Reclutado

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–Todos somos nivel 34, menos Lánita, que es 35. Queremos ir ya al segundo piso, pero, sin alguien que pueda curarnos, acabamos muy heridos con el jefe y tenemos que volvernos. Y las pociones salen muy caras. ¿Eres sanador? ¿Vendrías?– siguió Etina.

Los demás, que miraban fijamente al hombre, se tranquilizaron al ver en su rostro una ligera sonrisa. Su amiga irradiaba simpatía, pero había quien la consideraba una pesada insoportable que no callaba.

–Mi nombre es Fínord. Puedo poner algunas bendiciones y curar, pero no a distancia. ¿Sería suficiente?

–¿¡En serio!? ¿¡Bendiciones!? ¿¡Cuáles!?– se entusiasmó la joven.

–De fuerza y potencia mágica. ¿Quieres probar?

–¿¡Puedo!?

Tenía más bendiciones a su disposición, pero ante la reacción de la joven, prefirió mencionar sólo dos de ellas. Sería extraño para alguien de su presunto nivel poseer demasiados hechizos, así que los limitó a dos curas y dos bendiciones.

–¡Increíble!– exclamo Etina –En verdad me siento más fuerte. ¡Prueba con Látina la de magia!

Ésta había estado observando algo extrañada, y la sugerencia de su amiga la cogió por sorpresa. Y aunque no estaba tan dispuesta como Etina a ser conejilla de indias, ésta la había dejado sin opciones. Se acercó algo reticente a Eldi, siendo el resultado mucho más potente del que esperaba, y sin efectos negativos.

–De verdad es increíble, no exagerabas– se sorprendió.

–¡Yo nunca exagero!– declaró con convencimiento, pero, ante las risas de los otros tres, les dio la espalda, enfurruñada.

Los otros dos jóvenes también probaron una bendición con asombro, pues aquello les daba un potencial de ataque varios niveles superior al suyo.

–¿Entonces vienes? ¡Tienes que decir que sí!– insistió Etina, a la que ya se le había pasado su leve enfado.

–Iría, pero acabo de llegar y no sé muy bien que se necesita aquí para entrar. ¿Tengo que registrarme en algún sitio?

Para Eldi, aquello era la clave. Necesitaba esa información para saber como entrar en la mazmorra. Y si aquel grupo le ayudaba a hacerlo, les estaría agradecido. Después ya vería si, de alguna forma, podía encontrar una excusa para quedarse más tiempo. Sin embargo, si necesitaba de alguna forma demostrar su identidad, podía estar en un problema.

–Bueno, sí, hay que registrar el grupo y tal, pero nosotros ya estamos registrados, y se permiten nuevos miembros temporales sin más papeleo. Si no sería imposible hacer nada. Vamos, que podríamos entrar ahora mismo– explicó la joven de pelo verde.

–Yo he acabado de comer. Si queréis podemos probar, a ver que cómo sale– aceptó Eldi.

–¿¡Ahora!? ¿¡Qué os parece chicos!? Vamos, ¿no? Quiero probar con esta bendición. Además, ya íbamos a entrar y llevamos comida– los miró emocionada.

–Supongo que no perdemos nada por probar– accedió su hermano.

–Por mí, vale– concedió Lánita.

–Vamos pues– comenzó a caminar Lánoto.

Podía parecer que sólo se dejaban llevar, pero, para Eldi, era evidente que no sólo Etina estaba ansiosa por entrar, lo que lo hizo sonreír de nuevo. Le gustaba aquel grupo de jóvenes que bien podían ser sus biznietos, y casi se sentía extraño de poder ser uno de ellos.

No les pusieron ningún problema para seguir adelante, una vez mostrado el permiso del grupo, así que bajaron a la primera de las diez plantas, en la que había esqueletos nivel 35. Era una mazmorra cuyas características y concentración de maná provocaban que estos reaparecieran cada pocos minutos, lo que la hacía idónea para levear, por lo que era la preferida en el reino en aquellos niveles.

Pasaron por la sala de descanso para enseñársela a Eldi, y mostrarle que necesitaba el permiso para acceder a ella. Él también tenía uno, del juego, que suponía que funcionaría y que no quería mostrar. Era de color y forma diferente, por lo que lo podía delatar.



Usaron una formación sencilla, donde los dos guerreros estaba al frente y los tres magos detrás, con Eldi en medio, para poderlos curar si era necesario. La verdad es que el primer piso fue fácil para ellos, mucho más fácil de lo habitual.

–Estas bendiciones son increíbles– exclamó Etina, que sólo callaba cuando tenían que luchar.

El resto de los jóvenes sólo se encogían de hombros ante su locuacidad, aunque en realidad se sentían un tanto solos si ella no estaba con ellos. Y Eldi se sentía agradecido de la información que ésta le proporcionaba, por mucho que fuera algo desordenada.

Así, pudo descubrir algunos rumores que corrían sobre él. O sobre los problemas de la ciudad, llamada tan originalmente como Ciudad de la Mazmorra. Inicialmente había sido llamada Posada de la Mazmorra a la que se había construido allí. Más tarde Aldea de la Mazmorra a la que había surgido. Y finalmente, había evolucionado a Ciudad. Era como se referían a ella, y era como se había acabado llamando oficialmente.

Estaba en tierra de nadie, en un lugar que pertenecía técnicamente al condado de Gomhal, pero del que nunca se habían preocupado, hasta hacía pocos años. El crecimiento de la ciudad y la perspectiva de ingresos había hecho que los condes de Gomhal pusieran su atención en ella, enviando soldados para protegerla, y para luego reclamar impuestos por una protección que no necesitaban.

No se podían negar. Al fin y al cabo, pertenecían al condado, pero año tras año iban subiendo los impuestos, empezando a ser excesivos. Además, la reciente visita de uno de los sobrinos de los condes, autoproclamado el aventurero más sobresaliente del reino, arrogante y déspota, estaba ocasionando una tensión extra.



–¿Puedo ver el báculo?– pidió Lánoto, interrumpiendo una profunda disertación sobre los postres de la ciudad.

Eldi se lo entregó sin mayor preocupación, mientras su hermana se unía a él.

–¿De dónde has sacado un báculo tan bueno? No se encuentran de esta calidad, no para este nivel– se sorprendió ella.

–Esto... es un regalo de... mi familia– mintió Eldi. Para él no tenía nada especial, pero no podía decir que lo había comprado en el juego.

–¡Es increíble! ¡Lo que daría por uno así!– reconoció su hermano, antes de devolverlo reticentemente.

Le había sorprendido las miradas de ambos magos, temiéndose que sospecharan de él o de su poder. Era un alivio que se debiera al báculo, aunque tenía que ir con cuidado. Otros podrían sospechar.

–Esta sala es la del jefe– anunció Jubogor, con tensión y expectación.

Regreso a Jorgaldur Tomo I: el mago de batallaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora