Manantial Sagrado

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Eldi empezó a arrastrarse hacia el agua padeciendo dolor insoportable, en especial en las piernas, que apenas podía mover. Se desangraba y no parecía que pudiera cubrir los metros que lo separaban del manantial con el hilo de vida que le quedaba.

Podía ver como iba decreciendo, como iba perdiendo la conciencia. Apenas 5 puntos de vida, 4.

«¿Es este el final?»

3, 2... Y de pronto aumentó hasta 8. Observó que su barra de experiencia había cubierto la mitad de lo necesario para nivel 4, lo cual sólo se podía explicar si el lobo herido había muerto. No obstante, seguía herido y sin maná, pues éste había incrementado su máximo pero no la cantidad actual, por lo que siguió arrastrándose.

7, 6, 5, 4... Hundió la mano en el agua y se la llevó a la boca, y, como sucedía en el juego y como suplicaba que fuera allí, su cuerpo sanó completamente, recuperándose del cansancio y llenando su maná.

Parecía increíble que el dolor hubiera desaparecido de golpe, pero lejos de perder el tiempo sorprendiéndose se aplicó de nuevo la bendición Cuerpo de acero, probando de nuevo el agua y comprobando que no se podía usar dos veces seguidas. En el juego eran cinco minutos entre toma y toma, y se había comprobado que no recobraba completamente sino tan sólo 100 de cada. Aunque para los que solían usarla, los novatos, era como si fuera todo.

Intentó entonces atacar al lobo a través de la barrera, pero en eso también era igual al juego y la espada no pudo atravesarlo, por lo que tomó la decisión de arriesgarse. Había recuperado el maná y la energía, además de curarse completamente, y no quería desaprovechar la oportunidad, pues, si perdía esta ventaja, igual tendría que enfrentarse a ellos sin la seguridad del manantial. Además sentía rencor hacia los que habían amenazado su vida y le habían ocasionado tanto dolor.

Se apartó del lobo mientras éste lo seguía con la mirada y, cuando consideró que estaba suficientemente lejos, salió de la protección del escudo y empuñó el arco, colocó una flecha y la disparó, añadiéndole fuego. El lobo estaba demasiado cerca para esquivar la flecha, pero ésta tampoco le hizo un daño excesivo, así que se lanzó hacia Eldi. Mientras, los otros lobos, que se habían dado por vencidos y estaban velando a su compañero muerto, se volvieron hacia ellos.

Otra flecha, y otra. Fueron en total tres las que se clavaron en el lobo antes de que llegara ante él, bajándole la vida apenas a 150. Con tiempo suficiente, pues se necesita un segundo de margen entre una operación de inventario y otra, guardó arco y flechas y sacó el martillo. Lo usó como escudo, dejando al descubierto sus piernas, que fueron atacadas sin compasión.

El dolor punzante le hubiera sido muy difícil de resistir sin entrar en pánico si no lo acabara de experimentar, e incluso se sorprendía de su propia temeridad, pero eso era precisamente lo que había planeado.

Sin más tiempo que para apretar los dientes, imbuyó de fuego el martillo y usó Golpe Devastador mientras el lobo estaba ocupado con la pierna, asegurándose de impactar en la de la bestia. Inmediatamente, alzó el martillo y lo volvió a usar, hasta ocho veces seguidas, para luego retirarse a la seguridad del escudo con Reacción Gatuna, ante la llegado de los camaradas. Al mismo tiempo, había ido curándose continuamente mientras lo había necesitado.

Se sentó, agotado de nuevo, mirando en parte horrorizado el cuerpo brutalmente maltratado del lobo, que yacía en el suelo y agonizaba por las heridas y las quemaduras. La habilidad del martillo era poderosa, lo suficiente como para dañar los órganos internos de la bestia si se impactaba continuamente en el mismo punto.

Lo que estaba haciendo se consideraba un exploit estúpido en el juego. Exploit porque se estaba aprovechando de una barrera no diseñada para ello, para esconderse y atacar. Estúpido porque era mucho más eficiente atacar a los mobs directamente y usar el manantial sólo como punto de avituallamiento. Pero ahora ni estaba en el juego ni los niveles de aquellos lobos correspondían con el suyo, por lo que no sintió la más mínima culpabilidad.

El lobo no tardó en morir, subiendo la barra de experiencia hasta superar el nivel 4. Si bien sólo había acabado con dos lobos, la diferencia de nivel y lo poco que hacía falta para subir cuando era tan bajo, lo hacían suficiente.

Mientras los lobos rascaban la superficie del escudo que esperaba que no cediera, les dio la espalda y se dirigió del nuevo al manantial. Renovó la bendición antes de tomar de nuevo el agua, pues el maná lo iba a recuperar de todas formas, y recobró sus fuerzas. Por suerte, volvía a hacer efecto tras un tiempo, como en el juego.

Se volvió de nuevo hacia los lobos y miró a lo lejos, hacia las armas que necesitaba recuperar, mientras revisaba la habilidad y el hechizo que había desbloqueado.

La habilidad, Aplastar Tierra, no le era muy útil en aquellas circunstancias. Hace daño en área, hacia delante y con un arco de treinta grados, además de desequilibrar a los enemigos. Sin embargo, el daño era pequeño y era difícil que su efecto extra tuviera incidencia en seres de mayor nivel.

Sin embargo, sonrió ante el hechizo Muro de tierra. Crea un muro de tierra, y por tanto no muy resistente, pero le podía servir para separar o aislar a los lobos. Además, ahora él era un nivel más poderoso, por lo que podría enfrentarse a ellos con un poco menos de desventaja.

Sonrió ante lo que estaba haciendo, sintiendo incluso una excitación similar a la del juego. Jamás se hubiera creído capaz, pero quizás haber vuelto a Jordgaldur lo había cambiado. O quizás siempre había sido así, pero nunca había tenido la posibilidad de demostrarlo. O quizás, simplemente aquella situación al borde de la muerte hacía florecer sus instintos. Sea como sea, miró a los lobos desafiantemente y con el plan de acabar con todos ellos. Usaría aquel lugar como exploit, sin miramientos.

Regreso a Jorgaldur Tomo I: el mago de batallaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora