Armagedón

753 117 6
                                    

–¡Todo el mundo preparado! ¡Esperad al hechizo y atacad a los supervivientes!– ordenó de nuevo Caranlín.

Dos segundos después, Eldi cayó al suelo de rodillas, respirando deprisa, sintiéndose mentalmente agotado debido al esfuerzo y a la carencia de maná. Inmediatamente, la Fortificación de Rocas desapareció y se encontraron de nuevo frente a sus enemigos, que los miraron sorprendidos por un instante.

Aún no habían reaccionado los perdidos ni su general cuando se produjo un nuevo estallido de poder en el seno de la formación de los vivos, la de un poder que amenazaba con engullir el mundo.

El general frunció el ceño. Ese hechizo sí lo conocía. Era un hechizo que, bajo ninguna circunstancia, deberían haber permitido que se lanzara. Pero ya era demasiado tarde para hacer nada al respecto.

Una gran cantidad de maná se había concentrado en la figura de Disnalor, cuyos párpados cerrados se habían abierto de repente, descubriendo unos ojos que en aquel momento eran negros, no distinguiéndose su iris azul, su fondo blanco, como si la negra pupila se hubiera expandido e invadido todo el globo ocular.

–... Armagedón.

Fue tan sólo un susurro apenas audible, pero aquella palabra contenía un inmenso poder, el de desencadenar el hechizo que había estado preparando. Todos sintieron como el flujo de maná se extendía y pasaba a través de ellos, reaccionando a su vez con el maná que había en el ambiente.

A apenas dos metros del perímetro defensivo, el maná empezó a hacerse visible, condensándose rápidamente en una especie de neblina, neblina que evocaba en todos ellos un terror primigenio. Ninguno le quitaba los ojos de encima, mientras sus instintos gritaban, advirtiéndolos del inmenso peligro que se encerraba en aquel lugar.

Se extendió unos veinte metros, formando un anillo concéntrico al perímetro, y ocultando en él a miles de sus enemigos.



Cuando, poco a poco, se fue disipando, no pocos quedaron atónitos ante el resultado, a no pocos un sudor frió les recorrió la espalda ante lo que allí había: nada.

Apenas un puñado de los perdidos atrapados había logrado sobrevivir a aquel tenebroso hechizo. Uno de ellos, cuyo carne y músculos eran visibles al haberse desvanecido la piel que debía protegerlo, cayó al suelo, desintegrándose a medida que lo hacía. El resto de los escasos seres corrompidos que habían logrado sobrevivir estaban malheridos, en mayor o menor grado.

A algunos de ellos podían vérseles los huesos. Una enorme serpiente había perdido los ojos y tres cuartas partes de su cuerpo. Una especie de dinosaurio acorazado, parecido a un tricerátops, tenía agujeros por toda la coraza y un gran boquete en su estómago, mostrándose sus órganos internos. Un ser humanoide, quizás un elfo corrompido, se había convertido en algo parecido a zombi de una película de terror, con su piel y pelo carbonizados, siendo apenas apreciables sus rasgos faciales, y colgándole incluso la mitad de un brazo.

El espectáculo era grotesco y terrible, pero no podían dejarse amedrentar por ello. Quizás habían acabado con una cuarta parte de sus enemigos, pero quedaban muchos aún, demasiados. Y unos pocos estaban al borde de su perímetro defensivo, pues el infierno de Armagedón se había iniciado justo detrás de ellos.

Mientras, Disnalor respiraba pesadamente, arrodillado, sintiéndose sumamente cansado. Tomó una poción de regeneración de maná y se sentó para descansar. Vio como el visitante también estaba sentado cerca de él, con la mirada fija en los compañeros en el frente, y en sus enemigos.

Eldi quería levantarse y ayudar, pero apenas había recuperado un poco de la energía que había traspasado a los gigantes, y su maná estaba prácticamente agotado. Todo ello le hacía sentirse terriblemente cansado, lo que haría que fuera un estorbo si se acercaba a la zona de combate.

Le sorprendió un poco haber subido de nivel. Si bien habían acabado con miles de enemigos en un instante, su contribución apenas había sido la de una bendición en el mago elfo, el porcentaje de experiencia ganada debería haber sido bajo. Aunque también es cierto que ya había acumulado una parte importante previamente. Sonrió con amargura. Ese era el nivel que necesitaba para acercarse al lugar que le había sugerido el Oráculo, sólo necesitaba salir vivo de allí.



En 67, había desbloqueado el hechizo Bola de Fuego, un hechizo que los magos poseen en los niveles iniciales, mientras que un mago de batalla como él necesitaba llegar hasta 67 para obtenerlo. No obstante, era un hechizo importante, su primer hechizo de daño mágico directo a distancia, bastante más poderoso que su habilidad con el arco, aunque con rango menor. De bajo consumo de maná, lo tenía en 10, pues durante un tiempo había sido su primer ataque contra cualquier enemigo no resistente al fuego, su opener.

También tenía ahora una nueva habilidad de hacha, Arañazos. Es una habilidad que, a pesar de generar gran número de heridas, causa poco daño, pues éstas son superficiales. Ataca rápidamente con el arma, infligiendo muchos cortes pero sin mucha profundidad. No obstante, combinada con venenos o magia, puede ser efectiva. O para enfurecer a algún enemigo. La tenía en 3, lo que demostraba que no había sido un gran fan de ella.



Apretando los dientes, el general contempló la escena en la que una porción importante de sus tropas había sido aniquilada. Por una parte, había odio e ira en su rostro, no aceptando que sus presas pudieran contraatacar. Por la otra, miedo. Miedo al fracaso. Miedo al menosprecio de los otros generales. Miedo a decepcionar a su señor.

Si no fuera por esas emociones, quizás se hubiera retirado, aceptando la derrota y evitando perder más fuerzas, pero se negó a ello. Así que, tras unos largos segundos de duda, tomó una decisión.

–¡Atacad! ¡Matadlos a todos!

Inmediatamente, las tropas que no había sido alcanzadas por el hechizo empezaron a avanzar hacia sus enemigos. Su condición les impedía sentir miedo. Sólo había odio hacia los vivos y obediencia a su general.

Pero la orden de avanzar no fue la única que dio.

–Vosotros quietos.

Quienes aún podían atacar a rango debían reservar y recuperar sus fuerzas, para atacar todos juntos cuando él lo ordenara. Y También dio otras órdenes a algunos cientos de lombrices.



Mientras, los vivos miraban el avance de sus enemigos con aprensión. Por mucho que pudieran desearlo, no habían creído realmente que se fueran a retirar. Es cierto que las tropas que tenían enfrente habían sufrido bajas y habían agotado gran parte de sus ataques a distancia, pero seguía habiendo miles.

Además, ellos mismos estaban agotados. El descanso del que habían disfrutado había sido excesivamente corto, demasiado breve como para recuperar un porción significativa de poder, apenas para recobrar el aliento. No obstante, se mantenían firmes, dispuestos a luchar hasta la muerte.

Regreso a Jorgaldur Tomo I: el mago de batallaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora