Khaladok (I)

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Lo que le explicaron mientras recorrían los túneles fue, cuanto menos, inquietante. Al parecer, los enfrentamientos constantes con trolls y orcos eran cosas de un pasado lejano. Hartos de continuas guerras que no llevaban a nada, los ancestros de las tres razas habían llegado a un pacto que aún a día de hoy seguía vigente. No es que su relación fuera excelente, pero se toleraban.

Sin embargo, había una fuerza desconocida que pretendía extender sus dominios. Los enanos habían sido primero tentados y luego amenazados para servir a cierta facción. Pero los enanos son demasiado tozudos para ceder ante amenazas, y demasiado independientes como para aceptar un trato que les prive de libertad, por mucho que pueda parecer favorable, incluso si hay cerveza de por medio. Por lo tanto, se habían negado.

Poco después, habían comenzado los ataques de orcos y trolls. Pronto habían descubierto que quienes los atacaban eran renegados de sus respectivas tribus. Habían aceptado servir a quienes sus tribus se habían negado, y atacaban a los enanos con las promesas de los botines y la gloria que se les había negado a sus antepasados.

De eso hacía más de cien años. Los ataques tenían la intención de debilitar y aislar a los enanos, pero hasta ahora no lo habían conseguido. Sí, les daban muchos problemas, pero seguían manteniéndose fuertes en su fortaleza en las montañas. El comercio con el exterior no era fácil, pero tampoco lo era conseguir los minerales en poder de los enanos, o sus creaciones, por lo que comerciantes capaces de contratar fuertes escoltas acudían unas pocas veces al año.

No era el comercio boyante y continuo de épocas anteriores, pero seguían en pie y con buena salud. El misterio más inquietante estaba en quién era aquella fuerza misteriosa. Era probable que fuera el mismo poder en las sombras que Lidia había mencionado, pero no tenían apenas pistas. De hecho, los intermediarios habían sido seres de diferentes razas, pero ninguno de ellos conocía quién estaba detrás.

Tampoco el conocimiento del juego ayudaba. No recordaba ninguna mención concreta a aquella amenaza misteriosa. Aunque también es cierto que el juego estaba lleno de amenazas misteriosas en las sombras, probablemente inventadas en su mayor parte. Era fácil olvidar una en concreto, si es que realmente se hablaba de ella en el juego.

Lo que estaba claro es que, ahora mismo, no podía hacer mucho, excepto estar atento a cualquier pista que pudiera aparecer. Y, por otra parte, ya tenía suficientes enemigos en el reino de al lado. Pero no dudaba que echaría una mano a los enanos si tenía la oportunidad. Suspiró. Quizás estaba destinado a tener problemas.



Sumido en sus pensamientos y en la incesante charla de los enanos, no se dio cuenta de que el paisaje había estado poco a poco cambiando, hasta que se encontró con un pared de piedra espectacular.

Una gran puerta los recibía abierta de par en par, atravesando la pared, mientras que innumerables aberturas de diferentes tamaños se extendían por la piedra. Podían verse balistas y rostros enanos por algunas de ellas, pero nada comparado con lo que ocurriría en caso de que hubiera una batalla. Magos, ballestas y multitud de artilugios mágicos aparecerían para defender la ciudad de Khaladok, teniendo que recorrer estrechos túneles a través de la gruesa pared de piedra para llegar hasta esos puntos de defensa.

Tomar una de aquellas aberturas no le sirve de nada a un invasor, pues es fácil de controlar la salida. Y las puertas son casi inexpugnables. No sólo es la gran cantidad de mithril que las forma, sino que no son sólo las puertas. Tras ellas, hay varios metros de túnel entre las rocas, túnel que puede ser bloqueado en varios puntos y al que apuntan otra multitud de aberturas. Un túnel que puede convertirse en un infierno, en una trampa mortal.

Y, al final del túnel hay otras grandes puertas, capaces incluso de soportar el fuego de un dragón.

Pero las imponentes defensas no acaban allí. Una vez atravesada la muralla, cada edificio es también de piedra, una pequeña fortaleza fácil de defender por los fieros enanos. Y aún queda el último bastión que se alza sobre la ciudad, con fuertes murallas y protecciones mágicas.

Cualquiera que intente atacar a los enanos se deprimiría ante la magnitud de sus defensas, por lo que es un opción mucho más viable intentar aislarlos del mundo exterior. Intentar encerrarlos en su propia ciudad.

Pero tampoco es algo fácil de lograr. Aquella no es ni mucho menos la única entrada, y el resto están igual de protegidas, además de llevar a lugares distantes, al otro lado de la montaña. En realidad, su fortaleza es la montaña entera. Y no es fácil sitiar una montaña.

Por supuesto, se les puede poner las cosas difíciles, como atacar a las caravanas comerciales. O a los enanos que se aventuran más allá de las murallas, más allá de la montaña. Sin embargo, de ponerles las cosas difíciles a ser capaz de subyugarlos, hay un largo trecho.



Eldi había estado en ciudades enanas en el juego, pero verla en primera persona era impresionante. Y los enanos, hinchados con algo de vanidad ante las miradas asombradas de su invitado, no dejaban de vanagloriarse de heroicas batallas en las que los invasores se habían estrellado contra sus defensas. Aquella ciudad era tanto su hogar como su orgullo.

Cruzaron el amplio túnel de entrada ante las miradas nada discretas de los otros enanos. Si bien no era sumamente extraño, tampoco era habitual tener a un elfo paseando por sus calles. No son muy amigos de los lugares cerrados y sin rastros de naturaleza, pero aquel elfo en concreto no parecía muy afectado por ello. Todo lo contrario.

Y si los enanos adultos no eran discretos, los niños señalaban y se acercaban a Eldi sin vacilar, teniendo que ser apartados por sus acompañantes, entre risas.

–Estos malditos canijos no respetan nada– reía Trelko, cuya actitud parecía desmentir sus palabras.

–Vamos, apartad. ¿O tengo que apartaros yo como a los putos trolls?– gruño Trelka.

–¡Hala! ¿Habéis estado matando putos trolls?– se interesó una de las canijas.

–¡Ja, ja! ¿Qué te crees que son esta mierda de abolladuras? ¿Adornos? ¡¡Les hemos dado una buena lección!! Y este amigo elfo nos ha echado una mano– anunció Trelka.

Eldi suspiró. Hubiera preferido pasar desapercibido, pero iba a resultar imposible. Al menos, los niños enanos parecían más interesados en las armaduras abolladas que en él.

Regreso a Jorgaldur Tomo I: el mago de batallaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora