A medio camino

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Para sorpresa de Eldi, al día siguiente Svarlfa volvió a sentarse a su lado, aunque esta vez no intentó seducirlo ni abrumarlo con su cuerpo. Excepto en una ocasión, cuando le susurró al oído seductoramente.

–Si algún día cambias de idea, sabes donde encontrarme.

Luego ella se rio por lo bajo ante la expresión sorprendida del presunto lobo plateado, mientras que el resto de los pasajeros, incluyendo otros aventureros y el hermano de Svarlfa, no sabían que pensar. Día tras día, la relación entre los dos había ido cambiando de forma extraña, pero no tenían claro ni cómo ni hacia dónde. Al menos, parecía ser amistosa, pero se morían de ganas de saber qué había pasado.

Los seis días viaje transcurrieron sin grandes sobresaltos, si consideramos el ataque de unos murciélagos gigantes como algo normal. No suponen un peligro para viajeros o caravanas, pues no son carnívoros, pero el olor de los cargamentos de fruta que habían comprado a lo largo del recorrido los había atraído. En el peor de los casos, hubiera bastado con desprenderse de esa fruta, pero los aventureros no sólo están para proteger la seguridad de los mercaderes, sino también de la carga.

Eldi había usado un arco que había obtenido de uno de los bandidos, pues los otros hubieran destacado demasiado, y Jalo lo había elogiado por su destreza.

–Eres bastante hábil. Si inviertes en un arco mejor y practicas un poco, podría introducirte al subgremio de arqueros. Los trabajos suelen ser seguros y bien pagados– le había propuesto.

–Este es mi límite– había reconocido el aventurero de pelo plateado, encogiéndose de hombros.

Era más o menos la verdad, pues su afinidad con el arco no subía más, como en el juego. Lidia había confirmado que era algo normal, no exclusivo del juego, aunque había casos en que se podía sobrepasar con mucho esfuerzo, algo que le había recordado a Gjaki. También es cierto que, usando todo su poder, y con un arco y flechas de mejor calidad, como los que tenía en el inventario, mejoraría bastante. Aunque nunca al nivel de Goldmi.

–Ah...– había sido todo lo que había respondido el elfo, temiendo haber metido la pata.

A muchos aventureros no les gusta hablar de ello, de su fracaso al invertir tiempo en perfeccionar el uso de un arma con la que no van a poder ir más allá. Sobre todo, porque es posible evitarlo, probando otras armas y escuchando la propia intuición para saber a cuáles se tiene afinidad. Es cierto que el caso de Eldi era diferente, pero eso no podía saberlo. Y también es cierto que algunos practican con el arco pese a no tener afinidad, pues es útil tener una arma a distancia, por mucho que no se pueda llegar a ser un experto.



La misión de Eldi sólo llegaba hasta medio camino, donde se separó una parte de la caravana. Cuando se despidieron, todos lo hicieron con más confianza que al inicio del viaje, pues compartir las cargas y trabajo suele unir bastante, siempre y cuando no surjan problemas personales.

Svarlfa lo abrazó sin recato y le besó en la mejilla, despidiéndose luego con la mano y una hermosa sonrisa. Y, mientras la miraba marcharse con la caravana, Eldi pensaba que, de no tener a nadie, estaría preocupándose de si su aspecto real podría ser atractivo para aquella lobuna comerciante.

Recorrió la pequeña ciudad aquella tarde, pero poco había allí que no pudiera encontrar en la capital, aparte de comida fresca y algunas especialidades del lugar, que compró como provisiones. Y también una concentración de elfos y semielfos mayor que en la ciudad, ya que estaban en la zona cercana a la frontera con el reino elfo.

Salió antes de que se hiciera de noche, en dirección al bosque y sin necesidad de dar explicaciones, pues es normal que un aventurero entre y salga a cualquier hora del día. Al fin y al cabo, hay misiones que implican capturar animales nocturnos, incluso en zonas cercanas a la ciudad.

Se alejó en una dirección que no era la suya, para acabar dando un extenso rodeo. Quería evitar que supieran hacia dónde había ido desde allí.

Quizás era un poco paranoico, pero ya en la capital estaban tras su pista, y un aventurero que no había aparecido durante tantos años podía levantar sospechosas. Claro está que el Gremio no iba a proporcionar esa información excepto en un caso extremo, y la fobia contra los visitantes no lo era, especialmente si el sospechoso había salvado a gente y acabado con la amenaza de un grupo de bandidos.

Pero él no podía estar seguro, y su hija le había avisado de que tuviera cuidado, de que, si bien el reino de Engenak no podía ir tras él en un reino vecino, sí podían hacerlo asesinos contratados en cualquiera de los dos reinos.

Un sudor frío le recorrió la espalda al pensar en su hija. Cuando se enterara de que, a pesar de sus advertencias, había sido descubierto por mostrar su poder, seguro que se iba a molestar. Cuando se vieran de nuevo, seguro que lo abroncaba, a pesar de lo cual deseaba volver a verla, y también a su hijo. Y conocer a su nieto. Pero, para ello, debía subir de nivel.

Cambió también de disfraz, esta vez a un semielfo. Se le hacían extrañas esas orejas puntiagudas, aunque menos que las de lobo. Sólo podría usarlo durante un par de semanas, pero esperaba evitar cualquier sospecha si alguien lo veía. Nadie podría identificarlo con el visitante ni con el aventurero demihumano de pelo plateado.

Aunque tampoco tenía la intención de entrar en otras aldeas o ciudades, ni tener contacto con nadie si no era imprescindible. Al menos hasta llegar al reino elfo, en el que se supone que podría estar relativamente seguro. Engenak no cuenta allí con una red de información, al no ser un reino vecino al que tenga que vigilar.

Dada la estructura de la sociedad elfa, donde la familia real ejerce un papel testimonial y no hay un poder central poderoso, no suponen un peligro para ningún reino. Además, es un lugar extremadamente difícil de invadir, algo que tampoco reportaría grandes beneficios, por lo que son escasos los espías.

El mayor atractivo comercial son los productos de los bosques y la artesanía de los elfos, e intentar esclavizarlos para controlar la producción resultaría extremadamente difícil, probablemente imposible. Es un territorio boscoso de una gran extensión, donde estos no sólo tienen la ventaja del terreno, sino la ayuda de algunos de sus habitantes. Además, se correría el peligro de represalias, ya que no les resulta difícil moverse por los bosques existentes en otros reinos.

La única ciudad importante es, esencialmente, un centro de comercio con otros territorios, donde pocos elfos viven de forma permanente. Echan de menos los bosques, así que suelen sólo permanecer pequeñas temporadas, rotando entre ellos. Sólo elfos con parejas estables de otras razas viven allí permanentemente, así como inmigrantes de otros lugares, enamorados del reino pero incapaces de vivir en los bosques.

Y a diferencia de lo que se decía en el juego, los elfos no son racistas o supremacistas. Sería bastante contradictorio, dada su armonía con una naturaleza en la que puedes encontrar de todo.

Regreso a Jorgaldur Tomo I: el mago de batallaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora