Al límite

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Caranlín mandó tapar dos de los agujeros, por lo que el enano usó su poder para dejar sólo uno abierto. Es cierto que eso provocaría que los seres subterráneos acabaran rompiendo la defensa del subsuelo, pero calculaba que tardarían más de los que sus tropas podían aguantar la ofensiva de sus enemigos.

Enseguida, los encargados de los agujeros se dirigieron al frente de batalla. Eldi, uno de ellos, usó Casi Thor para abalanzarse contra una extraña criatura de tamaño algo menor que un tigre, con seis patas, y cuyas poderosas mandíbulas fueron severamente dañadas por el martillo.

La criatura había conseguido romper el debilitado escudo de un elfo, lanzando a éste hacia atrás varios metros. Yacía malherido en el suelo, pues las mandíbulas de su enemigo habían atravesado su armadura y habían penetrado en su pecho. Enseguida fue atendido por los magos, que no pudieron hacer más que estabilizar la herida, que evitar que muriera inmediatamente. Era grave, pero ya no quedaban pociones y había demasiados heridos para el poco maná que les quedaba.

El peligroso ser había quedado momentáneamente aturdido y confuso, así que el alto humano aprovechó la oportunidad para atacar con Aplastamiento, quedando su enemigo agonizante en el suelo.

No lo remató, dejó que lo hicieran los otros perdidos por él, mientras usaba Regenerar en los dos aliados contiguos. No tardó más de un par de segundos en ser su malherido enemigo aplastado por sus propios aliados, ocupando su lugar varios seres de menor tamaño, aunque no por ello menos peligrosos. Eran un lobo con dos cuernos y piel protegida por espinas; una serpiente de varios metros de longitud y poderosos colmillos, y una termita de metro y medio de alto, que babeaba una corrosiva sustancia.

Los atacó inmediatamente con Terremoto, lanzándolos hacia atrás. Retrocedió entonces un par de pasos e invocó Muro de Hielo, aprovechando el hueco que habían dejado. No había recuperado mucho maná, pero tenía el suficiente para invocarlo.

Intercambió su posición con otros guerreros ofensivos, más cansados que él, pero que podían aprovechar mejor la situación. Los enemigos no dudaban en atravesar el Muro de Hielo, y, habiendo sido ralentizados y dañados por éste, eran presa fácil para los guerreros, que los atacaban mientras aún estaban cruzando el Muro.

Eldi se dirigió entonces a otro punto que estaba cerca de romperse. Mediante Poder Canguro, cayó en medio de los enemigos, justo delante de sus aliados, e inmediatamente confió en Apartad para hacerse un hueco. Cambió entonces de arma, conteniendo a los enemigos durante unos segundos con Hacha Danzante, mientras sus aliados se reorganizaban justo detrás.

Cinco flechas fueron lanzadas hacia él mientras estaba usando la habilidad, siendo tres de ellas repelidas por ¿Proyectiles a mí?, la cuarta no logró atravesar sus protecciones y la quinta se clavó en el hombro, donde su armadura había sufrido daños previamente y la flecha encontró un hueco.

Apretando los dientes, se la arrancó y volvió tras la protección de sus aliados, dejando que Regenerar hiciera su trabajo, y respirando pesadamente. También él estaba cansado, y poco más podía hacer que ir parcheando aquí y allá las defensas que cedían, pudiendo sólo ganar un poco más de tiempo. La situación era desesperada, y tampoco él tenía muchas más reservas de maná o energía.

En el otro extremo del perímetro, los dos gigantes decían adiós al gigante enemigo que quedaba. Lo habían devuelto a la piedra y se sentían satisfechos por ello, aunque no iban a dejar de luchar hasta el final, un final que veían cercano. Estaban cansados y llenos de heridas, como todos. A pesar de que su piel era extremadamente dura y gruesa, los seres corrompidos tenían un alto poder ofensivo, en especial el último al que se habían enfrentado.

Una flecha atravesó la boca de un felino que iba a cerrarse sobre una de las elfas, después de haber sido desequilibrada por la rotura de su escudo. El arquero cogió inmediatamente otra flecha, buscando un objetivo adecuado para uno de sus ahora cuatro últimos proyectiles. Mientras, desde el suelo, la elfa desenvainaba su espada y remataba al felino. Inmediatamente, se puso en pie, para enfrentar al siguiente enemigo directamente con su arma, ignorando el corte en el rostro desde el que la sangre teñía de rojo parte de su rostro.

Un mago se arrodilló en el suelo, agotado, sin maná. Ya sólo quedaba una barrera protegiéndolos de los proyectiles. Miró hacia los guerreros heridos que se ponían en pie y, tambaleándose, se dirigían al perímetro defensivo para morir allí.

Fue entonces cuando una serie de explosiones se apreciaron al sureste, sobre las tropas enemigas. Muchos miraron con esperanza a lo lejos, sabiendo que aquello significaba que habían llegado refuerzos.

–Demasiado pocos– se desalentó Caranlín, pero no dejó que sus pensamientos fueran oídos por otros.

Por la magnitud de las explosiones, era evidente que no había suficientes fuerzas, algo que el general enemigo también apreció.

–¡Rodeadlos!– ordenó con codicia a la retaguardia de su ejército.

Deseaba aumentar sus méritos, debilitados por el gran número de bajas sufridas, por lo que decidió movilizar las tropas que se encontraban más ociosas.

Los defensores, la mayoría ajenos a la insuficiencia de los refuerzos, apretaron los dientes para resistir un poco más. Los que prácticamente se habían rendido empuñaron con más fuerzas sus armas. Y los que se iban a sacrificar para morir en combate, decidieron esperar un poco más.

Pero esa inyección de moral no les daba más maná o energía, ni tampoco reparaba sus armas y armaduras, y mucho menos curaba sus heridas. Su situación seguiría siendo desesperada a menos que los refuerzos pudieran romper el cerco al que eran sometidos. O que sucumbieran y todo acabara

Eldi se acercó a los heridos y usó Tiritas para Todos dos veces, agotando sus últimas reservas de maná y dirigiéndose de nuevo al frente. Un par de guerreros consideraron que era suficiente para ellos, por lo que se levantaron con dificultad para luchar de nuevo, mientras que el resto de los heridos apenas podían moverse.

Inmediatamente, el mago de batalla se dirigió al frente, dándole una espada a un guerrero que había perdido la suya. Sólo era de nivel 50, pero era todo lo que podía ofrecerle. El resto ya las había dado antes.

Mientras tanto, los refuerzos eran conscientes de que el enemigo los estaba rodeando para impedirles la retirada, pero los ignoraron y siguieron atacando al frente con sus potentes hechizos, intentando llegar hasta sus compañeros emboscados mientras los guerreros los defendían. Estaban asombrados de que hubieran aguantado tanto, pero era evidente que no podrían hacerlo mucho tiempo más. No podían perder ni un segundo.

Regreso a Jorgaldur Tomo I: el mago de batallaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora