprendía perfectamente. Cuando su hijo había salido en su primera excursión, había estado tan o más nerviosa que Cahildya. Por eso mismo, había ido a verla, para hacerle compañía.

Lo que no sabía era que la inquietud de Cahildya era mucho más profunda. Ésta sabía que no volvería a ver a su hija y su marido en mucho tiempo. Puede que nunca los volviera a ver. Si su suposición era cierta, tendría que tomar una decisión drástica, la única que podía salvar a su pueblo. En ese caso, su hija y el grupo que iba con ella serían su única esperanza.

Suspiró, algo que su amiga atribuyó a la preocupación de una madre que ve como sus hijos salen por primera vez. Era algo común entre los progenitores de su raza. Algunos lo disimulaban mejor y otros peor, pero pocos eran los que no llevaban la ansiedad en el corazón. De saber la verdad, estaría aterrorizada.

Cahildya se sentó y tomó un sorbo de aquella bebida aromática, permitiéndose relajarse y disfrutar de la compañía de su amiga, escondiendo su ansiedad y miedo. No tenía nada que hacer hasta la noche, y podía ser la última oportunidad de simplemente charlar inocentemente, de saborear por última vez la apacible vida cotidiana.



–¿Estás seguro de que no habrá problemas?– preguntó una de las figuras ocultas tras capas negras.

Sus cuerpos y rostros se fundían con las sombras de la noche, mientras entraban en el edificio sagrado.

–Menxolor se ha ido con su hija. Y la Custodia también ha ido con ellos. Y aunque aparecieran, no tienen el poder de detenernos, ya no. Tenemos incluso el hechizo de escape, aunque es un precaución innecesaria– aseguró otra de las figuras.

–No te preocupes tanto y haz caso al jefe. Nada puede salir mal. Ahora somos más fuertes que cualquiera de ellos. Y aún lo seremos más- se vanaglorió.

–Estoy deseando chuparle la sangre al bastardo que me robó a Fily. Así verá quién es el más fuerte– amenazó otro.

Ninguno de ellos dijo nada al respecto, ni siquiera les importaba. Esa "Fily" ni siquiera había sido la novia de su compañero, tan sólo objeto de deseo. Los celos, la obsesión y la tentación de poder habían sido suficientes para que se uniera a ellos. Y, por supuesto, le dejarían que hiciera lo que quisiera.

Todos tenían sus obsesiones, los puntos débiles a través de los cuales el "jefe" los había tentado con un poder mayor, con el poder para alcanzar esas obsesiones en lugar de superarlas. Los necesitaba para lograr sus propios planes, planes que se cumplirían aquella noche.

Recorrieron el edificio, traspasando fácilmente las barreras de seguridad. Al fin y al cabo, ellos mismos habían colocado la mayoría de ellas, todas excepto las últimas. Éstas eran mucho más complicadas de superar, a pesar de que su fuerza había aumentado considerablemente a través del sacrificio de los suyos, consumiendo su sangre para ganar una parte de su poder. Un sacrificio "necesario."

Pero no sólo habían acumulado poder, sino que habían extraído información directamente de los cerebros agonizantes, información para atravesar aquellas barreras. Sin embargo, cuando finalmente llegaron al centro del templo, todos se quedaron petrificados.

–¿¡Dónde está!?

–¿¡Qué está pasando!?

De repente, otra figura apareció. Llevaba un traje blanco, que brillaba suavemente, iluminando la estancia. Sus ojos estaban ligeramente humedecidos. Su expresión era de extrema tristeza.

–Así que realmente eras tú. No quería creerlo...– se lamentó ésta.

–Hermana, ¿dónde está la gema?– preguntó el "jefe", con un tono amenazante.

–A salvo– sonrió amargamente la mujer, para luego usar un tono mucho más duro –. No vuelvas a llamarme "hermana". Tú ya no eres mi hermano.

Una mueca de disgusto asomó en el rostro Cahldor. No esperaba que sus planes hubieran sido expuestos.

–No puedes detenernos. Aunque vengáis todos a la vez, somos más fuertes, y nos hacemos más fuertes con cada victoria. Rendíos y entregad la gema– gruñó éste.

–Lo sé. Nunca imaginé que cayeras tan bajo, que vendieras tu alma, que vendieras a tu pueblo.

Furioso por la lástima que se desprendía de las palabras de Cahildya, la atacó, pero su ataque fue detenido por un poderoso campo de fuerza.

–¡Eso no te protegerá por mucho tiempo! ¡Todos! ¡Atacad!

–Será suficiente. No permitiremos que te hagas con el Corazón de la Llama Eterna. Ni con la sangre de los nuestros– anunció con tono solemne.

En aquel instante, un intrincado círculo mágico se mostró bajo los pies de ella, extendiéndose por toda la ciudad y bañándola con un poderoso hechizo.

–¡Nooooo!– exclamó Cahldor.

Pero era demasiado tarde. Ante sus ojos, Cahildya se convirtió en una estatua de un material prácticamente indestructible. Y lo mismo le pasó al resto de su pueblo, protegiéndolos de Cahldor para toda la eternidad.

Los traidores usaron el hechizo para escapar, acampando fuera de una ciudad que ahora estaba sellada. Todos estaban furiosos y frustrados, y no sabían muy bien qué hacer. Aunque no era algo que fuera a preocuparles por mucho tiempo. Al fin y al cabo, aquella noche, todos ellos sirvieron de involuntarios sacrificios para que Cahldor se hiciera un poco más fuerte.

Regreso a Jorgaldur Tomo I: el mago de batallaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora