Khaladok (III)

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Tenía claro que a estas alturas no podía mentir. Era evidente que había sido descubierto.

–Como ya he dicho antes, pasaba por casualidad. Sabía que por aquí había plataformas mágicas de artesanía y tenía interés en usarlas, por lo que me había acercado a ver si era posible. Pero no las había encontrado, ignoraba que el interior de la montaña estaba habitada por vosotros. Cuando vi a los enanos luchando, simplemente los ayudé, no podía dejar de hacerlo. Después supe que vivíais aquí, así que pregunté por las plataformas.

–¿Para arreglar esa espada?– preguntó escéptica la anciana.

–En realidad era una excusa. Esperaba poder usarla también para crear algunas armas que voy a necesitar– reconoció.

–¿Y el disfraz?

–Lo llevaba de antes. No soy un criminal ni nada parecido. Pero tengo enemigos. Es mejor que no sepan dónde estoy.

–Me parece que no estás muy acostumbrado a esconderte– rio de pronto la anciana.

Eldi la miró, sin entender muy bien a que se refería.

–Dime, si querías crear armas. ¿Dónde están los materiales que necesitas? Ni siquiera los has pedido– empezó la anciana, como si se tratara de un personaje de Agatha Christie resolviendo un misterio.

Eldi no supo que decir. Era evidente que había metido la pata.

–Además, ni siquiera ocultas las pruebas. Descubrimos los restos de los trolls que mataste. ¿Cómo es posible que alguien los haya descuartizado y recogido sus partes más útiles en tan poco tiempo?– siguió, incisiva, con una sonrisa que mostraba que sabía aún más.

Eldi ni siquiera sabía que expresión poner. Se sentía totalmente expuesto.

–Que vivamos dentro de la montaña no significa que estemos totalmente aislados. Nos llegan noticias del resto del reino. Como la de un posible un visitante dando vueltas por ahí. E incluso que, en un reino vecino, había aparecido un tal Eldi Hnefa, que nadie sabe dónde está, pero que los nobles buscan.

Eldi suspiró. Le habían descubierto completamente. No tenía sentido seguir escondiéndolo. Lo único que le tranquilizaba es que no veía hostilidad en la anciana. Tan solo una expresión de satisfacción, la de estar un paso por delante.

Deshizo el disfraz, mostrando su verdadero rostro, sus ojos dorados. Incluso cambió la armadura y escondió sus armas.

–Veo que lo de Gran Sabia no es tan sólo un título honorífico. ¿Qué pensáis hacer?

–¡Nada!– rio ella –. Todo ese rollo de los prejuicios con los visitantes es una estupidez. Hubo uno estúpido que causó problemas. Pero también hay enanos estúpido que los causan. O humanos estúpido. O gatos estúpidos. No tenemos nada contra ti. Te consideramos un amigo. Aunque no un amigo elfo– volvió a reír.

–Lo agradezco. ¿Puedo pediros que guardéis en secreto que he estado aquí?

–Por supuesto. Al menos durante un tiempo. Ni yo puedo controlar a todos los enanos borrachos para siempre. Pero, por lo menos durante un año, nadie sabrá que viniste. Además, hay algo que me gustaría pedirte, si tienes tiempo. En nombre de los enanos– siguió la anciana.

–¿En qué puedo ayudaros?

–Sabemos que los visitantes tienen conocimientos y habilidades a veces perdidos, olvidados. Si pudieras mostrarnos algunos... En especial si conoces algo relacionado con hachas, martillos y lanzas, te lo agradeceríamos. Ya sea en combate o en artesanía. Por supuesto, sólo lo que consideres necesario. Y, por supuesto, te mostraremos los nuestros a cambio– ofreció la anciana.

–De acuerdo. De hecho...

Era una oferta sincera. Pedía mucho, pero ofrecía lo mismo a cambio. Y, además, sus tres armas principales eran las mismas que las de los enanos, algo que sorprendió a la anciana. Era algo que no sabía.



Durante unos días, artesanos enanos estudiaron las armas de Eldi. Se sintieron especialmente impresionados por las de nivel 100, algunas de las cuales no las había hecho él, sino que las había conseguido en largas misiones o enfrentándose a poderosos enemigos. Les mostró cuantas recetas conocía hasta nivel 65, incluyendo pociones y joyas, aunque no tenía mucho conocimiento de armaduras pesadas.

Si bien pocas eran las recetas que les eran útiles tal cual, los artesanos enanos poseen un conocimiento más profundo que el de Eldi, y del que sintió envidia. Ello les permitía usar el nuevo conocimiento como inspiración para mejorar sus creaciones. O diseñar nuevos modelos. Incluso adaptaron algunos de sus diseños para su nuevo amigo, para que pudiera aprender algo que le fuera útil, lo que impresionó y conmovió al alto humano.

También les mostró sus habilidades, y no pocos enanos empezarían a entrenar algunas de ellas. Entre las que más les interesó estaba la que había aprendido de los hombres-topo, y que aún no dominaba completamente. Les podía resultar muy útil, pues trabajan en los túneles.

Y Eldi también encontró algunas interesantes. Se preguntó cuántas vidas necesitaría para aprenderlas todas, pero por ahora se tendría que conformar con ir poco a poco.

Lo segundo que más impresionó a los enanos fue el asistente de minería. Por desgracia, era imposible de duplicar. Al parecer, era una complicada mezcla de varios tipos de magia y una tecnología desconocida.

Lo primero fueron unos barriles de cerveza que tenía almacenados, y que le hizo ganarse la eterna amistad de los enanos. Su calidad era exquisita, y los tomarían solo en casos muy especiales. Por supuesto, se apresuraron a decidir que la despedida de su nuevo amigo sería uno de esos casos.

Por desgracia, incluso para Eldi era imposible conseguir más. Los había producido Goldmi, la única de los tres que dominaba la profesión de cocina. Habían llevado a cabo una misión en la que habían conseguido una gran cantidad y variedad de cereales, y la receta de la cerveza. Ella era la única que sabía como hacerla, por lo que le era imposible replicarla.

También se enteró de que el pueblo-topo y los enanos habían mantenido buenas relaciones tiempo atrás, o eso estaba escrito en sus crónicas. Pero no sabían dónde estaban ni cómo ponerse en contacto con ellos, y se mostraron muy interesados. Había cierta bebida alcohólica que sólo ellos podían producir.

Eldi prometió contactar con ellos en el futuro, cuando dominara el hechizo para crear el portal con el que podría ir a visitarlos. Y a los enanos, que permitieron la creación de un Portal de Salida en una habitación apartada.

No era el único que había creado en el reino. Había otro en una biblioteca. Y en la que había sido la caverna de unos bandidos. Y algunos más que había ido creando en lugares relativamente apartados. Con suerte, en el futuro, podría viajar alrededor del reino con rapidez.

Casi veinte enanos le acompañaron hasta la salida y una parte del camino. Podrían haber sido más, pero Eldi insistió que no era necesario. Le parecía excesivo una marcha de cientos de enanos para acompañarlo, marcha a la que ellos estaban más que dispuestos. No muy a menudo tenían invitados a los que pudieran llamar amigos con mayúsculas. Sin duda, la cerveza era deliciosa.

Regreso a Jorgaldur Tomo I: el mago de batallaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora