Los trolls quedaron un momento aturdidos. Lo suficiente para que los enanos se acercaran, pero no para recibir un golpe mortal. Retrocedieron, acosados por los poderosos ataque de sus enemigos, que ya no necesitaban esconderse en la cueva. Las fuerzas se habían igualado.
Los trolls son más fuertes, y fuera de la cueva podían luchar sin restricciones, pero los enanos tenían sus armas, armaduras y trabajo en equipo. Y magia, algo de lo que los trolls carecen.
Aprovechando la sorpresa de su inesperado ataque, aislaron a uno de los trolls, atacándolo en un dos contra uno mientras el resto de enanos retenían a los demás. Esquivaban sus ataques telegrafiados y los obligaban a estar en guardia, pues estos se arriesgaban a recibir bastante más que una magulladura en caso contrario.
No es que los trolls estuvieran indefensos. Además de su regeneración, poseen una poderosa habilidad con el garrote. Los socavones en el terreno eran fiel testigo de ello. O pueden digerir hasta los huesos de sus presas, algo que ahora no les resultaba muy útil. También están las pasivas de ataque, agilidad y defensa. De ahí su dura piel. O el ser capaz de mover su enorme cuerpo sin torpeza. Y tampoco hay que menospreciar el nauseabundo olor que pueden emitir, capaz de aturdir y generar malestar en sus enemigos. O su poderoso Pisotón.
Sin embargo, los enanos conocían a sus enemigos y sabían como contrarrestarlos. Su casco es capaz de filtrar el olor, sus armas de dañar la piel de los trolls, y su armadura puede soportar sus ataques, aunque no sin daños, siendo mucho mejor esquivarlos. Y contraatacar, si es posible. De hecho, el último Pisotón había resultado en un dedo aplastado, y no de un enano precisamente.
El troll que había quedado aislado no podía contra dos enanos. Cuando atacaba a uno, el otro lo alcanzaba. Si se defendía de uno, era incapaz de hacerlo del otro. Los enormes seres no son muy inteligentes, pero tampoco estúpidos. Así que intentó llegar hasta sus compañeros arriesgando su cuerpo, pues allí ya no estaría en desventaja y podría regenerarse. Pero uno de los enanos ya había lanzado Canicas, un hechizo que crea pequeños fragmentos de roca redondeados a partir de una roca ya existente.
El troll patinó. Incapaz de mantener el equilibrio, cayó aparatosamente, siendo sus piernas atacadas inmediatamente, evitando así que pudiera volver a incorporarse. Intentó defenderse desde el suelo, pero sus esfuerzos eran inútiles contra dos enanos coordinados. A unos metros, los otros gigantes estaban demasiado ocupados intentando machacar a los molestos enanos como para intentar acudir en su ayuda.
–No lo entiendo. A los niños les encanta mi puto hechizo– se burló el enano que había lanzado Canicas, mientras cortaba profundamente en la pierna verdosa.
–Estos cabrones son unos aguafiestas– rio la otra, dando un martillazo al garrote para mandarlo lejos del alcance de su víctima.
Cuando acabaron con el troll, los enanos tenían ventaja. Lo que más les preocupaba era que los tres que habían salido a buscar al intruso, volvieran. Así que se mantenían alerta, intentando acabar con cuantos más trolls mejor. Sin embargo, ahora estos estaban muy juntos. Resultaba difícil aislarlos o atacar puntos muertos.
Al principio habían caído en las provocaciones de los enanos, siendo atacados con dureza cuando uno avanzaba hacia un supuestamente indefenso pequeñajo. Pero ahora se mantenían en guardia, dejando que su habilidad curara sus heridas.
Pero los enanos no se quedaron mirando. A diferencia de los gigantes, podían usar magia. Y si bien la magia directa es poco efectiva contra los trolls, luchar en una montaña rocosa contra enanos no es una buena idea. Se habían estado reservando, esperando que varios trolls entraran en la cueva para sellar ésta y a sus enemigos. Si bien después les tocaría un duro trabajo para volver a abrir la salida, si acababan con ellos, habría valido la pena.
Ahora ya no necesitaban reservarse, por lo que estaban usando hechizos que permitían cambiar la forma de la roca. No eran muy rápidos, pero los trolls tenían serios problemas para mantenerse juntos, para no clavarse las puntas de piedra, para encontrar espacios abiertos en los que luchar.
Fue cuando un enano había logrado atravesar una de las enormes manos verdosas con su lanza, que una figura apareció en su campo de visión.
–Cuidado, alguien viene. No es un jodido troll, pero no sabemos si es amigo– avisó una enana.
Los enanos dieron un paso atrás, preparados para lo que pudiera llegar, pero no fue a ellos a quienes el recién llegado atacó. Una tras otra, flechas se clavaban en los trolls, quemando también su piel. Era igual que antes, y, como antes, el daño no era excesivo, pero sí lo era lo que significaba: Los tres trolls que habían ido a por el intruso habían muerto.
Si bien no eran un peligro mortal, las flechas eran molestas, amenazaban los ojos de los gigantes verde azulados y se interponían en sus movimientos, clavándose en brazos y piernas. Y eran dolorosas. De repente, tenían que lidiar con un enemigo más, uno al que no podían alcanzar y muy molesto. Y, lo que era peor, uno que desviaba su atención, lo que resultó fatal.
Los enanos aprovecharon la distracción de los trolls para atacar. Para enredar sus piernas en cuerdas. Para crear agujeros y obstáculos en los que tropezaran. Ahora que no podían prestar toda su atención a los enanos, eran más vulnerables a ese tipo de acometidas.
No tardaron algunos de ellos en caer al suelo, del que no pudieron levantar. Y, los que quedaron en pie, se vieron superados ampliamente en número, y habiendo sido cortada su retirada. Pronto, sólo quedó carne cortada, perforada y machacada, carne que fue lanzada por los enanos ladera abajo.
Eldi dudó si acercarse o irse, pero finalmente avanzó hacia ellos, con el arco en la mano, flechas en un carcaj a su espalda y con una espada en el cinto, a modo de decoración. Sus verdaderas armas estaban en el inventario, dispuestas para entrar en acción si era necesario.
–¿Un elfo? ¡Nos ha venido a ayudar un jodido elfo! ¿Qué te trae por aquí, amigo?– lo recibió una de las enanas.
Eldi estuvo a punto de girarse a buscar al elfo, sorprendido, ya que no había visto a nadie más. Por suerte, se dio cuenta a tiempo de que el elfo era él. Casi se había olvidado de su disfraz.
–Hola amigos enanos. ¿Estáis bien? Puedo usar un hechizo de curación, si os hace falta.
Los enanos se sorprendieron. No era habitual un arquero con hechizos de curación. Pero los había ayudado, así que no desconfiaron de él, además de que su Intuición les decía que no era un enemigo.
Así que aceptaron su ayuda de buen grado. Todos ellos tenían heridas y contusiones menores. Nada que no pudieran aguantar, pero, si podían curarles, mejor que mejor.
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Regreso a Jorgaldur Tomo I: el mago de batalla
FantasyCuando muere en su cama debido a su avanzada edad, aún recuerda a una NPC de un MMORPG que jugó en su juventud, sin entender por qué nunca ha podido olvidarla. Pero cuando vuelve a abrir los ojos, se encuentra con la ruinas de lo que era el inicio d...