Refuerzos

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El viaje hacia el reino elfo no era fácil. Debería dar un largo rodeo para alcanzar el único camino que podían seguir los mercaderes, el único que por el que no tenía que atravesar el corazón del bosque, en el que existían peligros que sobrepasaban el poder del alto humano. O, más bien, era el único conocido, pues había otro, un peligroso pasaje vigilado por un ser sumamente terrible, pero que era el que había sugerido el Oráculo. Aunque algo dubitativo, había decidido seguir su consejo e ir por allí.

Sin embargo, antes quería acercarse a alguno de los puntos donde, supuestamente, podría encontrar plataformas mágicas para actualizar su equipo. Esperaba que las restricciones no fueran tan severas como en la capital. O, mejor aún, que estuvieran abandonados pero funcionales.

Pero, lo que no esperaba, era no encontrar ninguna pista de su ubicación. Había ascendido por una pequeña montaña rocosa, llegando a la cima para contemplar todo el paisaje bajo sus pies, pero allí no había nada, a pesar de que estaba convencido de que era el lugar que marcaba el mapa.

Se quedó un buen rato allí, bajo los rayos del sol, agradeciendo el viento ligeramente fresco que golpeaba contra su rostro, e intentando distinguir cada punto en el horizonte. Finalmente, descendió para buscar un lugar más protegido para comer, y revisar el mapa en busca de otras plataformas mágicas. Aquello había sido una pista falsa.



Ya había decidido hacia dónde dirigirse y casi había acabado de comerse un bocadillo aún caliente, con lonchas de carne de minotauro, algunos vegetales cuyo nombre desconocía, y una salsa ligeramente picante. Resultaba bastante sabroso y singular, por lo que lo saboreaba despacio, disfrutando de la tranquilidad del lugar. Sin embargo, el último trozo lo engulló de golpe, levantándose y descendiendo a toda prisa. Había escuchado el ruido de metales entrechocar, y sabía lo que significaba.

No tardó en encontrar el origen. Un poco más abajo de su posición, había un grupo de guerreros equipados con armaduras pesadas y armados con mazas, lanzas y, sobre todo, martillos. Se defendían, desde lo que parecía la entrada a un cueva, de un grupo de trolls que los doblaba en altura y número.

De color verde azulado, en el juego los trolls poseían gran fuerza, una importante capacidad de regeneración y resistencia a la magia. Y viendo como se curaban sus heridas, también era así en la realidad. Eso sí, su debilidad a la luz solar sólo era un cuento para niños.

Todos eran de niveles entre 40 y 45, y aunque pudiera pensarse que los enanos estaba en gran desventaja, no estaba tan claro. La superioridad numérica de los trolls no podía hacerse efectiva en la entrada de la cueva, en la que no había espacio para todos, mientras que su mayor envergadura era más bien un problema ante la altura del techo, que no llegaba a los dos metros. Además, los enanos usaban sus armas con la destreza de guerreros veteranos, y sabían dónde atacar a los trolls y como evitar sus garrotes.

Sin embargo, aun así, en realidad sí estaban en desventaja. Los trolls heridos podía retirarse para descansar y curarse, siendo su puesto tomado por otros más frescos, mientras que los enanos no podían permitirse parar ni por un momento, pues rompería su formación. Su fuerte resistencia les permitía aguantar, pero no eternamente ante lo que se había convertido en una guerra de desgaste.

–Mierda, si esto sigue así tendremos que sellar otra salida. ¿No se suponía que teníamos un pacto con los trolls?– maldijo uno de ellos.

–Malditos trolls... Serán de los renegados... ¿Van a llegar refuerzos o no?– insistió una voz femenina, cuya figura no se diferenciaba del anterior. Era imposible distinguir enanos de enanas bajo las armaduras, excepto por la barba.

–Están limpiando otra entrada de orcos. Más cabrones renegados. Nos dicen que aguantemos– informó otro de ellos.

–Claaaro, aguantaaad. Total, sólo lleváis veinte jodidas horas tocándoos las narices– se quejó sarcásticamente la que había preguntado.

–Más les vale tener preparada la maldita cerveza cuando volvamos– dijo otro de ellos.

–La cerveza y unas tenazas de las grandes para sacarnos las jodidas armaduras. Con tantas abolladuras, seguro que no salen así como así– se quejó el primero.

–¿Os acordáis de cuando el loco de Trikk estuvo una semana metido en la jodida armadura sin poder salir?– rio otra de ellos, mientras el dedo del pie de un troll era machacado bajo su martillo.

–Ja, ja, ja. ¿Cómo olvidarlo? Sólo decía: "Me cago en... ¡Ayudadme con el casco para que pueda tomar un trago!"

–Ja, ja. Aún conserva el casco con el agujero el muy cabrón. Lo saca cada banquete para contar la maldita historia.

Parecían estar charlando en una taberna tomando una jarra de cerveza, pero no dejaban de observar a sus enemigos, de esquivar o detener sus golpes, de atacarlos con sus armas. Estaban cansados, pero no por ello daban un paso atrás.

De repente, uno de los trolls tropezó, quedando a merced de los enanos, que lo atacaron sin vacilar. Sus compañeros no podían acudir en su ayuda sin quedar expuestos, y su regeneración no era suficiente para contrarrestar los continuos ataques, por lo que acabó muriendo, aplastado y atravesado.

–Joder. ¿Y esa flecha?– se preguntó una enana, descubriendo la que se había clavado en el talón de su fallecido enemigo.

–Cojonudo. Alguien más está atacando a los trolls– observó otro.

Varias flechas humeantes se clavaban en los cuerpos de los trolls, ocasionándoles un daño que no era peligrosa para sus vidas, pues no lograban penetrar más que unos pocos centímetros en su gruesa piel. Pero sí era molesto, en especial el fuego que estaba imbuido en ellas.

Confiaban en superar a los enanos con sus rotaciones, por lo que aquella intromisión que alteraba sus planes los enfureció. Cuando descubrieron de dónde venían las flechas y al intruso que las disparaba, tres de ellos se separaron del grupo y fueron hacia él, confiados en acabar con la molestia.

Mientras, los enanos se preguntaban quién o quiénes eran. No podían ver más allá de la entrada de la cueva que protegían, por lo que les era imposible saber nada de aquellos oportunos refuerzos. Lo que sí sabían era que había cuatro trolls menos contra los que enfrentarse, y que estaban heridos y confusos por las flechas.

Se miraron un instante antes de gritar todos a la vez, usando el Grito de Guerra Combinado para amedrentar a sus adversarios antes de cargar contra ellos. No iban a desaprovechar la oportunidad que tenían para infligir un duro castigo a sus enemigos.

Regreso a Jorgaldur Tomo I: el mago de batallaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora