Un collar especial

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Era incapaz de entenderlo. Llevaban varios decenios buscando el método para crear el collar, y hasta ahora sólo habían conseguido reunir unas pocas pistas. Habían logrado averiguar algunos de los materiales, e incluso reunir unos pocos de estos, además de vagas indicaciones de como tratarlos, algo que era completamente insuficiente. De hecho, con el paso del tiempo, habían perdido la esperanza de conseguirlo.

Todos sus descubrimientos eran guardados en el más absoluto secreto, sólo ellos los conocían, así que el hecho de que aquel hombre supiera cuáles eran los materiales resultaba totalmente desconcertante. Y no sólo eso, sino que conocía el nombre de la gema, y afirmaba conocer el proceso y el resto de materiales necesarios. ¡Y tenerlos todos menos uno!

Se lo quedó mirando, incapaz de creerse lo que había oído. Incapaz de creerse lo que aquel hombre había afirmado. Incapaz de negar la evidencia de que parte de lo que había dicho coincidía con sus descubrimientos.

–El nervio de una hoja de Yggdrasil– respondió Eldi. Era el único material que le faltaba, y no tenía ni idea de cómo conseguirlo

–¡Ah!– exclamó la niña.

Descubrió la capucha, mostrando su pelo verde, que parecía brillar cual jade pulido. En su frente, crecían dos pequeños cuernos, que le daban un aspecto adorable al dulce rostro ahora visible. Había llevado sus manos a la larga trenza que colgaba a su espalda, y que podía apreciarse que había sido elaborada con suma delicadeza.

Sin dudar ni un momento, deshizo el nudo y empezó a desenredar el largo hilo que recorría varias veces la extensión de la trenza. Mientras, el hombre encapuchado miraba las acciones de la niña con los ojos y la boca muy abiertos, incapaz de reaccionar.

A unos metros de ellos, más y más figuras encapuchadas se estaban reuniendo, observando atentamente la situación, pero manteniendo la distancia. Y algunos elfos, curiosos y alarmados, también se habían acercado. Pero estos últimos no entendían que estaba sucediendo y se limitaban a mirar, totalmente desconcertados, pero sin querer perderse el espectáculo.

–¡Toma!– le dio entusiasmada el largo hilo a Eldi.

Los ojos de la niña brillaban expectantes, y una enorme sonrisa cubría su rostro. En aquel momento, daba la sensación que el más grave crimen que podía cometerse en el mundo era decepcionar a aquella sonrisa inocente.

El alto humano cogió el hilo y comprobó la receta. Ahora estaba completa, sólo necesitaba llevarla a cabo. Miró entonces al hombre encapuchado, que estaba temblando.

–Tengo todos los materiales.

Implícitamente le estaba pidiendo permiso. Había quedado más que claro lo importante que aquella gema era para ellos. Por mucho que se lo pidiera la niña, no podía hacerlo sin su consentimiento.

–Por... favor... Hazlo...– suplicó el encapuchado.

Eldi no se dio cuenta, pero no era el único encapuchado que temblaba. Muchos apretaban fuertemente sus puños, sus labios o las manos de sus acompañantes. Incluso había lágrimas en muchos de aquellos ojos de diferentes tonos púrpura. Sólo los más pequeños parecían inmunes, e incluso se acercaban a la niña, charlando entre ellos y señalando a quien sostenía la gema.

Se acercó a la plataforma y sacó todos los materiales, dejando que flotaran sobre ésta. Solo necesitaba aplicar la receta y maná, y en unos segundos, quizás minutos, el collar estaría listo. Sentía una gran curiosidad por ver el resultado.

Sin embargo, pronto se dio cuenta que esta vez las cosas eran diferentes. No sólo necesitaba más y más maná, sino que no podía simplemente usar la receta. A diferencia de otras, no contenía la voluntad completa del objeto, sino tan sólo una guía.

Sorprendido, se vio obligado a centrar toda su atención en el flujo de magia, en refinar uno a uno los materiales, en manualmente darles forma, en descubrir como debían interaccionar unos con otros, como debían fusionarse, como debía establecerse el tránsito del maná en el interior del collar para converger en la gema.

Todos y cada uno de los materiales eran importantes para aislar, absorber y propagar el maná, para darle estabilidad, para darle consistencia. Por ejemplo, los rubíes y zafiros debían alternarse, formando una simbiosis que permitía acelerar la absorción de maná.

Los diferentes materiales mágicos debían entrelazarse con sumo cuidado, creando internamente una estructura espiral que daba forma a cada uno de los eslabones.

El recipiente donde debía ir la gema era el más intrincado y bello de todos, pues su belleza provenía de las propias leyes de la naturaleza, de lo más profundo de éstas.

La gema era el núcleo de todo el entramado, el lugar donde debía converger el maná. Y el Nervio de Yggdrasil el material más importante para unir las diferentes piezas, para garantizar la unión entre las partes, para garantizar que la fusión imposible de todos los materiales fuera una realidad, para garantizar que el collar fuera capaz de canalizar y soportar el flujo del maná.

Durante varias horas, Eldi estuvo de pie sobre la plataforma, haciendo girar los materiales, rompiéndolos, destruyéndolos hasta su más básica esencia, para luego recrearlos con una estructura ligeramente diferente, juntándolos los unos con los otros en combinaciones que deberían haber sido imposibles.

Había gastado varias pociones de maná, pero ni siquiera le preocupaba. No sólo estaba totalmente concentrado en su trabajo, sino que estaba maravillado por éste, por la oportunidad de comprender y adentrarse en la esencia de la creación, del funcionamiento fundamental de las plataformas mágicas, de los materiales y sus interacciones. Estaba completamente fascinado por ser capaz de contemplar el material a nivel molecular, y de poder manipularlo a través del maná.

Bajo la tenue luz de las dos lunas, poco a poco el perfil de un collar fue tomando forma alrededor de la gema, cada vez más claro. El aura que desprendía era cada vez más pura e imponente.

Prácticamente, toda la aldea estaba allí, observando fascinados una escena única, la de la creación de un objeto que sin duda no tenía ni tendría igual, un objeto irrepetible y mítico.

Tras largas horas, el resplandor de la plataforma empezó a disminuir, convergiendo en las manos de Eldi, siendo absorbido por una gema que ahora brillaba con una cálida y tenue luz, luz que iluminaba el resto del collar.

De repente, todos los seres encapuchados se desprendieron de sus capuchas y sus capas, arrodillándose, llorando. Les parecía imposible, pero habían ido aceptándolo poco a poco a medida que tomaba forma, recuperando a cada paso un fragmento de la esperanza que hacía tiempo habían perdido.

Sólo los niños miraban con más curiosidad que veneración. Y, entre ellos, una niña de un suave color púrpura se acercó a Eldi sin vacilación, cogiendo de sus manos el collar que contenía el Corazón de la Llama Eterna, y que la estaba llamando.

Regreso a Jorgaldur Tomo I: el mago de batallaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora